Gabriela Mistral hizo su último viaje al Valle del Elqui en 1954. A su tierra natal llegó con su querida Doris Dana y su secretaria, Gilda Péndola. El 9 de septiembre arribó al puerto de Coquimbo con la salud debilitada, pero con ansias de reencontrarse con la tumba su hermana Emelina y la su madre, Petita.
Así se inicia Lucila, el último libro de Patricia Cerda que llegó a librerías el 1 de marzo de este año, de la mano de Ediciones B. En 297 páginas, la autora e historiadora penquista hace viajar al lector entre el presente de la poeta y su vertiginoso pasado, marcado por la enseñanza autodidacta, los amores truncados y el ascenso como una de las escritoras más importantes de su generación y de la historia.
Desde Berlín, Alemania, Patricia Cerda se conecta con Culto a través de Zoom. Con un semblante tranquilo y la voz segura, cuenta cómo fue conociendo a Lucila Godoy, la única persona que realmente conoció a Gabriela Mistral.
– Después de Violeta y Nicanor, después de Ercilla y las contradicciones del Imperio, llega Lucila. ¿Por qué escribir ahora sobre la poeta?
También está Mestiza, Rugendas. Hay un proyecto detrás de eso. La verdad es que era como obvio que en algún momento tenía que llegar a Gabriela Mistral. No sé por qué no lo hice antes. Creo que tenía que tener la madurez suficiente y el oficio suficiente. Tenía que estar preparada para ella, creo que después de escribir sobre Violeta y Nicanor, sobre Ercilla, yo ya estaba preparada para entender a Gabriela Mistral, a la que declaro que no conocía. Solo sabía que era un gran personaje de nuestras letras, una mujer muy respetada, nuestra Premio Nobel, sabía que es un orgullo nacional y que lo es cada vez más. Me lancé y me encontré con un personaje muy interesante del que supe, desde el primer momento, que iba a aprender mucho.
–¿Cuál fue el aspecto que más le llamó la atención al conocer a Lucila Godoy, más allá de Gabriela Mistral?
La imagen más fuerte que yo tenía era de tres mujeres solas en el Valle del Elqui, pobres, solas, arreglándoselas en una sociedad machista, donde los hombres se van y ellas crean un fuerte matriarcado. Una de ellas es Lucila, a quien al final hay que entenderla con esas otras dos mujeres. Ella nunca se vio sola, ella siempre está muy relacionada con su madre y con su hermana. Eso fue lo que más me llamó la atención, esas tres mujeres y yo vi que esa era la novela. Por eso me fui a ficcionalizar su último viaje, porque ahí está de nuevo la premio Nobel, Gabriela Mistral, reencontrándose con Lucila y con sus raíces.
–¿Qué hay de verdad y qué hay de ficción en esta novela?
Los datos personales de ella son fidedignos. Por supuesto que toda esa comunicación, las cosas que pasan en ese viaje, casi todo ahí, es ficción. Las conversaciones con sus excompañeras de colegio. Por ejemplo, hay un capítulo que se llama La Mateada del Tambo, que es ella tomando mate con sus amigas. Eso se sabe porque existe la tradición, pero lo que se conversó ahí es ficción, pero basándome en el estilo mistraliano.
Neruda y Labarca, “enemigos de Mistral”
Las relaciones de la poeta son vigas centrales de la novela. Sin embargo, Gabriela Mistral en su época tuvo muchos roces con los intelectuales chilenos, como Carlos Ibáñez del Campo, Amanda Labarca y Pablo Neruda, así como con personajes internacionales, quienes sentían resquemor por la chilena debido a su pensamiento americanista.
“Esos fueron descubrimientos a partir de sus cartas. Como una carta que le mandó a Armando Donoso y que salió en el periódico. Hubo quejas de los españoles y ella tuvo que salir arrancando. Ella tenía que ser muy cuidadosa con sus enemigos chilenos, ya que había enemigos por todas partes que podían salir en cualquier momento. No dice que ella es madre de Yin Yin por temor a que le quiten todo, se hubieran quedado sin ningún apoyo, una paria y entonces claro, ella no podía ser sincera. Ella tenía que ser cuidadosa. Entonces había un juego entre la honestidad de poeta y el cuidado social, digámoslo así, de no dejar que alguien sepa de su vida cotidiana”, explica Patricia Cerda.
Pablo Neruda sale varias veces mencionado en la novela. Un personaje que aparece como un muchacho de 16 años, quien en Temuco visita a Mistral y le muestra sus poemas. Cuarenta años más tarde, este le ofreció el Premio Stalin, el que la poeta rechazó por su animadversión al comunismo y sus creencias religiosas. “Ella sentía que tenía que cuidarse de él, de hecho ella lo vio un poco detrás de esa intriga cuando se tuvo que ir de España. Ella vio que él estaba muy bien relacionado políticamente, nada menos que con la Unión Soviética”.
Amanda Labarca, docente, escritora y activista feminista, también miraba con recelo a Lucila Godoy y posteriormente a Gabriela Mistral. La carrera de profesora autodidacta que emprendió esta última, sus trabajos como directora de colegios y su influencia en la educación chilena, y luego mexicana, abrieron la distancia entre ambas figuras.
“El tema es que son muy cercanas en lo que hacen y eso llama a rivalidades. Amanda Labarca sentía resquemor de Gabriela Mistral, por donde llegó sin hacer la carrera que hizo ella, eso le molestó. Eso significó para Gabriela Mistral tener que cuidarse, porque el ambiente era hostil”, comenta Patricia Cerda.
Los aliados de Mistral
La autora de Lucila es clara al distinguir los aliados de los pitutos. Gabriela Mistral, a lo largo de su vida, cultivó relaciones claves que la ayudaron a convertirse en una reconocida artista. Uno de ellos fue Bernando Ossandón, fundador del diario El Coquimbo, quien fue el primero en confiar en el trabajo de la maestra Lucila Godoy, invitándola a escribir en su periódico.
Patricia Cerda describe, por ejemplo, el estrecho vínculo que la unía con el expresidente Pedro Aguirre Cerda, su estrecha amistad con Palma Guillén y con las autoras Delmira Agustini, Alfonsina Storni, Victoria Ocampo o Juana de Ibarbourou. “Ellas sentían que tenían que apoyarse, luchar contra el espíritu de cuerpo de los escritores que era muy fuerte y que tendía a excluir a las mujeres. De hecho, ya había sufrido una marginación en la Antología de la Nueva Poesía Chilena. Por eso también fue crucial el encuentro de Montevideo”.
“En esta novela yo aprendí la diferencia entre los aliados y los pitutos. Los aliados son esas personas que ven talentos y quieren apoyarte por esos talentos. En cambio, los pitutos son personas que te apoyan porque tú eres conocida, porque quieren hacerte un favor o pagarle un favor a alguien”, compara la escritora.
Uno de los grandes aliados de Mistral fue Pedro Aguirre Cerda. “Ella arrendó una casa preciosa, que también visité, en Coquimbito, donde escribió los Sonetos de la Muerte. En un paseo ella llegó al pueblito donde vivía Pedro Aguirre Cerda y ahí se conocieron, estuvo en su casa, se hizo amiga de él y de Juanita Aguirre, su esposa. Ella lo visitaba ahí y él conoció los talentos de Mistral. Fue muy importante cuando la empiezan a proponer para el Premio Nobel. El primero que se suma a esta propuesta es Pedro Aguirre Cerda, o sea, fundamental. Es su aliado más importante en chileno”, profundiza la autora.
Sus amores
Juan Manuel Godoy fue el gran amor de Gabriela Mistral. Su sobrino en la vida pública y su querido hijo en el hogar. Yin Yin fue fruto de una aventura que la escritora vivió en Italia. Patricia Cerda relata la dura pérdida de Mistral cuando este se suicida, suceso clave en su vida personal y en su obra. “Hay una tremenda contradicción ahí. Yo la entiendo, entiendo que no haya querido contar que fuera su hijo, porque la hubieran demolido (...) Hay un registro, una entrevista que dio Doris Dana a Paulina de Allende-Salazar, cuando vino a Chile. Ahí ella contó que Mistral era la madre de Yin Yin y dice que el padre era un affaire que tuvo con un italiano”.
La pareja de Gabriela Mistral, Doris Dana, quien vivió con ella ocho años antes de su muerte, fue una de las principales receptoras del apasionado amor de la oriunda de Vicuña. “Ella cuando se enamoraba era intensa, y enamorarse era un momento en que pensaba mucho sobre ella misma, repasaba mucho sus sentimientos en estas cartas. La profundidad a la que ella podía llegar en sus sentimientos la sorprendía a ella misma. Creo que ella se enamoraba del alma”.
Patricia Cerda incluye también el amor con el escritor chileno Manuel Magallanes Moure, que se cultivó siempre desde la distancia a través de cartas. Además, menciona a uno de los primeros amores de Gabriela Mistral, el humilde Romelio Ureta.
Patricia después de Gabriela
Un año le tomó a la autora nacional seguir los pasos de Gabriela Mistral. En Lucila, como en sus otras novelas, la narración poética se mezcla con los datos, donde nada sobra y todo aporta. La historiadora no abusa de los hechos, como tampoco de las descripciones. Va al grano con un texto directo, sin rodeos, sin misterios.
– ¿Qué características de Gabriela Mistral identifica en usted?
Si ella me llegó tan hondo es por algo. Creo que la rebeldía, ese deseo, las ganas profundas de saber y de profundizar en los temas que le gusta. Ese deseo de trascendencia, pero lo más importante de todo, el querer evolucionar. Para mí escribir es evolucionar y en eso, yo creo que si algo tengo en común, es que ambas sentimos que escribir es evolucionar y tenemos la obligación de desarrollar todos nuestros talentos.
– ¿Ambas se hubieran llevado bien?
Creo que sí, porque yo no hubiera entrado a competir con ella, me hubiera acercado a aprender. Me hubiera acercado a ella a crecer. Hubiera sido Palma Guillén. De ella se aprendía mucho, Gabriela podía ser muy generosa. Hubiera sido su discípula.