Ramón Castillo Gaete fue encontrado sin vida el 1 de mayo de 2013. La policía peruana, que había estrechado el cerco en torno a su posible paradero, halló su cuerpo al interior de una casa abandonada en Cusco, la localidad que se había convertido en su refugio durante ese último mes, tras abandonar Chile junto a una expareja.
Con la barba recortada y la cabeza rasurada, Castillo había intentado pasar desapercibido entre los habitantes del sureste de Perú, a quienes les había mentido sobre su origen y su ocupación. Considerado el prófugo más buscado de la época en ambos países, se suicidó a los 35 años. No alcanzó a ser juzgado ni menos a cumplir un día de cárcel.
Su retrato –cabello corto, barba voluminosa, mirada algo perdida– había copado los espacios de los medios de comunicación y movilizado a las autoridades desde abril de ese año. Antares de la Luz, como le gustaba que sus discípulos le llamaran, se había transformado en sinónimo de un crimen abyecto: el asesinato de su propio hijo recién nacido en una hoguera en un fundo de Colliguay, en la Región de Valparaíso, como parte de un ritual sostenido en su profecía sobre el fin del mundo.
Una vez transcurridos diez años desde que ese crimen sacudió al país, el director Santiago Correa y la productora Fábula decidieron aproximarse a la historia de Castillo y sus seguidores. “Analizamos el caso y consideramos que, después de una década de ocurridos los hechos, podríamos encontrar una perspectiva nueva, a la vez que relatos más maduros, más reflexivos. Nos motivó también la profunda conmoción que los hechos provocaron en nuestra sociedad, los que se suman a casos similares en otras partes del mundo y hacen de esta historia algo global”, explica el realizador en sus declaraciones a Culto.
El resultado de esa iniciativa es Antares de la Luz: La secta del fin del mundo, un documental original de Netflix que se estrenará este 25 de abril y que promete indagar en capas que hasta ahora no han sido expuestas y profundizar en aquellas aristas de público conocimiento.
“El proceso creativo comenzó hace más de un año con un equipo de investigación sólido y experimentado. Dentro de las primeras incorporaciones estuvo Valerie Schenkman, experta en documentales”, cuenta el director, junto con detallar que se reunieron con Verónica Foxley, periodista que investigó el caso desde un inicio y plasmó su trabajo en el libro Cinco gotas de sangre (2013).
“El enfoque principal de este proyecto fue entrevistar a todos los involucrados y obtener una visión global desde distintas perspectivas, no sólo la policial”, apunta Correa sobre un enfoque orientado a explorar “qué había detrás de este horror y esa fragilidad humana”.
Uno de los elementos que probablemente distinguirá al filme de otros proyectos audiovisuales es una entrevista a Pablo Undurraga. Considerado la mano derecha de Antares, fue uno de los dos integrantes de la secta que cumplió condena de presidio efectivo por la muerte del recién nacido (la otra fue Natalia Guerra, madre del lactante). Tras un juicio abreviado, el Tribunal de Garantía de Quilpué dictaminó que era autor del delito de homicidio calificado y le dio una pena de cinco años de cárcel. En 2021, tras cuatro años recluido, fue beneficiado con libertad condicional.
“La participación de Pablo Undurraga es fundamental –asegura el cineasta–, ya que nos brinda una perspectiva inédita de esta historia. Un relato desde su experiencia personal con quien fuera su maestro y guía espiritual hasta transformarse en su Dios, literalmente. Junto con esto, los testimonios íntimos y emocionales de personas vinculadas a la secta nos abrieron las puertas a un relato inédito sobre estos hechos”.
Atendiendo las múltiples ramificaciones del caso, el largometraje también incluye el testimonio del padre de Undurraga, el abogado Jaime Undurraga, quien escribió el libro Mi hijo atrapado por una secta (2014). Bajo esa misma lógica, se considera a la familia de Antares de la Luz, específicamente a Gustavo Gaete, su tío. Él observó de cerca cómo su sobrino, un joven músico y profesor, cambió su nombre y se volcó a la meditación, pero ignoraba que con el paso del tiempo había adoptado una dimensión mesiánica y perversa. En mayo de 2013, en medio del impacto causado por la noticia, viajó a Cusco para repatriar su cuerpo y dejó una declaración en representación de los suyos: “Quiero pedir perdón a todos los chilenos, en nombre de Dios, por el crimen cometido por mi sobrino”.
Según observa Correa, “lo más complejo dentro del desarrollo investigativo y audiovisual fue tener la capacidad de comprender el fenómeno. Fue entonces cuando encontramos patrones similares en otras sectas alrededor del mundo, como la de Lawrence Ray, quien al igual que Antares, formó una secta en Nueva York. Esto nos proporcionó las herramientas para abordar a los entrevistados y entender el tema desde una perspectiva más académica, y así abordar los testimonios desde su historia personal y emocional”.
El “control mental destructivo”
La historia de Antares de la Luz no se entiende sin observar el estado del mundo en 2012. Durante ese año se propagó la idea de que el 21 de diciembre se produciría el fin de la humanidad, una creencia basada en el calendario maya que llenó horas de televisión e incluso inspiró una película de desastres de Hollywood (2012, de Roland Emmerich).
Ramón Castillo Gaete, quien afirmaba ser la segunda venida de Cristo, decía saber la fecha en que el planeta se acabaría y que únicamente pasarían a mejor vida aquellos discípulos más fieles. Cualquier acto de desobediencia sería castigado con maltratos físicos. Un día, en medio de un ritual con ayahuasca, aseguró tener la revelación de que Natalia Guerra debía entregarse como su pareja. Aunque ella se negó a mantener relaciones sexuales, el líder espiritual la obligó e incluso la habría amenazado de muerte.
El embarazo de Guerra desencajó a Antares y gatilló otra interpretación que compartió con sus seguidores: él, como Cristo en la Tierra y padre de Jesús, no podía engendrar otros hijos, por lo que el niño que estaba en gestación era el Anticristo, la encarnación de todos los males. Lo que vino es lo que el propio documental de Netflix define en su sinopsis como “una espiral de terror que tiene su punto más oscuro cuando el grupo comete uno de los crímenes más brutales en la historia del país”.
Pese a que el plan inicial era que el parto ocurriera en Colliguay, el hijo de Castillo Gaete y Guerra nació en la clínica de Reñaca. El maestro tenía un plan definido para el momento de su llegada a la parcela: lanzarlo a la hoguera, un ritual en el que la madre y Pablo Undurraga ejecutaron sus órdenes y el resto de los integrantes fueron cómplices.
El final del mundo, como es sabido, nunca ocurrió, lo que detonó una crisis que causó que el grupo se fracturara y su líder escapara a Perú en medio de la investigación policial.
¿Cómo se llega a ese punto? ¿Qué perfil tenían las personas que se unieron a ese clan? Las defensas de Guerra y Undurraga alegaron en todo momento que actuaron bajo un estado de enajenación mental, por lo que debían ser declarados inimputables. Sin embargo, ese argumento fue desestimado, primero durante el juicio y más tarde por la Corte de Apelaciones de Valparaíso. Como resultado de esa determinación, ambos fueron condenados a cinco años de presidio efectivo, ella por parricidio y él por el delito de homicidio calificado (aunque la mujer se mantuvo prófuga de la justicia entre 2017 y 2019).
Antares de la Luz: La secta del fin del mundo disecciona un concepto que podría dar pistas sobre el funcionamiento y las dinámicas del grupo. “En un principio, el elemento clave que nos llamó la atención fue la increíble capacidad de una persona, en este caso Antares, de manipular a sus discípulos de forma tan macabra y efectiva. Desde esa perspectiva nos fuimos introduciendo en el mundo del ‘control mental destructivo’ y su tremendo poder. A medida que el documental fue tomando forma, descubrimos lo que nos pedía la historia. Otro elemento que hace que esta historia sea única es qué pasa cuando las víctimas de control mental se transforman en victimarios”, plantea Santiago Correa.
El realizador detalla que durante el proceso de investigación tuvieron conversaciones con el escritor estadounidense Steven Hassan y con el psicólogo clínico español Miguel Perlado, dos expertos en el estudio de sectas. El primero postula en sus escritos que el control mental “puede ser entendido como un sistema de influencias que desbarata la identidad del individuo (creencias, comportamiento, forma de pensar y emociones) y la reemplaza por una nueva. En la mayoría de los casos, esta nueva identidad es de tal naturaleza que la identidad original la rechazaría con todas sus fuerzas si pudiera saber de antemano lo que le espera en el futuro”.
En tanto, Perlado prefiere el término “control coercitivo” y considera que existen importantes similitudes entre la violencia de género y las sectas. Según la visión que ha entregado, al interior de ellas se genera “un dominio sobre la persona similar al ejercido por un maltratador que suele decir: ‘Te pego, pero lo hago por tu bien y no te creas que me gusta, lo hago por ti’. La víctima comienza tolerando el maltrato emocional, antesala del maltrato físico”.
Quien aparece como entrevistada en la cinta es Isabel Soublette, psicóloga chilena que ha estudiado a las víctimas de abuso de consciencia –en particular en las estructuras eclesiásticas– y ha tenido la oportunidad de escuchar la experiencia del propio Pablo Undurraga.
En contraparte, el filme suma la visión de psiquiatra Otto Dörr, quien se encargó de elaborar la pericia para la Fiscalía durante el juicio a los discípulos de Antares. Sus conclusiones fueron determinantes para que finalmente se descartara que los acusados hubieran cometido el crimen bajo un estado de locura o demencia.
El documental también cuenta con las voces de Ismael Gomberoff, dueño del fundo en que ocurrió el ritual; Miguel Ampuero, por entonces subprefecto de la Brigada de Investigaciones Policiales Especiales (Bipe) de la PDI, y Juan Emilio Gatica, fiscal jefe de Quilpué. “Todas estas perspectivas investigadas en profundidad nos permitieron encontrar esta historia de una manera nunca antes contada”, expresa el director.
“El rodaje fue intenso y de mucha alerta, porque las entrevistas surgían esporádicamente a medida que avanzábamos. Fue fundamental contar con un equipo consolidado de montaje para ir armando el rompecabezas a medida que grabábamos. En total, el proceso de grabación duró aproximadamente un año”, especifica.
Tras trabajar en silencio durante todo este tiempo, el largometraje de Correa se alista para salir al mundo. El próximo jueves 25 se unirá al catálogo de Netflix, que ya cuenta con la serie documental Colonia Dignidad: Una secta alemana en Chile y con una generosa oferta de producciones que examina a grupos de ese perfil, desde casos en India (Wild wild country) hasta Francia (Raël: El profeta de los extraterrestres). En distintas latitudes parece repetirse la misma historia, una y otra vez.