En 2021, cuando el director Peter Jackson anunció al mundo una nueva versión del proyecto de Let it be -el registro de las sesiones de enero de 1969 del álbum homónimo de Los Beatles-, deslizó que la mirada del director Michael Lindsay-Hogg en el documental, no reflejaba exactamente el ambiente reinante. Según la retórica promocional de Get back -así fue bautizado el trabajo de Jackson-, el recuerdo de la banda cayéndose a pedazos en medio del tedio y agrias discusiones, estaba alterado.
El realizador neozelandés había accedido a las 55 horas de grabación para descubrir que John, Paul, George y Ringo no estaban hastiados unos de otros, sino al contrario: en el estudio hacían bromas y reían como siempre; solo que la mano del realizador, haciendo uso de sus prerrogativas editoriales, había optado por una lectura consonante con el fin del cuarteto, oficializado a partir de la salida de Paul el 10 de abril de 1970. El film estrenado al mes siguiente fue recibido, comprendido y atesorado como el triste epílogo del cuarteto. Para remarcar el carácter fúnebre de Let it be, ningún miembro asistió a su función inaugural. Nadie quiere ver su divorcio en la pantalla grande.
Las generaciones posteriores, que accedieron a la versión en cinta en video a partir de los 80, formato que acentuaba el tono en sepia captado por las cámaras, crecimos creyendo exactamente lo mismo: Let it be era una lápida y los Beatles peleaban en cámara. También era la comprobación de que Yoko Ono estaba ahí para arruinarlo todo, sin mediar palabra.
Repasar hoy Let it be, con toda la información disponible sobre su proceso, además del film de Peter Jackson con sus ocho horas divididas en tres capítulos, retira unos cuantos velos de la memoria sobre esta cinta, que marca otro hito pionero de The Beatles. A fin de cuentas, Let it be es uno de los primeros documentales rock, solo antecedido por la obra de D.A. Pennebaker en Don ‘t look back (1967) de Bob Dylan, y Monterey pop (1968) sobre el festival homónimo. Hasta ese entonces, ninguna banda había instalado cámaras para capturar el día a día de un nuevo álbum.
El grupo de Liverpool intentaba recomponer lazos tras los últimos proyectos de 1968 que por primera vez habían demostrado que no eran infalibles, contando el enrevesado y friccionado Álbum blanco, y la fallida película Magical mystery tour. Los Beatles están en modo nostalgia apuntando hacia el rock & roll original, como una forma de huir de la pomposidad que arrastran desde Sgt. Pepper ‘s lonely hearts club band (1967), que tenía particularmente harto a Lennon. A falta de nuevas composiciones -McCartney aborda a John pidiendo temas-, ensayan viejos clásicos pioneros como Shake, rattle and roll de Bill Halley y sus Cometas, el hit romántico universal Bésame mucho, que el grupo apuntaba en sus primeros repertorios, y el cover de You ‘ve really got a hold on me de The Miracles, incluída en With The Beatles (1963).
Si el mito en torno a Let it be dice que John Lennon, absorto en Yoko, estaba completamente desinteresado en seguir trabajando con el grupo, las imágenes lo muestran activo y desdoblado en varios instrumentos. Canta como solista, armoniza con Paul, toca bajo de seis cuerdas, guitarra acústica y eléctrica, ejecuta un chapucero pero eficaz slide en For you blue, y hasta baila un vals con gracia y ligereza llevando a Yoko, mientras George Harrison ensaya I me mine. El arreglo del asesinado beatle como guitarra líder en Get back es simplemente fenomenal. Engalana la composición de McCartney con melodía y un toque de funk, en una demostración de que el espíritu colaborativo seguía activo.
Tampoco abundan las rencillas excepto cuando Paul insiste en cómo debe ir el quiebre de guitarra para I ‘ve got a feeling. Pide un espiral que Harrison interpreta sin mucho empeño, momento en que el guitarrista replica con un dejo de molestia que hará lo que le pidan, en tanto Paul se queja de su actitud. Se palpa la distancia entre ellos, con John tomando palco.
Las canciones parecen contener mensajes sobre el momento anímico, tratando de recuperar la llama a través de esa música electrificada que alteró sus vidas para siempre en la infancia. Los títulos y los versos aluden a la idea de volver: Get back por ejemplo, o Two of us con el relato de travesuras propias de la niñez, como el clásico ring raja.
El refugio en la nostalgia podría confirmar que The Beatles no pasaba por su mejor momento creativo, pero incluso bajo esas circunstancias adelantan canciones contenidas en Abbey road (1969) como Oh! Darling, con su reverencia a Fats Domino, y la ñoña Maxwell ‘s silver hammer que, en rigor, relata en clave vodevil el brutal homicidio a martillazos de una profesora, a manos de un estudiante enfurecido.
“Creo que los Beatles son cracks, son únicos en la historia”, comenta un hombre mayor en la calle, mientras la banda toca en la azotea de Apple. “¡Son realmente buenos!”, remata, reflejando el encanto transversal de los chicos de Liverpool conquistado en esa década prodigiosa, en que cambiaron el curso de la cultura popular.
Scotland yard irrumpe, el eterno roadie Mal Evans intenta detener el corte pero tampoco ofrece mucha resistencia. Trata de apagar los amplificadores hasta que George enciende el suyo de un manotazo. El rock incendiario que Los Beatles intentaban recuperar, sucede ahí mismo con música y acción a tope, mientras la autoridad trata de acallar a la banda en su concierto final.
Let it be confirma que cada historia tiene al menos un par de versiones. Este ángulo resulta menos lúgubre de lo que la memoria sugiere, como también refleja malas decisiones artísticas, como trabajar en un proyecto donde no todos estaban convencidos, en unos estudios de filmación inhóspitos como Twickenham en medio del duro invierno londinense, antes del calentamiento global. Aún en condiciones desfavorables, The Beatles sale jugando y gana. Como siempre.