Fue una epifanía. Un día, mientras el periodista y escritor Carlos Basso (52) iba en un taxi en Concepción, tuvo una idea. Un ovillo de lana del cual jaló un hilo y comenzó a tejer una historia. “Me puse a pensar qué habría pasado si Julio Verne y Arthur Conan Doyle se hubieran conocido -cuenta el mismo Basso a Culto-. Empecé a pensar sobre eso y el siguiente acto fue que se me ocurrió escribir una ficción usándolos a ellos como personajes, pues conozco algo de la vida de ambos y ellos son personajes de novela, desde todo punto de vista”.

Y explorando más ideas, llegó al enigma que concierne a la identidad de William Shakespeare, sobre todo lo relativo al verdadero autor de las obras que se le atribuyen, como Romeo y Julieta, El rey Lear o Hamlet. En ese sentido hay dos tesis: la de los “stratfordianos”, quienes afirman que el Shakespeare de carne y hueso, nacido y fallecido en Stratford-upon-Avon, fue el efectivo autor de sus obras; y la de los “anti-stratfordianos”, quienes afirman que el Shakespeare histórico en realidad fue una fachada, y que el verdadero autor de las obras del inglés sería el filósofo Francis Bacon, el padre del empirismo científico.

El clásico retrato Chandos. La representación más icónica de William Shakespeare.

Uniendo esas dos vertientes, Basso comenzó una escribir una novela en modo victoriano: Las claves secretas de Shakespeare, que ya se encuentra disponible vía Suma. En ella, son justamente Julio Verne y Arthur Conan Doyle quienes se embarcan en resolver el peliagudo misterio. El francés ya es un veterano escritor, y el escocés está en la cumbre de su carrera literaria gracias al éxito de su personaje Sherlock Holmes, del cual está aburrido. Quiere buscar algo nuevo en su vida, y ahí aparece Verne. Por supuesto, ambos se encuentran con el llamado “Primer folio”, el volumen correspondiente a la primera publicación de 36 obras teatrales de Shakespeare, fechado en 1623, ocho años después de la muerte del autor.

“Hubo una fase previa de documentación, que consistió en leer cuánta biografía existe sobre Arthur Conan Doyle y Julio Verne, con el fin de tratar de dar con el tono de ellos como personajes y, además, el relativo al tercer personaje real que incluí en un rol principal, que es el de Joseph Bell, el profesor de semiología médica de Doyle en la universidad, que es el verdadero Sherlock Holmes y que, de hecho, es también el personaje en quien se basa el personaje del Dr. House. Por supuesto, releí también los clásicos de Shakespeare y, del mismo modo, todo lo que encontré acerca de Francis Bacon. Recién después de eso me puse a escribir y a diseñar algunos de los códigos que aparecen en el libro”, cuenta Basso.

Profesor de Periodismo de Investigación de la Universidad de Concepción, Basso ha desarrollado una interesante carrera como escritor. Ganó dos veces el Premio a la creación literaria del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y ha publicado libros de investigación periodística, como Los fantasmas de la CIA (2023), La secta perfecta (2022) o novelas como La república nazi de Chile (2019).

-¿Qué te atrajo de estos escritores -Verne y Doyle- para que los convirtieras en personajes de una novela?

-Crecí en los años setenta y ochenta en un Osorno oscuro, triste y chato, pero afortunadamente mi mente nunca quedó atrapada allí, sino que corría a la velocidad de la luz por los mares de la Malasia, las estepas de Siberia, Los Cárpatos, Islandia o la city de Londres. Sucede que cuando mi abuela se dio cuenta de que me gustaba leer, rescató una vieja colección de libros Bruguera de aventuras, de los años 40, les arregló los lomos y me los llevó. Mi querida tía Teresa me regalaba libros de historia y geografía y, gracias a ello crecí soñando con esas aventuras formidables. No recuerdo cuál fue el primer cuento de Holmes que leí, pero sí me acuerdo muy bien que a los ocho años estuve durante un buen tiempo reuniendo dinero para comprar un libro que aún tengo y que me costó 210 pesos de la época (una pequeña fortuna), una edición de tapas negras de ediciones Orbis en el cual venían tres de las cuatro novelas de Holmes: Un estudio en escarlata, El signo de los cuatro y El sabueso de Los Baskerville, además de las memorias. Los únicos objetivos de mi vida en los dos o tres años siguientes fueron comprar los otros dos volúmenes de esa colección y, por supuesto, mi abuela y mi tía Tere apoyaron generosamente el proyecto, al igual que mis padres, en la medida que el desastre económico en que estábamos, lo permitía.

-Sobre Conan Doyle y Verne, ¿Los leías en algún momento de tu vida?, ¿eres fan de las novelas del XIX?

-Quizá suena exagerado, pero las únicas personas que he llegado a idolatrar en mi vida (aún hoy) son esas dos mentes formidables que fueron Verne y Doyle, así como Umberto Eco, que también me las arreglé para que esté en este texto, aunque no puedo contar más, a riesgo de spoiler. Ahora bien, nunca había reflexionado acerca de si soy un fan de las novelas del siglo XIX, pero gracias a tu pregunta me doy cuenta que sí. Aunque es muy tardía, sigo creyendo que una de las mejores novelas jamás escritas en la historia es Drácula y, por eso, en mi novela también aparece un guiño hacia Bram Stoker, otro contemporáneo de Bell, Doyle y Verne.

Julio Verne, escritor francés y uno de los padres de la ciencia ficción. Imagen de AKG / Album.

-¿Por qué no optaste por escribir una novela ambientada en el XVII con Shakespeare mismo?

-Esta novela es una suerte de homenaje a esos genios que fueron Doyle y Verne, ilustres caballeros de levita y monóculo que nunca deben haber pensado que le permitirían a alguien, en el último rincón del mundo, olvidar a los bullies de la educación básica y media, el oscurantismo del país y el terraplanismo intelectual. Escribir sobre ellos es una especie de homenaje y agradecimiento, al mismo tiempo. Si Shakespeare hubiera tenido el lugar de ellos en mi infancia, quizá habría sido él el eje de la novela, pero lo descubrí un poco más tarde.

-Esta novela está escrita al estilo del siglo XIX. ¿Por dónde pasó esta decisión de estilo?

-Siempre me ha gustado jugar con el estilo. Hace un par de años publiqué una pequeña novela llamada Civita diaboli, que está escrita en una especie de castellano antiguo, y en este caso el tipo de lenguaje obedece básicamente a la decisión de escribir un libro sobre Verne y Doyle que pareciera escrito por ellos y por eso, también, es que en el inicio de los capítulos aparece un pequeño sumario de los contenidos, como lo hacían ellos habitualmente. Estoy seguro de que cualquier persona que alucine con ellos -como yo- se sentirá muy cómodo leyendo este libro, pues al menos la estructura le será muy familiar.

-En la novela aparece el llamado “Primer Folio”. ¿Qué te llamó la atención de esa historia?

-La historia del primer folio es bien peculiar, pero más que el folio en sí lo que me llamó la atención fue la polémica acerca de la identidad de Shakespeare y las incongruencias que existen respecto de él, especialmente teniendo en cuenta que la persona a quien se asigna dicho nombre manejaba a la perfección la alta política europea y tenía uno de los manejos del idioma inglés más perfectos y vastos que se conozca, y eso no encaja mucho con un simple villano de Stratford-Upon-Avon.

-En algún momento Verne y Doyle hablan del choque de los escritores que eran considerados “serios” con los que no. ¿Dónde te ubicas tú? ¿crees que ese choque se mantiene actualmente?

-Por supuesto que ese choque existe y te respondo la primera pregunta con un solo dato: soy profesor asociado de la Universidad de Concepción y publico muchos libros, probablemente más que nadie en toda la universidad. Incluso, debo estar entre los autores que más publican a nivel nacional, pero nunca me han invitado a la feria del libro que organiza la propia universidad, ni siquiera para rellenar como público alguna charla aburrida que nadie quiere escuchar. Por cierto, no ando buscando que me inviten ni tampoco iría a estas alturas. Solo te lo cuento como evidencia del desprecio de la academia -en general- por lo que denominan como “popular” versus el culto al paper. En todo caso, no tengo ninguna aspiración de ser considerado un escritor “serio”. El mejor homenaje que alguien me podría hacer sería alinearme con los “no serios”, como consideraron alguna vez a Doyle y Verne. Es más: ni siquiera me considero un “escritor” propiamente tal. Ese es un adjetivo para gente de marca mayor. Como he dicho muchas veces, soy un periodista que de cuando en cuando se asoma a la ficción, pero genéticamente soy eso: un periodista (de lo cual no puedo estar más orgulloso).

El escritor y médico escocés Arthur Conan Doyle, creador del personaje Sherlock Holmes.

-¿Tú adscribes a los stratfordianos o a los baconianos?

-Baconiano hasta el final. Que nadie se atreva a decir en mi presencia que Shakespeare era el carnicero de Stratford-Upon-Avon.

-En otro ámbito, ¿qué piensas de la Inteligencia Artificial?

-Me preocupa muchísimo. El año pasado publiqué una columna en El Mostrador relatando cómo chat GPT inventó cuñas (declaraciones) en una nota que había escrito y que le había pedido que me corrigiera. Mi preocupación no deviene de la creencia de que la IA nos va a reemplazar a todos (aunque quizá eso suceda), sino de un hecho que la propia literatura ya ha advertido: la posibilidad de que la inteligencia artificial se parezca tanto a la inteligencia humana que sea capaz no solo de mentir, sino de crear mal, y eso es aterrador, porque frente a ese poder no hay mucho que podamos hacer.

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