No tiene cirugías o si recurrió al quirófano, las intervenciones han sido discretas. Luce el pelo sin tintura -un silver fox genuino-, orgulloso de las canas que ahora dominan por completo una cabellera sinónimo de glam metal en los 80.
A los 62 años, se mantiene en condición atlética liderando una de las bandas de mayor éxito de todos los tiempos, con ventas que superan las 130 millones de copias, y unos cuantos singles imborrables como Livin’ on a prayer, Always y Wanted dead or alive.
Sin embargo, John Francis Bongiovi Jr. -Jon Bon Jovi en el planeta rock- es un ídolo ensombrecido, angustiado y nostálgico de las capacidades perdidas en una travesía artística de cuatro décadas, una de las lecturas que se desprende del reciente y descarnado documental Thank you, goodnight: la historia de Bon Jovi, disponible en Star +.
El astro de New Jersey se enfrenta al lógico deterioro de las cuerdas vocales por uso y abuso durante largos años de giras maratónicas. Solo entre 1986 y 1990, la etapa de mayor fama y exposición del grupo, realizó medio millar de conciertos en todo el orbe, incluyendo un multitudinario debut en el Estadio Nacional, el 6 de febrero de 1990.
Acostumbrado a cantar con la garganta apretada -la escuela de su ídolo Bruce Springsteen-, y proclive a los tonos agudos insertos en la genética del rock duro blanco anglosajón, Jon Bon Jovi no solo ha perdido parte de su rango, sino que difícilmente logra mantener la dinámica del fraseo en sus canciones. Desde 2013 el deterioro se ha agudizado hasta enfrentar la encrucijada del retiro, mientras artistas que le superan en 20 años de actividad como Bob Dylan, los Stones y Paul McCartney, entre varios, siguen en el ruedo.
Dirigido por Gotham Chopra (hijo del gurú new age Deepak Chopra), especializado en documentales sobre ídolos deportivos como Kobe Bryant, LeBron James, Tom Brady y Simone Biles, los cuatro capítulos de más de una hora que recorren la trayectoria de la banda centrada en su líder.
Te cuentan la historia de Jon Bon Jovi como la de un músico hecho a sí mismo a base de esfuerzo, sin un plan b por si no resultaba lo de convertirse en rockstar; pero el eje dramático radica en la incertidumbre de los últimos años por la condición de su voz y los intentos fallidos por recuperarla, al menos al nivel de hace una década. El autor de Blaze of glory quiere retroceder el tiempo y se entristece ante la evidencia: ya no canta como antes.
A pesar de su condición de estrella millonaria con acceso a lo mejor de lo mejor, Jon Bon Jovi se resiste como un hombre adulto común y corriente, a la posibilidad de una cirugía que corrija sus dolencias. Sólo cuando asume que el arsenal de brebajes y ejercicios vocales no bastan para brindar un buen concierto -tras una discreta presentación en Nashville en 2022 su esposa le sugiere bajar la cortina-, asume que el último cartucho es la sala de operaciones.
Una de las paradojas del documental es que mientras el músico no oculta el paso de los años, envejeciendo impecablemente con su eterna buena facha, no logra lidiar con los cambios propios de un registro sometido a miles de shows. Cuando repasa viejas canciones, se detiene en los agudos y los dibujos melódicos imposibles de ejecutar en el presente, como un deportista incapaz de asumir que el cuerpo no volverá a rendir de la misma forma después de una severa lesión, sumado a la fatiga de material inherente al avance del tiempo. Acepta las grietas en su rostro, pero no las rasgaduras en la voz.
Impedido de sostener el armazón vocal, transforma a la banda en una pequeña orquesta rock de siete integrantes donde todos cantan, excepto el baterista histórico Tico Torres.
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Thank you, goodnight: la historia de Bon Jovi es también la crónica de un quiebre de pareja. Hasta hoy, después de once años, Jon no puede superar y comprender la partida de Richie Sambora, su compinche creativo y de grandes armonías, con quien conformó una dupla de cowboys carilindos que dominaron al mundo hacia fines de los 80.
Sutilmente, la edición deja en claro que Sambora funcionaba enfiestado, hasta que su rendimiento creativo e instrumental mermó, al punto de ser reemplazado por el productor y guitarrista John Shanks. Resentido ante su retroceso en la jerarquía interna de Bon Jovi, Sambora abandonó la gira Because we can de 2013 aduciendo problemas personales.
Mirando a la cámara, el músico se disculpa ante sus compañeros por la forma en que se marchó; no así los motivos, argumentando el deseo de ver crecer a su hija.
“No me arrepiento de haberlo dejado -aclara-, pero sí de cómo lo hice”.
Jon Bon Jovi no oculta su desazón y tristeza hasta hoy por la partida del partner; el vacío de Sambora requirió dos guitarristas para cubrir el puesto. La rabia por el quiebre la imprimió en el álbum This house is not for sale (2017).
Lo que no cuenta el documental es que entre las razones de la salida se encuentra su adicción al Oxicodona, un analgésico de la familia de los opioides. Según informaciones de la revista People, Sambora se fracturó un hombro al inicio del tour de 2013. Jon Bon Jovi propuso suspender la gira, pero el guitarrista dijo que podía acomodar el instrumento y continuar. Como resultado, participó de una treintena de shows enganchado al medicamento. Cuando intentó dejar la droga, su cuerpo reaccionó con movimientos involuntarios. El músico llegó a creer que se trataba de las primeras señales de Parkinson.
Tal como su compañero Jon Bon Jovi, Richie Sambora padece los efectos de dedicar su vida al circo del rock & roll. La diferencia es que, a pesar de ser un adicto, supo cuando parar. En cambio, el líder aún se resiste a dejar la droga del escenario y el aplauso.