Antes que José Miguel Carrera fuera el prócer de la independencia de Chile, era un jovencito de familia encopetada, terrateniente y de muy buena posición social. Tercero de cuatro hermanos que terminarían siendo protagonistas de la historia de Chile (los mayores Javiera y Juan José; y el menor Luis), con su carácter carismático parecía querer comerse el mundo en que habitaba. “Un hombre atractivo y elegante, decidido, rebelde y ambicioso. Desde niño había demostrado una inteligencia superior”, lo describe la historiadora Soledad Reyes, en su reciente libro Aún tenemos patria (Planeta, 2024).

Acaso mostrando desde muy joven su carácter inquieto, Diego Barros Arana escribió de él: “Su espíritu inquieto y sus naturales inclinaciones formaron de él un muchacho alegre que pisoteaba las preocupaciones más arraigadas en la Colonia, y burlaba a los hombres más encumbrados”.

Y vaya que le trajo preocupaciones a su padre. Con 20 años, y aprovechando su labia, carisma y facha, comenzó una aventura con una mujer, Manuela Guzmán. Hasta allí, nada fuera de lo común para un muchacho encantador y con verso. Pero el detalle es que Guzmán estaba casada. Su marido se llamaba Joaquín Aguirre de los Álamos.

Por supuesto, como buenos amantes, buscaban cada ocasión que se presentase para poder estar juntos. Una de ella, coincidió con un viaje de Aguirre a su fundo. Pero, como cuenta Soledad Reyes en su citado libro, vino un imprevisto. “La calesa en que (Aguirre) viajaba falló y tuvo que volver sorpresivamente a Santiago. Faltaba poco para las diez de la noche”.

Sorprendido, y viéndose perdido, Carrera optó por una salida “hacia adelante” y realizó una jugada audaz. “Se cuenta que fue el propio José Miguel quien le abrió la puerta al marido de su amante”. Es lo mismo que se la atribuye a Manuel Rodríguez, quien años después habría abierto la puerta del carruaje de Marcó del Pont haciéndose pasar por un mendigo. Por supuesto, la noticia comenzó a correr por la alta sociedad santiaguina como si fuese un viral de nuestros tiempos.

Y las cosas se pusieron tensas para el joven José Miguel. “Carrera fue amenazado de muerte -señala Reyes-. Manuel Rodríguez lo ayudó a escapar y lo tuvo escondido durante un tiempo. Manuela tuvo que irse de la ciudad hasta que las cosas se calmaran”. Fue tal la escandalera que hasta el obispo de Santiago tuvo que intervenir en el entuerto. “Presionó a las autoridades para José Miguel reparara su falta de algún modo”. Sin embargo, su padre, don Ignacio de la Carrera (futuro vocal de la Primera Junta Nacional de Gobierno), haciendo gala de sus buenas conexiones con el poder, habló con el gobernador, Luis Muñoz de Guzmán, y logró que el mozuelo zafara. Y aquí no ha pasado nada.

Sin embargo, en la interna de la familia, José Miguel sí recibió un llamado de atención, y fue enviado a la hacienda familiar en San Miguel. Sin embargo, como señala Reyes, nuevamente tuvo un lío de faldas, esta vez, con la mujer de un campesino. Ahí intervino la enérgica Javiera (la que bailaba la resfalosa) y decidió mandarlo más lejos, ahora a Lima, donde vivía su tío materno José María Verdugo.

José Miguel Carrera, retrato de Francisco Mandiola

Sin embargo, el joven José Miguel no escarmentó en Lima. “Desde el principio tuvo serios desencuentros con su tío, que alegaba que el joven se dedicaba a las fiestas y muy poco al trabajo”; señala Reyes. A tanto llegó el asunto que el tío “hizo detener a su sobrino y lo encerró en un barco con destino al Callao. Don Ignacio tuvo que pagar la deuda de dos mil pesos que su hijo había contraído, según se dice ‘para sus entretenciones’, antes que el furioso tío lo dejara partir a Chile”.

Y al volver a Chile, José Miguel prometió que ahora sí que sí. Que ahora sí que se enrielaría y se portaría como correspondía. Don Ignacio le creyó y lo puso a cargo de fundo de la familia en El Monte. A ver si el sosiego de la vida de campo le enfriaría los ánimos. Al principio todo iba bien. La bucólica vida agreste parecía reposarle el carácter a José Miguel. Sin embargo, pronto le llegó una noticia de que unos animales del fundo se habían perdido. Presto, Carrera reunió a unos amigos y a unos inquilinos para salir a buscar a las bestias. Y las hallaron.

José Miguel Carrera

Pero las hallaron en la casa de Estanislao Placencia, un cuatrero de la zona. Es decir, Placencia se había robado los animales. Al constatarlo, la hueste de Carrera entró en cólera, irrumpieron para recuperar lo suyo y darle una paliza a Placencia. Este, junto a su hijo de 12 años terminó en el hospital producto de la golpiza. El problema es que ambos murieron. Nuevamente un escándalo. “Los Carrera se defendían y aseguraban que los Placencia no habían muerto por los golpes, sino por la viruela que se habían contagiado en el hospital”. Dicha disculpa no sirvió de nada y los tribunales declararon culpable a José Miguel. Pero nuevamente don Ignacio recurrió a Muñoz de Guzmán y logró que su hijo zafara. O casi, ya que tuvo que pagarle 150 pesos a los familares de los fallecidos.

Vuelto a casa, don Ignacio ya estaba enrojecido de furia. Ya no iba a aguantarle nada más a su hijo problema, y tomó una medida radical. Si no lo enderazaba la familia, lo haría la Madre Patria. En 1807, José Miguel fue embarcado rumbo a España. Pero una vez en la península encontró su destino. Llegó justo en los días en que Napoleón Bonaparte, el emperador de los franceses, invadía el país. Carrera se enroló en el Ejército para pelear contra el corso, y terminó como sargento mayor de los Húsares de Galicia, ocupando el vistoso uniforme verde con que se le suele representar. El mismo con el que volvería a Chile en 1811. El resto es historia.

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