Columna de Marisol García: El compositor que no existe
Los caminos de la auténtica creatividad son en sí mismos amenazantes y difusos, sin límites claros entre inspiración, técnica y decisión. Qué bueno que así sea. La canción que emociona no es la que está mejor armada. La IA no puede (aún) con ese misterio.
Una comprensible nostalgia (o acaso simple curiosidad) lleva en sus ratos libres a Laurie Anderson a chatear con un bot que se hace pasar por su ex marido.
Un experimento del Institute for Marchine Learning de la Universidad de Adelaida ofrece responder preguntas y proponer ideas creativas como lo haría Lou Reed, el fundamental músico y agitador cultural fallecido en octubre de 2013. El sistema ha incorporado un archivo de entrevistas, escritos y canciones procesados al detalle para imitar la lógica y tono del autor.
Según su viuda, al menos un cuarto de los resultados la deja asombrada: “No es que yo crea estar hablando con mi marido muerto ni componiendo canciones con él, pero la gente tiene estilos, y estos pueden ser replicados”. El mes pasado, parte de esta experiencia se mostró en público en un festival organizado por la citada universidad australiana (había estado antes también en Estocolmo). No hubo más que acudir al catálogo de Reed para un título apropiado: I’ll be your mirror.
Ya no es noticia que una creación animada consiga hits ni que una banda disuelta pueda salir de gira -ahí está la exitosa residencia de avatares de Abba en Londres-, pero sí surge como una nueva alerta la posibilidad cierta de que pronto tengamos canciones o piezas compuestas por músicos muertos. Compositores que no existen, ya hay.
Hace cinco años, el dúo estadounidense YACHT obtuvo una nominación al Grammy por un disco cuya música, letras, carátula, títulos y material promocional fueron creados con IA (el nombre de la banda es una sigla que en inglés reduce la frase: Jóvenes Americanos Desafiando a la Alta Tecnología).
Las bases de este tipo de premios están siendo reformuladas frente a la aparición de competidores impensados hace una década; puntualmente, autores, intérpretes y arregladores sin atisbo de humanidad.
Quien sea esté bajo el seudónimo Ghostwriter se ha empeñado en desafiar la institucionalidad como una forma de activismo, haciendo circular canciones generadas por IA que simulan voces y estilos conocidos sin que el resultado califique exactamente de sampleo, copia ni cita. Busquen por ahí su Heart on my sleeve, un supuesto dueto entre The Weeknd y Drake que los abogados de Universal Music consiguieron se considerara ilegal.
Aún en estado de testeo por parte de Google, la herramienta MusicLM puede componer canciones a partir de instrucciones verbales (“jazz suave para una cena entre amigos, con énfasis en los bronces”, “punk furioso contra el sistema educacional”, “canción de cuna latinoamericana, con piano y arpa”, cosas así).
El disco Mirage FM se jacta de ser el primero en haber sido creado con un sistema similar de texto-a-sonido. Asomarse a su uso resulta tan fascinante como preocupante, pero siempre fue así con los avances técnicos en música, desde el gramófono a la batería programada. Los caminos de la auténtica creatividad son en sí mismos amenazantes y difusos, sin límites claros entre inspiración, técnica y decisión. Qué bueno que así sea. La canción que emociona no es la que está mejor armada. La IA no puede (aún) con ese misterio.