Una foto en el metro fue lo que disparó la imaginación del siempre inquieto Alberto Fuguet (61). Hace unos años, cuando compró un iPhone comenzó a tomar fotos por todas partes, como aprovechando un nuevo superpoder. Un día, viajando en el tren subterráneo vio una imagen que lo conmovió, y con su ojo cinematográfico no dudó en capturar. “Vi a dos chicos compartiendo unos audífonos. Me pareció tan tierno y a la vez jugado. Eso de no tenerle miedo a sus afectos, de desplegar una cierta ternura en un carro de metro lleno de gente. Les tomé una foto. Y ese fue el big bang. Lo valiente de ese gesto, lo jugado. Y la duda de qué escuchaban. Había ahí una historia y a la vez era gracias a la historia que eso podía suceder”.
Con la imagen clara, Fuguet comenzó a escribir. Al principio, no tenía muy claro qué, pero lentamente la idea comenzó a decantar. Pasaron muchas páginas y horas de revisión hasta que agarró forma como una novela ambientada en 1986, que sigue el vínculo entre dos jóvenes universitarios: Clemente Fabres (sí, tal como la calle en Providencia) y Tomás Mena. Ahora ya está lista. Se llama Ciertos chicos. Se trata de su regreso a la novela tras Sudor (2016) y sus otros títulos en tecla no ficción (VHS, 2017; Despachos del fin del mundo, 2020; Rebalsar la piscina mental, 2021).
Ambos chicos parecen diferentes. Por un lado, Fabres, estudiante de periodismo, de clase alta, recién llegado desde Reino Unido donde acompañó a sus padres en el exilio; por otro, Mena, recién ingresado a Literatura, un joven soñador de San Miguel. Pero ambos coinciden en que son algo inadaptados. Prefieren la soledad de la sala de cine, la intimidad de los libros, y la compañía de un buen cassette de New Order o Modern English. Pero además, buscan tener un partner, un “alguien” con quien refugiarse y compartir un mundo interior que parece incomprendido por el resto de los mortales. Su punto de reunión, de hecho, es la disquería Lado B y el fanzine ropa/americana, dirigido, editado y escrito por Clemente.
Ciertos chicos es una novela ágil, emotiva, y que se vincula de forma efectiva con la cultura pop de la generación ochentera. Muy a tono con lo que Fuguet ha hecho con algunas de sus novelas anteriores. De hecho, funciona como un resumen de su universo, no solo porque toca sus habituales tópicos, como el mundo gay, la cultura pop, el under de los 80, o los medios de comunicación, sino porque vemos cameos de algunos personajes de sus otros libros (de Mala onda y Tinta roja) y de su película Cola de mono. Y además es la primera novela publicada vía Tusquets, la nueva casa editora de Fuguet con la que ha reeditado sus libros anteriores.
Y por supuesto, Fuguet recibió a Culto en una otoñal tarde en Santiago para hablar de Ciertos chicos. Está exultante, entusiasta. Escribir una novela es su deporte favorito y nos habla de aquello. “Una novela, ahora recién lo entiendo, es la creación de un mundo y conlleva demasiada energía, demasiada tripa y recuerdos, no acepta que nadie se le interponga y utiliza tanto la imaginación como la memoria. Es, a mí parecer, un formato literario superior y aquel que provoca y seduce más, quizás por lo inmersivo. Y, también, es el más complicado. No basta querer escribir. Se convoca la memoria para que hable. No basta solo tener ideas, ser creativo o disciplinado. No es posible escribir novelas a cada rato. Ahora deseo hacerlo, algo me dice que se liberó algo, que quizás no tenga que esperar ocho años entre cada una. Lo más extraño, aunque totalmente entendible, es la forma cómo es medida la ficción ante otros tipos de registros. He sacado tres libros, además de 3 películas y reediciones, pero nada produce el interés de una ficción escrita. Y supongo que es lógico. Una novela es un terremoto, es botar todo para construir algo que no existía”.
Ciertos chicos pareciera venir del corazón, para citar el título de la película de Coppola. Da la impresión de que es muy personal. ¿Es así?
Hay que ser aguerrido para ser tierno. Y, sí, viene de adentro. Es muy personal. Más que autobiográfica, es muy cercana. Es mi época, la que tuve que padecer y, a la vez, escapar, apostar por la creación, explorar. Conozco muy bien de lo que escribí. Fue recrear una era, un mundo. Mi intención fue modificar el preconcepto de la idea de los ochenta. Quise ser extremadamente sensible sin sentimentalizar la época ni caer en la trampa de la retromanía. Fueron años atroces, pero, también, hubo momentos divertidos y otros llenos de épica. Es el tiempo que me tocó, me parecía que tenía una deuda pendiente, espero que la haya saldado, conmigo y con mis lectores.
¿Cómo fue el proceso de escritura?
Hubo muchos. Casi 6 años, creo. Muchas versiones. Partió como un guion acerca de una noche, algo tipo Antes del amanecer, pero nunca llegó a puerto, nunca se rodó. Y luego llegó la pandemia. Hubo períodos de locura. Escribí una biblia de 92 páginas del futuro libro y sus mundos. Durante una época fueron tres tomos, una trilogía. Continuaba hasta nuestros días. Pero de pronto empecé a mostrarla. Mostrar trozos. Desde luego con Felipe Gana, mi editor, que es como un coach, la conversamos, al principio eran más de tres mil páginas, en sus distintas versiones. Y a veces él no entendía nada. Yo tampoco. Escribí trozos de gente que aún no aparecía, o que no sabía si iban a aparecer. Poco a poco, fui domando ese mar, como me dijo Josefina Alemparte, mi editora en Planeta. Me sirvieron todos los comentarios, las miradas de los otros. Por primera vez, escribí un libro con tantos lectores. Este libro solo se pudo hacer, siento, en Planeta. Hubo mucho rodaje, digamos, pero más posproducción y, en ese proceso, la aparición de Tusquets como sello editorial, la reedición de mis libros en Maxi Tusquets, además de las precisas ilustraciones de María Jesús Contreras, y el apoyo de Ignacio Rebolledo, fueron importantes, claves. Fue como pasar a trabajar en un estudio de cine donde todo te apoyan. Le pedí a una amiga de la época de Periodismo que me revisara algo y terminamos revisando 500 paginas línea a línea por WhatsApp, yo acá y la Chica Mulet en Italia, en voz alta. Leyendo yo todo; ojalá me toque grabar el audiolibro. Y así: me puse a leerla en vivo, a probarla. Tuvo algo colectivo, quizás porque hay tanto personajes. Es el libro que más he trabajado quizás porque era tan grande y hubo tanto que reducir. Al principio todo era con pies de páginas hasta que me di cuenta que podían estar en la prosa. Fue movido, loco, fascinante y por suerte nunca me sentí solo. Es sin duda mi libro más jugado.
El libro abarca bastante. No es solo sobre dos chicos. Es de cada familia, de cada círculo, además de los mundos que se mezclan en fiestas y exposiciones…
Desde luego. Es una apuesta de retratar una era. Y crear dos personajes. Es intentar mirar a la izquierda y a la derecha. Es fijarse en los pies de páginas y hacerlos centrales. Es ver las cercanías de la ciudad, aunque se recorran largas distancias, ver las similitudes y diferencias de San Miguel con Providencia en los ochentas, es una novela que, también, recorre Santiago. Se apuesta por las pequeñas historias. Es remixear en clave pop a Balzac. O tal como en Ragtime de Doctorow, usar a los famosos como cameos e iluminar a los secundarios. Narrar lo no que se ha contado del todo: las fiestas, el deseo rebelde, las ganas de comerse el mundo a pesar de todo, la necesidad de correr otros riesgos.
Como en Mala Onda, vuelves a los 80. ¿Cómo viviste ese ejercicio de escritura retro?, ¿cómo fue el ejercicio de recordar?
Mala onda es de 1991 y ahí volví al comienzo de los ochenta. Precisamente a 1980, a septiembre de ese año, cuando se votó la constitución que actualmente nos rige. Mala onda es más onda disco y mira, creo, hacia los setenta. Ciertos chicos es acerca de la mitad de los ochenta y fue escrito con mucha más distancia, claro. Eran años que nunca toqué: mis años universitarios, por un lado, y la parte más oscura de la dictadura que nadie sabía que estaba de salida. Opté por el año 85-86 porque necesitaba una suerte de calma en una tormenta. La novela ocurre entre el Caso degollados y el Caso quemados, que terminó con el asesinato de Rodrigo Rojas Denegri, que es otro chico que viene del exterior. En septiembre del 86 se produjo el fallido intento de asesinato a Pinochet en el Cajón del Maipo. Todo estos crímenes o hechos han sido escritos, filmados y mitificados. No siempre bien, pero eso es otro tema. Apostar siempre por guerrilleros y víctimas, refocilarse en los victimarios, tiene algo falaz que agota porque las cosas no son así para una mayoría. Me parece fácil embelesar a las figuras que se cuelan en el periodismo y la historia; yo aposté por dos cabros que se mandan mixtapes. En otras palabras, Pablo, yo me quedé con lo que no se había escrito. Ocupé ese espacio. Sentí que siempre se enfrenta a la historia anclándose en hechos impresionantes y se deja de lado la cotidianeidad. Hay más textos del Golpe que de la Unidad Popular. Y la dictadura siempre parece ser en blanco y negro, sin fiestas, sexo, música, emociones, afectos, baile. La vida existía y seguía, y fue una forma de resistir a la represión, intentar liberarse de las otras represiones. Vivir al máximo es lo que desean mis personajes, Tomás y Clemente, es una la gran forma de combatir la oscuridad, el apagón, la mediocridad y la muerte.
¿Es todo autobiográfico?
No, para nada. Y a la vez sí. Todo es autobiográfico, personal, cercano. Ya hablar del libro así, al tener que desmenuzarlo y pensarlo, me complica y ruboriza. Toda novela tiene algo de caballo de Troya, pero aún no estoy qué viene escondida en ella. Ahora me toca descifrarla, mostrarla y hablar sobre Ciertos chicos.
¿Tuviste un Tomás?
En esa época, claramente que no. Ojalá. La novela es personal por eso: extrae desde lo que pudo ser, de cómo quise que fueran las cosas. Para eso está la ficción: para vivir lo que uno no pudo o hizo mal. Creo que muchos sí podrán conectar con su memoria emotiva personal. A todo esto, ¿por qué crees que soy Clemente en todo caso?
Porque -como Clemente- también llegaste a Chile tras crecer en Los Ángeles. ¿Te pasó como dices en la novela que venir de afuera “te daba un superpoder maldito: veías todos los errores, trabas y provincianismo”?
Me identifico con Clemente, sin duda. Aunque él viene de otro mundo, más político, más de ONG, con más países en su mochila. Pero sí, ver las costuras, tener ojos como rayos X, ser sofisticado, tiene algo de superpoder autoflagelante.
Esta novela es el vínculo entre dos jóvenes, dos chicos. Podría entrar en la categoría de novela gay. Si bien hay novelas y narraciones del mundo homosexual y LGBT+ en la narrativa chilena, ¿considerabas que faltaba una novela como esta?
Creo que faltaba una novela así y punto, sin rotular. Sino para qué escribirla. Faltaba una apuesta por una novela grande, que intenta resumir una época y que tuviera una historia sobre los afectos y la vida en tiempos oscuros. Love is love. Se escribe poco de vínculos. A veces creo que se les teme. Mucho tema importante, pero poco acerca de lo que importa. Para que esta novela funcione como deseo que funcione, todos los lectores deberán sentir algo así como ternura y palpitaciones provocadas por recuerdos o al identificarse, sean quiénes sean. La novela sin duda mira la historia desde un prisma queer, se fija en cosas que otros no se fijarían, pero su apuesta es universal. Es acerca de la dislexia de los afectos, vengan de donde vengan. No intentes clasificar, incluso cosificar, todo. Esto supera los nichos, es transversal en muchos sentidos, incluso en un sentido generacional. Toda novela que intenta perdurar debe intentar ser específica y, a la vez, universal. Lo específico es la necesidad de dos universitarios de querer conectar. Ser uno en la ciudad. Como esa canción punk de The Limps: Someone I Can Talk To. Es el ansia de conectar, de tener un aliado, “alguien con quien hablar” parar “estar los dos solos en la ciudad”.
Da la impresión de que una de las influencias de la novela es el cine. Si se filmara, ¿quién te gustaría que la dirigiera?
Si se hubiera filmado en los ochenta, sin duda Jean Jacques Beineix, el francés de Diva y Betty Blue. Ahora, solo lo podría dirigir una mujer. Y ojalá la más sensible y ondera de todas: Sofía Coppola. Sabría cuidar a los actores y a los personajes. Entendería. Lo entendería todo. Sin duda a veces la canalicé.
¿Ves conexiones con el ahora, con el presente?
Prefiero no hablar de los supuestos spoilers, pero sí, sin duda. Esta novela es sobre la mitad de los ochenta, pero fue escrita desde el ahora. Desde el estallido, desde la pandemia, desde el triunfo de Boric (que claramente es un chico sensible) y ese verano lleno de posibilidades antes de asumir, desde un cambio de paradigma respecto a muchos temas que hasta hace poco eran tabú. Así que sí: mirar el ahora me hizo darme cuenta de los pioneros, de aquellos se la jugaron y vi, claro, muchas conexiones. Para Clemente y Tomás, el ahora es el futuro; para los que lo lean, ojalá sea de alguna manera el presente o un pasado que conversa todo el rato con el hoy.
Imposible no hacer esta pregunta. Clemente Fabres es el nombre de una calle, incluso en un momento de la novela le echan una talla al personaje por eso. ¿Cómo fue que decidiste llamarlo así?
Me pareció una suerte de economía o taquigrafía para establecer que Clemente viene de una suerte de estirpe. No todas las familias vienen de un linaje que conlleva una calle. No todos se llaman como una calle. Clemente no tiene la oportunidad de otros de intentar no parecer lo que es: ser de la elite. Ser parte de aquellos que armaron tan mal el país y llevarlo a los diversos despeñaderos.
Clemente y Tomás son ñoños, nerds, que sienten que no encajan en ninguna parte con la sociedad. Tienen algo de desazón por el mundo y Santiago de los 80 no les gusta nada. El pop es su vía de expresión y escape. En tus novelas suele haber algún personaje así. ¿Qué te llama la atención de las personas “distintas” para que las ficciones tanto?
No los veo como ñonos. ¿De donde sacaste esa palabra? Quizás tú los ves así o leíste la novela desde ese ángulo. Los veo más bien sensibles, cultos, ansiosos. Acaso incluso cool, estilizados. Son distintos, sí, pero en un sentido amplio. Que lata escribir de gente que se siente parte de un todo, que quieren ser iguales al resto. Los raros tienen más ángulos, más contradicciones, son más literarios.
Ciertos chicos tiene un homenaje a la radio, a los casetes, a las acciones de arte, a las revistas, las disquerías, el cine. ¿Era tu universo por esos días?
Transcurre en una era análoga. Hoy todo es digital. La tecnología altera la forma en que nos relacionamos, como nos paramos en el mundo. Más que un homenaje, fue un deseo de regresar a una época en que no todo estaba en tus manos y todo era más corporal.
¿Tenías como ellos un lugar como Lado B, un “lugar seguro” para darle rienda suelta a tu gusto por el pop?
Yo recién siento que tengo un lugar seguro. Chile, con o sin dictadura, no es un país que tolera mucho los distintos. Y siempre ha detestado el pop. Creo que IPC con Iván Valenzuela en Concierto el año 90 fue seguro, pero duró poco. La revista Rock & Pop debe ser revistada, como la Mundo Diners. Recién hubo algo de refugio en la “Zona”, pero era duro porque era lugar de resistencia en medio del mal, la maldad y la locura. Ser atrevidamente pop es complicado y uno nunca puede sentirse seguro ni hojeando El Mercurio. Lo usé mientras pude, hasta que ya no pude más.
Los personajes, si bien viven en dictadura, tampoco dramatizan demasiado sobre el asunto. Pocha, por ejemplo. O los mismos Josué Nilo o Lucio Galdames, se preocupan más del “apagón cultural” que de derrocar a Pinochet. ¿Te interesa relevar otras miradas sobre los 80 menos comprometidas políticamente?
¿De verdad crees que unos jóvenes new wave podrían derrocar a Pinochet? Esa es una preocupación inventada a través de una épica narrativa que quiere ser algo más. Esa es una de las razones que justifican esta novela. La ficción falsa no vende la idea de que la historia siempre es en pasado y nunca en presente. Si se novela estos últimos años creo que queda claro que no siempre la gente se comporta como héroe ni menos opta por estar del lado de la Historia sino vivir sus historias. Los protagonistas (muchos de los personajes secundarios también) de Ciertos chicos están a mil viviendo sus vidas e intentar iluminar un apagón, es una tarea titánica, tal como lo es poder sentirse libre o visibilizar sus afectos cuando todo está en su contra. Fueron estos chicos los que al final derrocaron a Pinochet y, por sobre todo, a sus esbirros en los poderes facticos que le temían a los cambios y nunca entendieron, de ambos lados, el poder desestabilizador de la cultura. Mira: como escritor me interesa contar historias y ellas ocurren en un contexto determinado. Que si me interesa relevar otras miradas sobre los ochenta, puede ser. Decir que eso es “menos comprometido políticamente”, es reducir la experiencia humana al contexto en que ocurren. Los video clubs, la llegada del retail, la forma de formar familias, etc., también son cosas que ocurrieron en esa época. Los Josué, existían. Los Lucios, también. Que son dos personajes secundarios, pero principales, de la novela y con trayectorias vitales distintas. Por otro lado, ¿qué significa “dramatizar demasiado”? ¿Intentar ser feliz en un contexto complejo? ¿Buscar disfrutar lo que haces, aunque todo se caiga? ¿Seguir creyendo en el amor, mientras todo esté lleno de dolor? Sin más, te aseguro que hoy mismo hay muchos preocupados más por el “apagón cultural”, que por cambiar el sistema.
¿Consideras que en los 80 pasaba mucho más en el under y en la cultura que lo que ocurre ahora?
Tiendo a tratar de no sacar conclusiones con el presente. Aún no se escribe el presente. Sin duda, creo que lo que se consolidó en los noventa y, por lo tanto, aquello que actualmente se está viviendo, se fraguó en los ochenta. Era la resistencia a la resistencia. Era aquello que floreció en los márgenes. El haber realizado el documental Un nuevo estilo de baile con Cristián Opazo me conectó a esa época, en la que partí escribiendo y comencé la universidad. Ahí se fraguó todo. Casi hice un corto o un largo de ficción, pero no se pudo. Hubo un guion que se aproximó a un bosque de algo que iba a ser dos chicos caminando durante el toque de queda. No se pudo hacer por pandemia y dinero, pero ahí di cuenta que había mucho qué contar, que antes no tenía la valentía de enfrentarme a todos esos traumas y fantasmas. Y sí, era necesario celebrar esa época. El pasado no puede siempre caer en las manos de los narradores sin vuelo que lo cuentan todo desde una supuesta voz de la historia oficial. Ciertos chicos se vale de todo aquello que se susurraba, que ocurría pero no se articulaba. Usa la novela romántica para crear un fresco de la época y armar un Santiago literario que, siento, no se había escrito.
Al leer Ciertos chicos, llama la atención que es una especie de universo en miniatura de toda tu obra. Hay referencias a tu película Cola de mono, a tus otras novelas -aparecen Matías Vicuña y los personajes de Tinta roja-. En tus libros anteriores eso no se ve tanto como en este. ¿Cómo pasó esto?
No tiré la toalla, creo. Es insistencia, deduzco. Es, al final, un universo. Son más de 33 años desde la aparición del combo Sobredosis - Enrique Alekán. Llevo 40 años escribiendo en medios. Al final se arma un universo si uno es leal a sus impulsos y no intenta andar complaciendo a los otros. Es un cierto Chile, un cierto Santiago, unos ciertos chicos. La novela se fraguó durante el estallido y partió en pandemia. La escribí como si fuera la última. Tiene algo de resumen, pero más que cierre tiene algo de partida también. Todo llega o sale de acá, creo. De hecho, parte de la gracia del título es casi me sirve como posible título random o alternativo a toda mis escritos y producciones. Sin duda Cola de mono podría llamarse Ciertos chicos. Mala onda es Cierto chicos. Por favor, rebobinar e Invierno perfectamente pudieron llamarse Ciertos chicos. Siempre me apostado por un cierto tipo de personaje masculino levente dañado, sensible, extraño, raro, distinto. Da lo mismo su orientación o profesión, son el tipo de personajes que me interesa y me intuición me dice que se parecen a muchos que circulan por ahí
Como te decía en la pregunta anterior, nos reencontramos con Matías Vicuña. Con él también te reencontraste el 2008 con el cortometraje Matías va a terapia. ¿Es tu personaje favorito?
Diría que me cae extremadamente bien y, para ser hetero, es en extremo sensible. Es muy adelantado.
Clemente dirige un fanzine ropa/americana, ¿era parte de tu vida el leer fanzines?, ¿hiciste algún fanzine?
Ojalá. No tuve con quién. Hacía fanzines personales y llenaba cuadernos a solas. Creo que no leí muchos fanzines. Los que hacían en Matucana, que eran cómics. Poco más. Sí leía mucho material del exterior que llegaba de contrabando a los kioscos del Paseo Ahumada. Luego empecé a escribir para medios, muy chico. Primero en inglés, en un diario semanal llamado The Santiago Chronicle y luego en la Análisis y en el Apsi, eran crónicas pop que algún día quiero compilar. También escribía de cine en la Enfoque e iba al taller de José Donoso, hasta que me echó. Pero no: no tuve un fanzine. Eso es invento. Tampoco había una radio Eclipse. Viene, deduzco, de un deseo de cómo hubiera querido que las cosas fueran y no tanto como fueron.
Si bien es algo de lo que has hablado antes, en Ciertos chicos también repasas la “Moral” de los estudiantes de izquierda en las universidades, enemigos del pop “imperialista”. ¿Ves algo de ese mismo discurso hoy?, ¿Es comparable a lo que llamamos la moral “Ñuñoa”?
No para nada. Además, no hay que confundir a la izquierda de ahora con la de entonces. Han pasado casi 40 años desde 1986 y algo han cambiado las cosas. Es cierto: hay gente intolerante en ambos extremos, pero mi impresión es que cuesta creer que durante la Unidad Popular el libro de más éxito fue exitoso fue Cómo leer al Pato Donald que básicamente es un pasquín contra Disney. La izquierda joven, que es la tiene el poder, es ahora muy Disney, muy de arbolitos y corazones y todos han visto Frozen. Eso me parece un triunfo pop. Ni Stephen King ni Steven Spielberg son odiados. La izquierda abraza las diversidades, no las repelen. No como antes. Yo no tengo tanto claro como es el ahora, pero sí sé que antes teñirse el pelo azul o escuchar The Cure o volverse loco con el cine americano tipo La ley de la calle era un riesgo. Provocaba bullying. Sentir algo por un compañero no era algo que podía permitirse un compañero. El círculo que rodea al personaje de Clemente en Periodismo es un grupo de gente inculta y aterrada que sueña con instalar un modelo a lo Nicaragua. La izquierda de esa época que irrita y aterra tanto a Clemente es capaz de alienar incluso a los de la misma izquierda, como es el caso de Clemente y su familia, que son exiliados/retornados. Ñuñoa está lleno de cafés con masa madre y que tienen pocillos de agua para las mascotas. Ñuñoa es súper friendly a los distintos. Si escribí de Belgrado 11, de la Escuela de Periodismo que usaba a la Dina como su sede, es porque me pareció un sitio nefasto y a buena parte de los integrantes de esa época aún los temo. Pero eso sin duda era mejor que el mundillo opuesto: el del Opus y el de los adictos a Jaime Guzmán. El mundo en esa época era binario y ya sabemos que el mundo no lo es. La novela intenta meterle color al blanco y negro, desea inyectarle ambigüedad a la intolerancia. Mi meta fue mostrar los afectos dentro de una cierta resistencia. Veo a la izquierda ultra pop, más diversa. Quizás no se dan cuenta o en efecto es así. El otro día fui a dar la clase inaugural de la Escuela de Periodismo de la Chile. Fui aterrado, tiritaba. Tuve que tomarme un Neuroval. Casi vomito en el baño. Veía fantasmas a pesar de que no había nadie de esa época y estaba en otra parte, en un campus con mucha onda. Y fue genial todo: los profes, el hecho que periodismo comparte facultad con cine y tv. Había alumnos tatuados, con looks divertidos, pelos teñidos, poleras Star Wars. Firmé libros míos. Todo muy raro. Clemente habría estado en shock.
¿Consideras Ciertos chicos como una declaración de amor al pop de una época y al pop de una generación?
Es una apuesta literaria que intenta ser pop y desea remixear el legado de Manuel Puig y, de alguna manera, mis libros y películas. Intenta ser del tipo de novela que los del Boom que no hubieran aceptado. Ciertos chicos responde y escucha y procesa varios géneros: la novela joven (Young Adult); la comedia romántica; la novela del expatriado; el Bildungsroman y así. Es una declaración de amor, pero también es inyectarle pop a la prosa. Es una novela que intenta usar el lenguaje chileno y hacerlo universal. Es generacional, pero en el sentido a que apuesta a las nuevas generaciones (post Rock & Pop, post “Zona”), que no le tiene miedo a los medios masivos, a la tele, a la radio, a la música. Es un libro que el Cura Valente seguiría odiando porque sigue sin entender nada. Ciertos chicos intenta poner por escrito muchas sensibilidades audiovisuales: la novela gráfica, el manga, la miniserie, los blogs, etc.
¿Esta novela es la “Revancha de los nerds”?
¿Te parecen nerds? A mí me parecen cool. Además de tiernos, engrupidos. Tienen algo de nerds, pero adelantados: creen y necesitan de la cultura pop para legitimarse, para completarse. Pero no ando para revanchas. Ganamos qué rato. Es más una celebración. Y tiene algo emo, no en el sentido de Belle & Sebastian, pero sin duda aposté por una estética indie y con el corazón abierto. Si en Sudor la apuesta era por el desnudo frontal, acá es una operación a corazón abierto, sin miedo a la talla, a quedar demasiado expuesto. Esto es puro sentimientos, son emociones destiladas y algunas incluso lanzadas sin procesar para ver si al conectar con otros se desvanezcan.
Con 61 años, ¿Sientes que estás como en una etapa de mirada en retrospectiva?
No sé. No creo. Sí te puedo decir que no es lo mismo escribir una novela de jóvenes siendo joven que hacerlo con mi edad. Mala onda se escribió con drogas, para expulsarla. Por favor, rebobinar fue una lucha para combinar la depresión y una salud mental frágil con la necesidad de retratar a mi generación. Para mí, este libro mira hacia atrás y mira al mismo tiempo al presente. Y lo hace con distancia, con cariño, creo, con libertad. Para mí, el verdadero personaje principal es el narrador. Es, al menos, mi narrador favorito de todos porque es una tercera persona destilada, que entiende, que mira, que opina a veces, que recuerda e intenta recuperar el tiempo perdido.