*Pearl Jam - Dark matter
Por largos años, la expectativa ante los álbumes de Pearl Jam radica en la recuperación de la llama extinta desde Vitalogy (1994), reavivada parcialmente en Yield (1998). Para este duodécimo título reclutan al productor rock de moda -Andrew Watt-, especialista en carenar pesos pesados como The Rolling Stones y Ozzy Osbourne, entre otros. Con antecedentes en el pop -Justin Bieber, Miley Cyrus-, Watt intenta conectar pasado y presente. Como resultado, el sonido es masivo y mullido. Cubre espacios, pero carece de ataque. Pretende seducir al público centennial, agitando un símbolo Gen X.
Dark Matter impone orden tras los devaneos new wave descosidos de Gigaton (2020). Rock directo apenas suena la campana con Scared of fear, empalmada con React, respond, una de las composiciones más vigorosas en décadas. Waiting for Steve reúne algunas de las razones por las que Ten (1991) resulta memorable: guitarras con sentimiento, la contención del bajo en actitud punzante, la batería con espacio para el galope épico. Hay cortes lamentables como Something special, mientras el imitado canto onomatopéyico de Eddie Vedder persiste inalterable. Dark matter es lo más rescatable en varios años, como reitera que en términos creativos esta banda no tiene más que agregar.
*Mötley Crüe - Dogs of war
Mötley Crüe suma años dando noticias por motivos extramusicales, desde la tormentosa salida de Mick Mars con ribetes judiciales, hasta las acusaciones de actuar con pistas pregrabadas, en una mezcla de teleserie y hair metal. Sin novedades desde el single The Dirt, parte de la biopic homónima de Netflix en 2019, Dogs of war es la primera canción con John 5 en guitarra. Producida por Bob Rock, responsable del mazazo sónico de Dr. Feelgood (1989), que llamó la atención de Metallica para el Black album (1991), el corte tiene versos con aires de revancha. Pueden estar hablando de los responsables de las guerras en el mundo -un cliché del metal-, pero también de quienes los acusan de shows flojos y decadencia generalizada (“no dejes que esos cabrones te depriman”).
El prólogo instrumental resulta prometedor con una progresión amenazante bajo el impulso de redobles, hasta desembocar en un riff denso y moderno respetando la historia de la banda de Los Ángeles, junto con encarar el presente con solidez. Cuando entra la voz de Vince Neil, la composición cambia de curso hacia un callejón con toques de psicodelia. El solo de John 5 tributa inicialmente el estilo de Mick Mars, para luego lanzarse con su rúbrica de técnica y velocidad, en un interesante apronte.
*Melvins - Tarantula heart
A 41 años de su fundación, Melvins sigue siendo una de las bandas rock más desconcertantes de la historia, especialistas en rehuir la accesibilidad, a pesar de la notoria influencia ejercida en el grunge con fans como Nirvana, y reverencias desde el stoner, el sludge y el metal alternativo. Determinados a ensamblar de distintas formas su alineación que, en rigor, consiste en el dúo del guitarrista y vocalista Buzz Osborne y el batero y cantante Dale Crover, esta vez suman al baterista Roy Mayorga (Ministry) y al guitarrista Gary Chester, además del concurso del bajista Steven McDonald, miembro del grupo desde 2015.
Tarantula heart da la bienvenida con Pain equals funny, un corte de 19 minutos con el ímpetu de un soundtrack, que adereza una oscura cinta clase B. Los cuatro temas siguientes de minutaje más acotado, exhiben pasajes que sugieren que si Melvins quisiera una cuota mayor de masividad, podría tenerla como sucede en She ‘s got weird arms. Pero esa misma canción también expone la intención permanente de torcer cualquier vía de ingreso más llana. Algo parecido ocurre con Smiler, un infierno de riffs y baterías machacantes que se desvirtúa, configura y enloquece, con la elasticidad de unos hechiceros desinteresados en sumar más miembros al culto.