El debate demoró pero finalmente se está hablando de la música de Taylor Swift, más que de sus logros en rankings y finanzas. Fue Neil Tennant de Pet Shop Boys quien puso la pelota a ras de piso, preguntando cuál es el Billie Jean de la súper estrella pop más grande del momento. Sin desconocer sus impresionantes records, el cantante británico resumió lo que se cuestiona de ella: dónde están sus megahits que todo el mundo conoce y canta de memoria.
Entre las reacciones a las dudas de Tennant se ha sugerido que a) los éxitos planetarios son cosa del pasado debido a la fragmentación de las audiencias b) recelar de Taylor Swift es de viejos. Las hordas boomer y Generación X estarían incapacitadas por edad para comprender el fenómeno -una lectura discriminatoria por lo demás-, como si el pop hubiera nacido recién con la cantante de Pensilvania.
No solo los veteranos están supuestamente fuera de juego ante sus canciones, despliegue mediático y la relación con los fans, sino también la prensa. Un artículo de The New Yorker plantea que el formato reseña pierde sentido ante una figura de sus características, conjeturando que los críticos no procesan que la música “es algo que Swift dejó de vender hace mucho tiempo”, en tanto construye un universo “lleno de narrativas complejas y secuenciales” que, en rigor, trata sobre sus publicitados romances.
Parte de la supuesta complejidad inaccesible para quienes no profesan el credo swiftie, radica en que la cantante enlaza composiciones y personajes de distintos discos, desatando una fascinación por descubrir señales ocultas, denominadas easter eggs. “Creo que los mejores mensajes son los crípticos”, declaró a Entertainment Weekly. “Se trata realmente de convertir la nueva música en un evento para mis fans -explicó-, y tratar de entretenerlos de manera divertida, traviesa e inteligente”. La ropa y las joyas figuran como sus canales favoritos para comunicarse entre líneas.
Interesante, pero es probable que los seguidores de Tool -otra fanaticada convencida de la superioridad inapelable de sus ídolos-, reclamen que esto de los easter eggs, abundantes en los viejos DVD y diversos formatos digitales en general, no es precisamente nuevo.
En el intertanto, un amigo apasionado por el pop y la data me envía un cuadro estadístico con el “porcentaje de personas que reconocen una canción, por generación”. Aparecen clásicos como Billie Jean -mayoritariamente identificada por gente de distintas edades-, I will always love you, Take on me y Rapsodia bohemia, entre otras.
“La gran mayoría (...) son del periodo 1975-1988 -me dijo-, y solo hay una posterior de los 2010s”, en referencia a Happy de Pharrel Williams. “¿Qué canciones de cualquier artista de los últimos diez años -preguntó- puede hacer eso?”, aludiendo al debate por la falta de singles universales de Taylor Swift.
“Don ‘t start now, Cold heart y Levitating de Dua Lipa -retruqué de inmediato-, y Chandelier de Sia”.
Más tarde pensé en Despacito de Luis Fonsi con Daddy Yankee, Poker face y Shallow de Lady Gaga, Umbrella de Rihanna, Gangnam style de Psy, y Single ladies (put a ring on it) de Beyoncé. Son claros ejemplos de éxitos bombásticos de los últimos lustros, que públicos de distintas épocas pueden reconocer y corear.
El hit planetario es una asignatura pendiente en Taylor Swift, a pesar de los devotos de Shake it off, convencidos de que se trata de un himno inscrito en la masa cuando, en rigor, no es así.
Registrar una canción para siempre en la memoria colectiva, sigue siendo la máxima aspiración del artista pop y la puntada final del género. Son mandamientos vigentes, a pesar de Taylor Swift y sus seguidores. Como diría Justin Bieber, Sorry.