En vida, el escritor argentino Macedonio Fernández solo publicó tres libros. No toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928), Papeles de recienvenido (1929); y Una novela que comienza (1940). Aquella breve producción, pero de alta calidad, le bastó para insertarse en el canon de la literatura trasandina, y ser influyente en los escritores de su tiempo e incluso posteriores. Entre quienes se proclamaron sus seguidores están Oliverio Girondo, el mismísimo Jorge Luis Borges, o incluso Julio Cortázar y Ricardo Piglia. Y la estela cruzó Los Andes, ya que Alejandro Zambra incluyó un guiño a su cuento Tantalia en su novela debut, Bonsai.
Pero como suele ocurrir en el mundo editorial, su muerte en 1952 -en la Argentina de Juan Domingo Perón- no terminó con su producción literaria. Entre sus papeles quedaron algunos escritos que sus editores consideraron que debían publicarse. El primero de ellos vio la luz en 1967, 15 años después de la muerte del autor, y se llamó Museo de la novela de la eterna.
Se convirtió en un clásico de la literatura argentina, amén de su idea arriesgada y vanguardista. Básicamente, es un artefacto literario que reúne una serie de 50 prólogos antes de la breve novela que le sigue, y que incluso, deja abierta en su último capítulo titulado Al que quiera escribir esta novela. Como invitando a quien quiera a completar el texto. Un libro con participación del lector, idea que sabemos, Julio Cortázar desarrolló al máximo en Rayuela (1963). Claro que a posteriori se ha establecido que Fernández comenzó a trabajar en Museo de la novela de la eterna hacia 1925.
Hoy, Museo de la novela de la eterna vuelve a circular en las librerías chilenas gracias a una nueva edición realizada por la editorial de la Universidad de Santiago de Chile (USACH). Inaugurando su flamante colección Amerindia, fue su director, el editor y escritor Galo Ghigliotto, quien trabajó para resucitar este ineludible libro de las letras trasandinas. “Para la edición que presentamos, consultamos varias anteriores y nos preocupamos de que los atrevimientos textuales de Macedonio se entendieran no como errores de ortografía, sino como pura vanguardia”, comenta a Culto.
Ghigliotto nos advierte que, como ocurre con Historias de cronopios y famas, Museo de la novela de la eterna es básicamente una novela indefinible. “En primer lugar, porque no responde a la construcción de la novela moderna como se había establecido algunos años antes, ya que esta obra fue comenzada por Macedonio en 1925 y trabajó en ella por varias décadas. También, porque los personajes parecen no serlo, aunque lo son, pero sin serlo. Personajes como la Eterna, es una entidad de difícil definición que a veces parece ser una mujer y otras un concepto; así también Presidente, Deunamor, entre otros. Es un juego que el autor se toma con la seriedad de un niño, siguiendo una frase de Nietzsche, para construir nada menos que un clásico de la literatura latinoamericana, uno que rompe los límites entre el sueño y la vigilia, entre la ficción y otra cosa”.
“Está compuesta de una serie de prólogos que prologan el prólogo siguiente, o anticipan una discusión ética de la escritura, de la vida, del deber ser, en frases, párrafos y capítulos que a veces no tienen conexión posible. En palabras del propio Macedonio, podríamos decir que esta es la obra de un ‘quizagenio’”.
Sobre su rebote en la literatura allende Los Andes, Ghigliotto advierte 2 tipos de influencia: “De una parte, más formal, en cuanto propone una construcción imprevisible ligada a su voluntad, o quizás efecto, vanguardista, de ruptura de la forma tradicional de concebir la novela y desafiar los cánones establecidos –posiblemente, por timidez–. Y desde ahí se extrae un segundo tipo de influencia que es la bajada del Olimpo, para decirlo en términos parrianos, donde el autor se atreve a hablar de una posible ‘primera novela buena’, ironizando con su propia obra, proponiéndola como algo de poca importancia, de poca seriedad, un campo de juego o de entrenamiento donde lo lúdico, lo reflexivo, se abre espacio sobre la seriedad. En cuanto a lo primero, creo que coincide con varias otras expresiones de su época, paralelismos hay varios; en cuanto a lo segundo, me parece que sienta un precedente para lo que será una parte de la literatura latinoamericana que vendrá después, mucho más suelta, modesta, atrevida, sin complejos, en fin, más libre”.
¿Será Museo de la novela de la eterna la obra cumbre de Macedonio Fernández? Ghigliotto pone la pelota al piso. “Es posible. Pero siguiendo al mismo Macedonio podría decir: “Lector: ¡no clasifiques!” En No toda es vigilia la de los ojos abiertos Macedonio reflexiona, filosofa, sobre lo que debe ser y no un texto, toca temas pertinentes a la filosofía, a la narratología incluso, en momentos en que estas estaban poco difundidas o desarrolladas en el ámbito de la novela; el Museo parece ser el exudado de toda esa reflexión, el espacio donde pone en práctica lo merodeado anteriormente, en el que se atreve a intentar escribir una novela, aunque se quede pegado en un prólogo infinito”.