Lo mandaron a la cárcel. Lo más curioso es que la mano que firmó el pesado decreto no era otra que la de un cercano. En 1812, en los albores de la independencia, y antes de ser el guerrillero, Manuel Rodríguez estaba enfermo y sufría unas dolencias que lo obligaron a renunciar a su primer nombramiento militar (como capitán del Ejército). Su amigo, el joven general José Miguel Carrera, era el líder indiscutido de la Junta de Gobierno.
Rodríguez sufría un mal que las fuentes históricas no terminan por definir de forma clara: unas dicen que era una úlcera; otras hablan de una enfermedad venérea. Como sea, por indicación médica Rodríguez debía darse largos baños a orillas del Mapocho, en la llamada Quinta del Carmen Bajo. Pero afín a su carácter sociable, dichos baños se convirtieron en animadas tertulias. Por entonces, Rodríguez tenía diferencias con José Miguel por algunas medidas en particular, pero estaba lejos de querer complotar con él. Sin embargo, alguien le fue con el cuento a Carrera acusando una conspiración. Asustado, el prócer mandó arrestar a Manuel junto a su grupo de amigos y decretó su exilio a Juan Fernández.
“No sé por qué se declararon mis enemigos; pero eran los más generosos. Querían mandarme en comisión al extranjero y separarme del mando”, anotó Carrera en su diario (muy consciente de narrar su historia por sí mismo). Finalmente, la acusación quedó en nada y Rodríguez no fue al exilio, sino que permaneció en el país. “Después volvieron a ser mis amigos”, narró el prócer.
El episodio, uno de los más desconocidos de la relación entre ambos líderes de la independencia de Chile, es uno de los que revela la historiadora Soledad Reyes del Villar en su libro Manuel Rodríguez. Aún tenemos patria, una biografía del prócer que acaba de llegar a los escaparates a través de Planeta. En rigor, se trata de una reedición más completa del libro que publicó en 2018. Un libro ágil, pero con el rigor documental de la historiografía, con fuentes primarias y secundarias.
Pasa, por supuesto, por los hitos más relevantes de su vida, como su trabajo con San Martín al frente de unas actividad guerrillera y de espionaje que resultó vital para el Ejército de Los Andes. Además de sus primeros años, y el rol de los Húsares de la muerte, quienes, como señala Reyes, no llevaban ese vistoso uniforme negro con el que suele representar a Rodríguez. “Ese uniforme ni siquiera se hizo porque no tenían tela, se hicieron unas banderas negras con una calavera blanca”.
“Le agregué bastantes cosas nuevas, tiene más copucha histórica, sobre todo lo que fueron los roles de la Logia Lautaro, Bernardo O’Higgins y José de San Martín. O sea, no está solo enfocado en la figura de Manuel Rodríguez, sino que hay un contexto como mucho más amplio”, comenta Reyes a Culto.
En estas páginas, Reyes releva el rol de Manuel Rodríguez en la independencia de Chile. “Es un intento de desmitificarlo. Se relaciona su imagen desde el Frente Patriótico, y con esta idea de que era un caudillo impetuoso o muchas veces se le presenta como una especie de apéndice de José Miguel Carrera y no es así. Quise sobre todo descubrir cuál fue su real aporte, su real legado, lo que realmente hizo. Es un personaje muy difícil de cubrir. Las fuentes se contradicen, y a veces el rastro de él se pierde. Se supone que tuvo un hijo con su pareja, Francisca de Paula Segura y Ruiz. Las fuentes dicen que era una mujer muy bella y en verdad no hay ni una foto de ella”.
En pocas palabras, Reyes describe al guerrillero: “Era una persona culta, un lector que fue a la universidad, que quiso ser abogado. Tiene muchas más cosas que lo que se suele presentar ese como caudillo revolucionario y rebelde de la época de la Reconquista”.
De hecho, en esa misma línea de hombre con ideas, la historiadora presenta un dato interesante. Durante las 48 horas que ejerció como Director Supremo tras el desastre de Cancha Rayada, en marzo de 1818, Rodríguez no solo armó y creó un regimiento a la carrera, los Húsares de la Muerte, con el fin de combatir la inminente llegada del general español Mariano Osorio a las cercanías de Santiago, también fue más lejos y firmó un osado decreto. Una especie de reforma agraria. El primer antecedente en el país al respecto.
“Es una cosa muy poco conocida. Él trató de implementar una especie de reforma agraria -dice Reyes- dijo algo así que como hay muchas tierras de los españoles que se están retirando, repartámoslas entre el pueblo”. En rigor, como señala en el libro: “Si el ejército que debía conformarse para combatir a Osorio iba a estar formado por campesinos y peones, nada mejor, entonces, que ofrecerles la tierra de sus patrones”. La medida efímera fue deshecha poco después por Bernardo O’Higgins al volver al mando.
¿Qué fue lo más complejo durante la investigación?
El enredo tremendo que existe hasta el día de hoy para dilucidar no solo dónde están sus restos, sino de quién dio la orden de matarlo. Hay contradicciones de los distintos testimonios y la Logia Lautaro pasó a la historia como la gran culpable de todo esto. Pero lo que a mí me interesaba era ver si estaba O’Higgins en esas reuniones. Al principio, la versión más perdurable era que O’Higgins no sabía. A mí me parece dudoso que si fuera una decisión tomada por la Logia Lautaro, él no supiera.
¿Y cuál fue el rol de San Martín?
Al inicio del vínculo, San Martín lo ayudaba, lo apoyaba y ahí incluyo extractos de esas cartas donde dice: “Déjenmelo a mí, haremos de él un ladrón fiel”. No buscaba matarlo, sino que le ofreció misiones diplomáticas en Argentina, en Estados Unidos y hasta en Calcuta. Rodríguez se negaba, rechazó todo. Una vez lo tomaron detenido, lo tuvieron en Valparaíso y logró escaparse disfrazado de mujer. Ahí hubo un cambio así. San Martín decidió de un momento a otro que ya no había que apoyarlo. Pero seguía lamentando su muerte muchos años después”.