Si hay un sinónimo de Leonardo Padura, es su personaje Mario Conde, el detective que protagoniza su saga de novelas policiales que tienen a La Habana como escenario. De ese vínculo entre la ciudad y su literatura vino a hablar el escritor cubano en una charla en el ciclo La Ciudad y las Palabras, que organiza el Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica.

Los escritores, por lo general, y en particular los novelistas, tenemos que tener una relación muy importante con respecto a las ciudades. Y los que hemos escrito novelas policiales, pues tenemos una relación mucho más intensa con las ciudades. Es un género eminentemente urbano”, señaló Padura. Y es que en su literatura, Padura ha usado a La Habana como el gran personaje de fondo.

De hecho, en la charla aprovechó de repasar ciertos hitos culturales que también ha tocado en sus libros. “En La Habana pasó ese huracán humano, el poeta José María Heredia, protagonista de una de mis novelas, La novela de mi vida (2002). Fue el primer hombre que le cantó a la patria cubana ya que él mismo y algunos otros criollos soñaban emancipar. También el presbítero Félix Varela, quien ejerció magisterio, sacerdocio y filosofía considerado como el primero que nos enseñó a pensar”.

Junto con mencionar al ineludible José Martí, Padura hizo un salto a inicios del siglo XX, escenario de su última novela Personas decentes. “En La Habana de entre 1908 y 1910, vive el reinado de un joven llamado Alberto Yarini y Ponce de León, el proxeneta con aspiraciones políticas que simboliza mejor que nadie una época de turbia prosperidad. La capital moderna de la era de la electricidad y el confort, e higiénicamente representado por la tasa inodora de losa, por una ciudad por la que en 1913, diez años después de la independencia, llegan a rodar más automóviles que en Madrid y Barcelona juntas”.

Y es en esa Habana vieja, con la llegada del castrismo, donde Padura imagina a Conde. “Es la ciudad de La Habana en la que habito porque nací en ella, desde que nací en ella, allá por el año 1955 y en la que comienzo a entender el mundo y sin haberlo soñado antes, el lugar donde comienzo a escribir en la década de 1980 y que en 1991 en esa ciudad puse a caminar a Mario Conde, un personaje con el cual he intentado dibujar el mapa de la ciudad física, contar su historia cultural, juzgar en sus intimidades históricas y presentes y de cierta forma he tratado de retratarla para conservarla”. De hecho, en los 90, añade Padura, nació una literatura cubana crítica. “Si los escritores anteriores habían hecho el proceso de construcción de la ciudad, en 1990 comienza un proceso desde la literatura de deconstrucción de la ciudad. Se escribe la literatura de las ruinas circundantes, ruinas físicas y ruinas humanas”.

20/10/2022 LEONARDO PADURA FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA

“Una condición importante para la concepción y desarrollo de esta nueva narrativa de la ciudad es el hecho de que el arte cubano de los años 1990, cuando vivíamos en el fondo de un pozo económico y social, aunque con idéntica estructura política en ese momento, sin embargo, creció y se hizo más libre la narrativa, la literatura, creció y se hizo más libre por una sencilla razón: es que el Estado socialista perdió la capacidad de financiar el arte, mientras crecía el cansancio histórico y el desencanto de muchos artistas como ciudadanos al fin y al cabo, y la combinación de esos factores, uno económico, otro intelectual, abrieron un espacio de libertad creativa que no había existido en décadas anteriores”.

También repasó el paso de Ernest Hemigway por La Habana, que él abordó en su libro Adiós Hemingway (2001). “Pude ver una parte de la ciudad como el restaurante El Floridita donde el escritor bebía sus Daiquiris dobles sin azúcar y socializaba poco y mal con quienes se le acercaban. También los ambientes del pueblito periférico de San Francisco de Paula, donde se levanta la finca en que vivía, escenario principal del relato de la novela y también la aldea que Hemigway llamaba ‘aldea de pescadores de Cojiba’”.

Una pregunta que Padura recibe de manera recurrente, es ¿por qué sigue en Cuba?, ¿por qué no aprovecha su estatus de celebridad literaria para irse a vivir a otro lado donde la vida le resulte más simple? Lo contesta en la charla: “Estoy en La Habana porque pertenezco, porque ahí está la razón de que quiera y necesite escribir. Ahí están las personas de las que quiero expresar sus dudas, esperanzas, frustraciones y miedo. Porque ahí está mi lengua, este idioma habanero en el que hablo y escribo. Y porque tengo una conciencia ciudadana que me impulsa a cumplir la responsabilidad de fijar una verdad en la que creo que seguramente no será la única verdad posible, que algunos incluso tratarán de devaluar o tapiar o negar, pero que otros muchos saben que es verdad y que esa verdad exige que de ella también haya memorias como la mínima, no solo discursos triunfalistas y justificativos, los eternos llamados a la resistencia, la convocatoria a más y más sacrificios”.

Escribo porque me duele mi país, me duele mi ciudad y el único alivio que tengo para tanto dolor es precisamente escribir aquí, allí y hasta que pueda, observando y tratando de apropiarme de una atmósfera, mirando y percibiendo un creciente sentimiento de plenitud, tratando con palabras de armar una sinfonía habanera con acordes amables y con ruidos importantes y siempre ahí en mi casa del barrio de Mantilla, y lo haré hasta que me expulsen por lo que pienso y escribo. O yo mismo me dé por vencido, porque todo puede ocurrir”.

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