Fue a la mitad del verano pasado cuando una queja se hizo viral en las redes sociales. Chilenos y chilenas inundaron las publicaciones del Museo Británico, en Londres, con una petición clara. “Devuelvan el Moai”, a propósito del moai Hoa Hakananai’a que se encuentra en dicho recinto. El movimiento fue impulsado por el influencer haitiano, residente en Chile, Mike Milfort, quien utilizó sus cuentas con 971 mil seguidores en Instagram y 7,4 millones en TikTok para difundir el particular credo. Luego vino la reacción. “Return the stolen moai”, repetían los nacionales.
Incluso, el señero The Guardian reportó el asunto. “Desde enero, los usuarios chilenos de redes sociales han inundado la sección de comentarios de la cuenta de Instagram del museo, así como sus cuentas de YouTube y de Facebook”. Al pedido se sumaron celebridades como el animador del Festival de Viña, Francisco Saavedra, y hasta el Presidente de la República, Gabriel Boric. “Cuando mostremos a Chile en el mundo, van a aparecer las Torres del Paine, van a aparecer los moai —que nos devuelvan el moai los ingleses— van a aparecer también el desierto de Atacama y el puente Chacao”, dijo en una entrevista con una radio de Chiloé.
Lo cierto es que el moai Hoa Hakananai’a, que se encuentra en el Museo Británico, es conocido como “El moai de la reina”, pues fue regalado a la reina Victoria, en 1869. En la placa que se ubica en el lugar, se indica su nombre: “Estatua de basalto conocida como Hoa Hakananai’a (probablemente ‘Amigo robado u oculto’)”, y a continuación se le describe: “Esta estatua, que representa una figura ancestral, probablemente fue expuesta por primera vez al aire libre. Algunos siglos más tarde se trasladó a una casa de piedra en Orongo, centro de un culto de hombres pájaros, y se tallaron diseños en bajorrelieve en la parte posterior. Parece haber sido utilizado en ambos contextos para expresar ideas sobre liderazgo y autoridad. Donado por SM la Reina Victoria”.
Pero el moai Hoa Hakananai’a no es el único ejemplar que está en poder de Reino Unido; el museo también conserva el moai Hava. En su sitio web, la institución lo describe así: “Moai Hava (traducido como “sucio, repudiado, rechazado o perdido”) data de entre 1100 y 1600 y está hecho de basalto tosco (posiblemente ma’ea pupura ). Moai Hava ha sido tallado para mostrar brazos, torso y cabeza. En la parte inferior del torso de la estatua hay manos talladas y un taparrabos (hami). En los últimos años, este moai se ha prestado a museos de todo el país para exposiciones en el Museo Mundial de Liverpool, el Museo de Manchester y, más recientemente, en 2018, en la Real Academia de las Artes en Londres. Actualmente, Moai Hava no está en exhibición permanente y se puede acceder con cita previa como parte de la colección de estudio del Museo”.
Pero ninguno de los dos moai fueron “donaciones” ni inocentes regalos a la reina Victoria, sino más bien formaron parte de un contexto en que la isla de Rapa Nui fue continuamente expoliada. No solo sus bienes culturales y patrimoniales, también los mismos habitantes de la isla sufrieron con aventureros que buscaban traficar polinésicos para ser esclavizados en Perú, donde hubo participación chilena.
Todo por el algodón
El tráfico de esclavos polinésicos estuvo activo principalmente en la década de 1860. Como suele ocurrir, fue una guerra la que desató un cambio en el eje del comercio en América y eso generó las condiciones para que fuese posible esclavizar y traficar a personas. El tema ha sido investigado por el historiador Milton Godoy Orellana, doctor en Historia, quien explica a Culto: “El tráfico de polinésicos hacia el Perú surgió por un interesante problema abordable desde la perspectiva de la Historia Global que tuvo su inicio en la demanda de algodón existente a nivel mundial al comenzar la década del sesenta en el siglo XIX. Esta alza en la demanda y en el precio, provocó que este producto alcanzara –como escribió Carl Marx en 1867– ‘precios casi inauditos desde hacía casi cien años’”.
“Esta demanda global de algodón se había generado por las alteraciones en la oferta algodonera resultante de la guerra de Secesión (1861-1865), cuando el sur redujo las exportaciones para que Inglaterra apoyara sus intereses”. Por ello, asegura Godoy, los ingleses debieron buscar alternativas para abastecerse del producto, así miraron a puntos remotos como Fiji, Australia y Latinoamérica, concretamente a México y Perú. En este último país, recibieron una fuerte demanda del mercado británico. “Eso produjo la consecuente demanda de mano de obra por los hacendados que competían en su captación con explotadores de covaderas (los lugares donde se extraía el guano). La necesidad de obtener mano de obra, probablemente, incidió en que se derogara un decreto de 1856, que había acabado con el traslado de asiáticos y se impuso la nueva la ley del 14 de mayo de 1861 que permitía nuevamente este tráfico”.
De esta manera, el Estado peruano concesionó a un privado el permiso para realizar este tráfico, así lo explica Godoy: “Se permitió el traslado de trabajadores desde Polinesia mediante una licencia otorgada, en abril de 1862, al irlandés Joseph Charles Byrne para introducir a Perú ‘colonos’, como falazmente denominaron esta esclavitud encubierta para suplir la carencia de mano de obra de los hacendados que fueron destinados al trabajo de la agricultura y servicio doméstico. De esta forma, la demanda de algodón y la licenciada otorgada a Byrne desataron la febril actividad esclavista entre 1861 y 1862, una vorágine esclavista en Perú, que atrajo a decenas de empresarios y capitanes de diversos orígenes que participaron del lucrativo negocio de la trata de personas. Por último, la esclavitud de los polinésicos, llamados canacas, era encubierta con un falso contrato denominado Indenture”. Es decir, en varios casos, se les embarcó engañados con falsas promesas laborales. En otros, derechamente hubo secuestros.
Así, aventureros como Byrne comenzaron a introducirse en la Polinesia más profunda para secuestrar gente, y así no tardaron en llegar a Rapa Nui, por entonces, una isla autónoma, sin protección de ningún Estado y que aún no formaba parte de la soberanía chilena. Esto solo ocurrió en 1888, cuando Policarpo Toro tomó posesión del territorio incorporándolo a Chile.
¿Y los chilenos?
Al ver que se estaba conformando un lucrativo negocio, los empresarios chilenos también tuvieron participación el tráfico de esclavos rapanui. Así lo comenta Godoy. “Efectivamente, el mayor número de traficantes fue de origen peruano. No obstante, en la investigación he identificado, a lo menos, a dos conspicuos personajes del mundo empresarial del siglo XIX. El primero, inobjetablemente implicado, fue José Tomás Ramos Font quien dejó más evidencias documentales. Ramos Font era reconocido por haber diversificado sus inversiones y propiedades, tenía un importante número de barcos de su propiedad los que circulaban entre el Pacífico y el Atlántico, a los que agregaba una oficina en Santiago, una casa comercial en Valparaíso, astilleros y bodegas en Constitución”.
Godoy señala que incluso hay registros de uno de los viajes de Ramos. “Fue registrado por Tiburcio Cantuarias, el cónsul chileno en Perú quien reconoció que Ramos Font había ‘despachado allí varios Buques’, siendo el principal el Ellen Elizabeth que se desplazó a las islas de Oceanía y Polinesia a cargar conchas “y muy especialmente colonos para una hacienda que tiene en Lambayeque”. Este viaje se había concertado previo contrato entre Ramos Font y el capitán Federico Müller, el 23 de octubre de 1862, fijando el compromiso de trasladar 150 personas –sin contar niños– entre las cuales se debían preferir ‘familias enteras, escogiendo los matrimonios más jóvenes y jóvenes de ambos sexos que no sean casados’”.
Pero Ramos Font no fue el único empresario chileno involucrado en la maniobra. Godoy entrega otro nombre. “Otro empresario implicado en este tráfico fue Agustín Edwards Ossandón, quien entre sus múltiples propiedades poseía el bergantín Garibaldi, que participó en la trata de esclavos con bandera y matrícula chilena expedida a su nombre en mayo de 1861. Este barco se encontraba en El Callao el 20 de agosto de 1862, cuando el tráfico arreciaba, y cuyo nivel de implicancia queda en evidencia gracias a un comunicado de Manuel Antonio Tocornal, a la sazón ministro de Relaciones Exteriores, quien en diciembre de ese año escribía al cónsul chileno en dicho puerto respecto de las naves que con bandera nacional realizaban expediciones ‘para traer salvajes de las islas de Oceanía’”.
“Después de esta acusación, la presencia de Edwards en el negocio es difusa, en buena medida gracias al ocultamiento que hizo de su barco al cambiarle el nombre y la bandera, práctica recurrente entre los propietarios de naves esclavistas para no ser identificadas por las autoridades chilenas que criminalizaron su accionar”. Esto último tiene una explicación, puesto que en las leyes chilenas tenían prohibida la esclavitud.
“Chile había aprobado la Libertad de Vientres, mediante un Bando Supremo expedido el 11 de octubre de 1811. Esta legislación se reforzó el 24 de julio de 1823 cuando se decretó la libertad absoluta de la esclavitud -indica Godoy-. Lo anterior no significa que no hubiese otras formas de expoliación de los trabajadores, tales como el Truck System que implicaba la subordinación de los obreros y sus familias, especialmente en el mundo salitrero, al pago con fichas, carencia de libre comercio y obligatoriedad de adquirir los bienes en las pulperías”.
El tráfico de esclavos poco a poco comenzó a ser tema. En 1863, en vista de que los reglamentos generados no eran respetados y en vista de “los graves excesos que se cometen”, el gobierno peruano ofreció financiar el retorno de varios de los polinésicos traficados a sus islas de origen. “Algunos lograron regresar, aunque el número fue escaso -señala Godoy-. Si bien es cierto, el gobierno peruano financió el retorno de los polinésicos a sus islas, muchos murieron en el camino por la viruela o fueron lanzados al mar. Un buen ejemplo es el informe del oficial peruano Guillermo Black, quien fiscalizó el retorno de los polinésicos a sus islas. Este oficial salió de El Callao el 4 de agosto de 1863 con 358 isleños para ser retornados a Rapa Nui e islas aledañas. Black informó a su regreso que a pocos días de navegación la viruela comenzó a hacer estragos, provocando la muerte de 307 personas –el 86% de los retornados– con lo que apenas pudo desembarcar ‘en las Islas de Pascua y Rapa el resto de cincuenta y un Canacas’. Uno de los pocos retornados que sobrevivió largo tiempo fue Pakomio Maori Ure Kino, quien fue fotografiado a inicios del siglo XX”.
Reino Unido roba los moai
En ese contexto fue que el Reino Unido sustrajo los dos moai de Isla de Pascua. “El robo fue realizado al fin de la década de los sesenta y respondía al expolio colonialista que realizaron los ingleses en el mundo”, explica Godoy. En 1868, llegó a la isla el HMS Topaze al mando de Richard Powell. Ahí se encontraron dos moai, el Hoa Hakananai’a y el Hava. El primero fue trasladado a Orongo, desde donde se llevó a la costa para ser puesto en una balsa e izarlo al barco, ubicándolo de pie en la cubierta. Ese es el momento que registran las fotografías que acompañan esta nota, encontradas en la Biblioteca Nacional de Lima.
Una vez embarcados ambos moai, fueron conducidos directamente de Rapa Nui a Reino Unido. Al llegar, se decidió el destino de ambas estatuas patrimoniales. “La fragata llegó al puerto de Portsmouth, en el sudeste de Inglaterra, en agosto de 1869 siendo regalado a la reina quien lo donó al museo. Mientras que el moai Hava quedó en manos del almirantazgo británico y finalmente fue enviado al Museo de Manchester”.
Godoy asegura que pocos años después comenzó a documentarse el robo. “En 1914, la inglesa Katherine Routledge llegó a Rapanui y escuchó narraciones de como se había sustraído el moai. Su experiencia la resumiría más tarde en el libro The Mystery of Easter Island: The Story of an Expedition, publicado en 1919″.
En su sitio web, el Museo Británico habla de una colaboración con la comunidad Rapa Nui, pero no menciona la posibilidad de una devolución. “El Museo está desarrollando una relación a largo plazo con la comunidad de Rapa Nui, para aportar tiempo y recursos del personal a la investigación colaborativa y la reinterpretación de las colecciones Rapa Nui en beneficio de la comunidad y el mundo en general. Planeamos continuar desarrollando proyectos de beneficio mutuo con artistas, académicos y otros miembros de la comunidad en Rapa Nui”.