“Un viaje relámpago”, dice Daniel Melero (66) mientras preparaba sus maletas, que incluían su única guitarra acústica y el teclado Yamaha CS5, sintetizador monofónico que usa desde 1980, para visitar territorio nacional.

“Me encontraste haciendo sonidos para Chile, inclusive, en este momento”. Su agenda fue extremadamente apretada: dejar las cosas en el hotel, probar sonido, descansar un poco y adelantar Ultracromático, su nuevo disco, en el subterráneo -6 del Edificio Gibraltar en Providencia. El show fue el pasado 4 de abril. El disco estará disponible desde este viernes 19: una nueva oportunidad para calibrar el presente de uno de los músicos más inventivos de la región. El espacio donde tocó en Santiago le fascinó tanto que terminó con una versión no ensayada de Quiero estar entre tus cosas, clásico del disco Travesti que cumple 30 años y que estrenó documental.

Su figura en Chile, más que de culto, es de veneración, y sus visitas son atesoradas, ya sea como músico electrónico, ideólogo del llamado “rock sónico” (produciendo centenares de discos desde Juana La Loca y Babasónicos hasta el Dynamo de Soda Stero o el Teledirigido de Canal Magdalena) o crooner pop. Esta última faceta fue definida por Gustavo Cerati como “una mezcla de Brian Eno con Sandro”.

Aunque Melero, que reconoce pensar estratégicamente cada uno de sus pasos, esquiva cualquier intento de definición, dictando talleres de desaprendizaje, grabando canciones con letra (pero no dentro de ellas), riéndose de su propia imagen en programas de humor, bajándose instrumentos por internet (antes de las redes sociales), experimentando con NFT, produciendo al chileno André Ubilla o finalizando cualquier entrevista con un sorpresivo “perdón por la tortura”. Nada de eso le impide figurar en cualquier ranking de artistas imprescindibles del rock en español o ser homenajeado por 45 artistas mexicanos en el disco Líneas Estratégicas.

Ultracromático en una primera escucha es muy posible que fascine al conocedor de Melero que puede entenderse como una panorámica de todas las músicas que le interesan. Por un lado está el pop directo con estribillos que buscan la intimidad, su marca registrada (Angustia en la interfaz, Psicoactivasfantes), el shock sonoro con su voz casi death metal en La madre de Godzilla, su primer single; el ambient (El vigía) o el dream pop del segundo single Cine clandestino.

El argentino, sin embargo, no está completamente de acuerdo. “Evidentemente hay puntos en común al ser heterogéneo y hecho por la misma persona que hizo otros álbumes. Pero los procedimientos fueron distintos y mucho más modernos. No intenté hacer un resumen de mi recorrido, pero los discos también son lo que son. De todas formas, lo que más me atrae son los resultados. Y éstos me llevaron a canciones que pueden tener formas similares a las de antes, pero tocan temáticas muy distintas, muy actuales. Y también creo que lo que aparentemente podría ser ambient, se trata de situaciones mucho menos relajantes que como se ve el ambient en general. Lo que sí, como siempre, el hilo conductor es el amor por los sonidos. Eso siempre está”

Discotecas quietas

Melero puede entenderse también como un ideólogo del pop que mezcla ideas de la teoría del arte con la cultura rock y experiencia personales, capaz de dar conferencias y talleres en pandemia o entrevistas sorprendentes, pero que ya era reverenciado a inicios de los 90 por ideas como “me acomoda que me vean como un impostor”, “la ciencia es más rockera que el rock” o “no hay nada más humano que tocar con máquinas”, en la época de Colores Santos grabado junto a Gustavo Cerati (1992) y que fueron tomadas literales por decenas de bandas que empezaron a mezclar electrónica y rock.

Sin embargo, reconoce que muchas cosas que dice no son interpretadas de la manera que la tenía en su cabeza. Aunque no parece incomodarle demasiado. Como cuando se le recuerda que, a propósito del futuro de la música, quizá nos sorprendamos de haber tenido formatos tan estandarizados en cuanto a ritmo y duración.

“No fue exactamente lo que dije, pero… (piensa). Es difícil pretender que lo que uno dice sea interpretado como uno lo quiso decir. Sobre todo en la palabra escrita. Yo sueño a veces con que en el futuro haya discotecas prácticamente quietas. Y donde la gente esté escuchando música que no necesariamente sea pulsante ni con la intención de hacerla bailar. La intención sería tener una experiencia más allá de los rituales de seducción de la danza. Creo que en la quietud también existen rituales de seducción posibles por descubrir. A eso me refería. De todas maneras, qué sé yo, llenar un espacio con música durante muchas horas implica finalmente estar programando cosas que son estándares, cualquiera sea la intención de ese espacio, ¿no?”.

-Muchos músicos siguen defendiendo el virtuosismo y la interpretación como un valor superior. Y quizás ideas como la pared de sonido, los loops, las secuencias, son mucho más productivas. ¿Qué tiene ese instrumento llamado estudio de grabación que te interesa?

Me atrae un estudio de grabación fundamentalmente cuando encuentro un personal que supere mis expectativas. Y es por eso que en los últimos años voy a uno que me da la sensación de que producir un disco es componer. En ese sentido los ingenieros de grabación actuales son al mismo tiempo productores de sonido. Por eso también este disco los tiene como coautores, aquellos que colaboraron. En general cada vez más estoy convencido que una canción, si estás en el estudio, aunque haya alguien mirando, esa mirada tiene una injerencia y hace que los productos que son los discos, tengan una música más sensible a lo exterior, aún estando dentro de una especie de nave. Disfruto mucho la interacción de las tensiones, gustos y disgustos que surgen en los estudios.

-Tú ya experimentaste en carne propia el rechazo de los rockeros a los sintetizadores y la nueva música con tu banda Los Encargados en los 80. ¿No te parece que los mayores de 40 sean músicos, o “civiles”, terminan volviéndose igual de conservadores al decir cosas como que Nirvana sí que era una buena música?

—Sí. Por un lado ese fenómeno empieza a pasar mucho antes en la mayoría de las personas. O sea, aquello que te hace vibrar en una época joven, con menos responsabilidades y todo, va a quedar casi en tu ADN. Luego viene una falta de interés de interpretar cosas nuevas en los artistas, rechazar aquello que aparece. Y es algo que siempre ha sucedido para mí en la mayor parte de la música, literalmente. Es basura producida industrialmente. Pero siempre, y hoy también, existen artistas que están proponiendo cosas nuevas, conceptos nuevos, con el sonido y con la letra. Hay que tener más curiosidad y no dejarse llevar por el tsunami de la promoción.

La idolatría de las biopics

A Daniel Melero y su entorno, le gusta pensar que el nombre más que una persona es un concepto y que el propio compositor muchas veces trabaja bajo él. Eso explica quizá la paciencia con la que ha sabido llevar las inevitables preguntas sobre la “interna” con Soda y Gustavo Cerati, en medios de todo el continente. Inteligentemente él aprovecha la oportunidad para guiar el tema hacia lo profesional; como por ejemplo que el éxito de Trátame suavemente le enseñó a “ver el valor de de cómo una canción es también del intérprete en el momento que la canta”. Pero la verdad es que no es un tema del que le guste andar hablando públicamente.

Más allá de eso y tal como le pasaría a uno con la pérdida de alguien que fue muy cercano en algún momento, le dijo una vez a este periodista, rozando el off the record: “No me gusta andar exponiendo públicamente cosas personales. Siento que es una falta de respeto a la memoria y a las personas involucradas”.

-El año pasado se estrenó con mucho éxito una serie sobre Fito Páez. Se habla de otra sobre Gustavo Cerati para Netflix. Hay documentales sobre el rock en español tipo Rompan todo. ¿Qué te pasa con esos proyectos? ¿Cómo sería la biopic de Daniel Melero?

No disfruto mucho de los documentales de bandas donde termina hablando otra gente. No es algo que me pueda llamar la atención. Y sobre todo cuando tenés en el cuerpo haber participado de esas cosas (silencio). Un documental como Operación Travesti (nota: dirigido por Rodrigo Ottaviano, es un homenaje a los 30 años de Travesti) es otra cosa, pero los clásicos documentales donde se cuenta cómo era tal persona no me interesan. Para que se entienda, a mí me gusta el de la Velvet Underground donde está John Cale y Maureen Tucker. Lo que me aburre es cuando llega alguien a dar su testimonio, porque es idolatría.

-¿Idolatría?

Yo creo que la idolatría hace mucho daño, tanto al que es idolatrado como al que idolatra.

Argentina, 2024

Melero es una persona profundamente política, que arruina las reuniones sociales recordando que los smartphones son producto del trabajo mal remunerado de países del tercer o cuarto mundo. Algo que choca con quienes, producto de su imagen elegante —traje, gafas a lo Scott Walker, tonos combinados—lo veían desde los 80 como alguien adinerado o con parientes en Europa. Él se ríe de eso, porque es hijo de la esa Argentina ilustrada de clase media que ya está muriendo y porque eligió los teclados. ¿La razón? Eran más baratos que las guitarras.

-¿Cuál es tu posición frente al presente de Argentina como músico y animal político? ¿Vivimos en una distopía?

Lo que veo es confusiones, inducciones. Siempre que hay una grieta social, es porque de los dos lados hay mucha gente equivocada. Eso lo veo a nivel global. Luego, si vivimos en una distopía, en ese sentido, quiero decirte que yo creo que eso ocurre desde hace muchos siglos. Eso no quita que al final la vida es aquello que cultivamos con aquellos que no son cercanos. También es compasión y al mismo tiempo, en medio de una educación que tiende a que te salves vos mismo, y además que si no lo haces es culpa tuya. Pero yo creo que el mundo fue siempre horrible y no ha mejorado demasiado. Esa es una de las más grandes pantallas mentirosas que hay.

Al ser consultado sobre sus proyectos para este 2024 dice, sin ninguna ironía, que es “una muy buena pregunta porque hace que no promocione mi disco a punto de salir”. Y luego, dice que está grabando otro disco que es muy diferente a Ultracromático y que lo estará interpretando donde sea posible. “Ya estamos tocando temas hace rato del disco nuevo y llegamos al punto en que están cambiadas de formato como si fuera el recuerdo de una canción de hace 20 años”.

Travesti, el documental

Rodrigo Ottaviano es mánager, productor y amigo de Daniel Melero, quien dirigió el documental Operación Travesti e impulsó además la reedición del disco, considerada una de las obras cumbres tanto de Melero como del rock argentino.

Como nunca se había presentado, se hizo un show especial en noviembre de 2019 cuya entrada permitía comprarlo. Se agotaron los tickets.

“Cuando empezó la cuarentena, pensamos en hacer un montaje del show y publicarlo como show en vivo y hacerlo girar, ya que no se podía girar en persona”, explica el director. Después encontraron un VHS sin títulos con entrevistas a Melero que no están en Youtube o backstages de los dos videos del disco: Quiero estar entre tus cosas y Resfriada. Lo más interesante es una entrevista de un canal desaparecido donde Melero habla sobre cómo la guitarra esta vez fue el instrumento madre y la cinta se fue armando.

Este registro, donde podemos apreciar al Melero tan creativo como conversador, se suma al “Retrato incompleto de la canción infinita” (2020, Roly Rauwolf) y los cientos de entrevistas en internet que lo acreditan como uno de los grandes agitadores de la canción pop en nuestro idioma.

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