Fue en Buenos Aires, en 1932, cuando en las páginas del diario trasandino La Nación Gabriela Mistral publicó un texto que tituló Menos cóndor y más huemul. Era habitual en ella que realizara escritos para los matutinos, primero de su natal región de Coquimbo, luego de otros sitios. Los bonaerenses leyeron en la edición del 17 de abril de ese año una lúcida reflexión en torno a los animales que aparecen en el escudo nacional de Chile.
A Mistral le disgustaba el sentido que en su tiempo se le daba al cóndor, símbolo de la fuerza. “Tanto ha abusado la herádica de las aves rapaces, tanto milano en divisas de guerra, que ya dice poco, a fuerza de repetición, el pico ganchudo y la garra metálica”. En contrapartida, se quedaba con el huemul. “Quiere decir la sensibilidad de una raza: sentidos finos, inteligencia vigilante, gracia. Y todo eso es defensa, espolones, invisibles, pero eficaces, del espíritu”.
Este texto forma parte del volumen Escritos políticos, que la editorial Fondo de Cultura Económica (FCE) acaba de publicar en nuestro país compilando los textos que Gabriela Mistral escribió sobre pensamiento político. En esto abarcó una serie de temas. La podemos leer hablando sobre identidad chilena, el contexto político de su tiempo, los problemas de las mujeres (acá abordó el sufragio femenino), los derechos humanos, América Latina. La selección de material, prólogo y notas, las realizó el destacado investigador mistraliano Jaime Quezada Ruiz.
Quezada comenta a Culto cómo entender el inquieto pensamiento político de la Premio Nobel de Literatura 1945. “Hay una frase de la mismísima Mistral que lo define todo: ‘Yo tengo el hábito del chileno viejo de decir lo que pienso…'. Y ese pensar será en ella, y desde muy temprano, un compromiso de patria sin quisquillosidad alguna en el ver, el sentir y el vivir las realidades sociales, agrarias, educacionales, indigenistas, mujeriles, ciudadanas e ideológicas, en fin, en sus contingencias históricas y nacionales. Y sobre todo en ella que no estuvo nunca ajena a esas realidades contingentes en su desvivir y en el hacer la historia crítica y ciudadana de una época; época crucial de un Chile primera mitad de un siglo XX. Y esto de hacer historia crítica -’del civis social y del civis político’, como dice- vino en ella desde muy temprano, desde aquel esencial y visionario artículo La instrucción de la mujer-, escrito a sus 15 años, y que le traería no pocos pesares en la sociedad conservadora de sus gentes serenenses. Y acaso aun antes, muchachita que admiraba los retratos del presidente Balmaceda en los talleres de los zapateros remendones de sus aldeas coquimbanas”.
“Todo este acervo inicial de ‘hacer historia’, a la par de sus labores de maestra rural y de sus creaciones poéticas de ternuras y desolaciones, se harían una voluntad de ser permanente y ‘oficio de creación de patria’ en sus afanes urgidores de civilidad y democracia, así estuviera en Chile o en sus errancias por el mundo. ‘Yo la insufrible demócrata’, dirá ella misma. O definiéndose como ‘una hija de la Democracia chilena’ en la ceremonia de la entrega Premio Nobel de 1945. Y todavía más: ‘Por mi voz hablan las mujeres de la clase media y del pueblo’”.
¿Hay alguno de los escritos políticos que lo haya sorprendido?
Más que sorprenderme, ¡admiración y hallazgo! Pues toda la prosa recadera de Gabriela Mistral, además de su belleza y motivadora escritura, conlleva un matiz de reflexión y arte de pensar que no escapa a la idiosincrasia del país, así sea sea un “recado” sobre la naturaleza (que también ecológicamente es política) o sobre su propio valle de Elqui en su geografía regional (que política es también). Quiero decir que lo sorprendente está en aquella tenacidad y veracidad de sus decires que, entre elogios y verdades está también un denunciar los agrios materiales de la realidad cotidiana de un país. Tal es el caso, por ejemplo, de su vivificador recado Menos cóndor y más huemul, figuras heráldicas de nuestro escudo nacional, que no deja de ser una desmitificadora parábola de la realidad del país. Ella confesaba su escaso amor por el cóndor que, al fin de cuentas, es un hermoso buitre. Prefería al sensitivo huemul, que bien mostraba esa sensibilidad de una raza. “La predilección del cóndor sobre el huemul –decía- acaso nos haya hecho mucho daño. Algunos héroes nacionales pertenecen a lo que llamaríamos el orden del cóndor”. Será este antológico y rotundo recado (entre muchos otros), con toda su fábula y alegoría desmitificadora que conlleva, el que me sorprendió desde el día mismo que lo rescaté de una vieja página de periódico y me sigue admirativamente sorprendiendo por su vigencia en las moralidades y civilidades del país patrio que hoy somos.
Quezada comenta que el trabajo de recopilación fue arduo, considerando que había una dispersión. “Los textos que integran este libro vienen de un proceso de investigación y rescate largo, cuidadoso y paciente, pero laborioso y gozoso. Revisando diarios y revistas, tanto en nuestra Biblioteca Nacional de Chile como en otras bibliotecas y archivos del país y del extranjero, me llevaron su buen y fervoroso tiempo de reunir tan valiosa y dispersa prosa que daría origen a estos Escritos políticos. A medida que yo daba con este o aquel ‘recado’, no seleccionado antes por mano mistraliana alguna, era un dar gracias a nuestra mismísima Mistral por entrar en su escritura y en sus reveladores pensamientos. Las dificultades, si las hubo, estaban en el copiar o fotocopiar o transcribir tan inéditas materias, y en aquellas décadas finales del siglo XX a pura punta de lápiz o a pura máquina de escribir no más, porque este libro viene desde entonces en una edición primera (Fondo de Cultura Económica, 1994), hace exactamente treinta años, años por cierto que perduran visionariamente y vigentes como en esta edición de hoy. El tiempo ciudadano no amarillea en estas páginas, lo resplandece”.
Pacifista y sufragista
En estas páginas, vemos a Mistral tocando temas contingentes para su época. Por ejemplo, el sufragio femenino. En 1932 escribió celebrando que en diferentes países de Europa y en Estados Unidos ya se reconocía el voto a las mujeres; y en Chile, un decreto de 1931 ya reconocía primariamente el derecho aunque solo para aquellas que “sean propietarias de un bien raíz situado en la comuna de su residencia”. Pero Mistral estaba feliz: “Las mujeres chilenas podemos ahora votar. Lo elemental es que votemos no como adláteres, sino como mujeres que anhelan aportar algo de feminización a la democracia”. El derecho fue perfeccionado en 1934 -permitiéndolo de modo universal- y debutó en 1935 en las elecciones municipales.
Incluso, en ese 1932, Mistral lanzó una predicción: “Nosotras partimos y llegamos de la tierra a la mesa, de lo tangible a lo factible, sin embriagarnos en teorías ni perdernos en dédalos de discusión ideológica. Por eso algún día Chile elegirá a una mujer para la presidencia de la república”.
En diciembre de 1951, cuando se desempeñaba como cónsul en Nápoles -y ya había recibido el Nobel- envió un oficio al ministro de RREE titulado Mis ideas sociales. Ahí vemos su posición política más bien humanista e independiente. “Mi postura a favor de la paz no dimana de partido político, pues no pertenezco a ninguno. Mi posición moral de pacifista es la reacción normal que la guerra levanta en una mujer, y particularmente en una exmaestra y en una hispanoamericana que sabe la estrechez de nuestros recursos”. Y aseguraba que se negaba a caer en la confrontación. Postura bastante llamativa en los primeros años de la guerra fría. “Mi índole refractaria al extremismo político no ha mudado y, por el contrario, se aferra más a su viejo concepto de que la política de los dos superlativos, el ultratradicionalista y el futurista, dañan a nuestra América criolla de norte a sur y le consumen los años o en una especie de calentura ecuatorial o en una inercia mortal”.
Además, se incluyen cartas que entre 1921 y 1940 le escribió al ministro, senador, y posteriormente Presidente de la República, Pedro Aguirre Cerda, gran amigo de la poeta. También escribió sobre otras personalidades políticas de su tempo, como Arturo Alessandri Palma, Juan Antonio Ríos, Eduardo Frei Montalva, o Gabriel González Videla. Sobre su vínculo con el primero, Quezada nos comenta: “Pedro Aguirre Cerda será para la maestra rural uno de aquellos ‘derroteros morales nuestros’ y una amistad tutelar, orientadora y protectora desde sus largas conversaciones en la tranquilidad lugareña de Pocuro a los años del Frente Popular con el político radical en la Presidencia de la República. Años vivenciales en las realidades contingentes patrias. Recuérdese que Aguirre Cerda, autor de un libro-tesis titulado El problema agrario (1929), dedicará a toda plena página a Gabriela Mistral: ‘a usted que ha inspirado esta obra’”.
“A su vez, y mucho antes, Gabriela Mistral, en un acto de admiración y gratitud, le dedicará Desolación (1922), su primer libro: “A Pedro Aguirre Cerda, guía y único protector de mi carrera, y a quien debo la hora de paz que vivo”. Esa hora de paz que bien queda revelada en estos Escritos Políticos a través de las notabilísimas cartas en las cuales están los vivires y los desvivires de una Gabriela Mistral que no descuida las realidades humanas y ciudadanas de su tiempo. Consejera también: ‘Don Pedro, quiera oír a su compatriota que nunca ha mentido’, le dice a manera de posdata en una carta. Y Aguirre Cerda no sólo la escuchó, le abrió la ruta a la educación chilena, y al diálogo plural y cívico de un Chile del siglo XX”.