Siempre tuvo una salud frágil, de hecho, a pesar de que deseaba ir a combatir, Franz Kafka no fue enrolado en el ejército del Imperio Austro-húngaro para pelear en la Primera Guerra Mundial. De hecho, en sus Diarios, en julio de 1914 anotó: “He comenzado trabajos que salen mal. Pero a pesar del insomnio, de los dolores de cabeza, de la incapacidad general, no me doy por vencido. Son mis últimas fuerzas vitales, que se han acumulado en mí para eso. He hecho la observación de que no rehúyo a los seres humanos para poder vivir tranquilo, sino para poder morir tranquilo. Ahora me defenderé. Tengo un mes de tiempo durante la ausencia de mi jefe”.
A pesar de que creía estar en el último tramo de su vida, lo cierto es que aún le restaban 10 años más. Y falleció el 3 de junio de 1924, producto de una tuberculosis en el sanatorio de Klosterneuburg, Austria. Por entonces, una enfermedad incurable, y por lo tanto, era sentencia de muerte.
Por ello, en el centenario de su fallecimiento, el mundo editorial ha trabajado en nuevas ediciones de algunos de los escritos del autor checo, quien, como sabemos, encargó a su amigo Max Brod que quemara sus escritos tras su muerte. Pero este no hizo caso y terminó por publicarlos.
Hace poco, la editorial española Galaxia Gutenberg publicó en castellano más de quinientas cartas escritas entre los años 1914-1920, de las cuales, cerca de un centenar y medio son inéditas en español. Franz Kafka. Cartas. Tomo II. 1914-1920, con la edición de Ignacio Echevarría. Son años cruciales en la vida del autor, puesto que su vida se cruza con la Primera Guerra Mundial, publica algunos de los pocos relatos que alcanzó a ver en vida, incluyendo su novela La Metamorfosis (1915), y mantuvo una relación con Felice Bauer, con quien iba a casarse, hasta que el vínculo se terminó en 1914.
En esta edición, las cartas se ordenaron por destinatario (a Felice Bauer, a Milena Jesenská, a Max Brod, a la familia...) y respetando una secuencia cronológica. Según Echevarría, eso se hizo para observar las distintas facetas de la personalidad del autor. Para Echevarría, eso es un aspecto que termina por sorprender y se aleja de la visión tradicional de Kafka como un hombre atormentado y gris.
“Lo primero que te sorprende es el humor, era un hombre sonriente. Un hombre atractivo, alto, apuesto, elegante, que tenía mucho encanto personal, tímido, lleno de humor, que se autoparodia”, dijo a Clarín. Incluso, el epistolario recoge el fin de la relación con Felice Bauer, y el inicio del vínculo con Milena Jesenská. “: “Pero Kafka era un hombre seductor” y hay cartas a otras mujeres en las que también despliega su encanto personal”, dice Echavarría.
De hecho, a Felice Bauer, le escribió por primera vez el 20 de septiembre de 1912, mandándole incluso hasta 2 cartas diarias. Fue una relación compleja, con altibajos. A ella se se permitió contarle sobre su cotidianeidad: Por ejemplo, el 25 de de noviembre de 1912 escribió a Felice: “Tendré que dejar a un lado por hoy mi pequeña historia, en la que no he trabajado tanto como ayer, y dejarla descansar uno o incluso dos días, por culpa del maldito viaje a Kratzau (…) Un relato así debería escribirse en dos sesiones de diez horas cada una (…) Se trata de intentar hacerlo lo mejor posible, dado que la excelencia nos está negada”.
El 16 de junio de 1913 Kafka le dijo: “La verdad es que no soy nada, lo que se dice nada”. A pesar de ello, ambos se prometieron en matrimonio. Pero Kafka auguraba que la cosa se veía poco auspiciosa. De hecho, en mayo de 1914, el autor escribió: “Puede que ahora unamos nuestras manos con firmeza, pero el suelo bajo nuestros pies no es firme y se desplaza sin cesar y sin ley”. Diez días después le escribió a Grete Bloch, amiga de Felice: “Usted no puede saber todo lo que significa para mí”.
Y el 19 de julio de 1914, Kafka escribió a Max Brod y Felix Weltsch. “He tardado en escribir, ¿no? Pero mirad lo que me pasó. He disuelto mi noviazgo...”. Fue un momento duro, y de hecho, ambos estaban comprometidos para casarse.
En estos volúmenes de cartas, hay momentos interesantes. En el anterior, el Tomo I (1900-1914), hay una carta interesante a Hedwig Weiler, del 9 de octubre de 1907, habla de su trabajo -como funcionario público del Imperio- y del poco aprecio que le tenía: “No sé si me trasladarán pronto o lejos, pero difícilmente ocurrirá tal cosa antes de un año; lo más bonito sería que me trasladara incluso de compañía, lo cual no está del todo descartado. No me quejo tanto del trabajo como de la pereza del pantanoso tiempo. Resulta que el horario del despacho no puede dividirse, y hasta en la última media hora la presión de las ocho horas se percibe igual que en la primera”.
“En los primeros días debo de haber tenido, para quien sea sensible a tales cosas, un aspecto muy conmovedor. Y así era, en efecto, pues me sentía degradado; la gente que no haya holgazaneado hasta los veinticinco años, como mínimo, es muy digna de compasión, porque estoy convencido de que uno no se lleva a la tumba el dinero ganado, mas sí el tiempo que ha pasado holgazaneando”.
Pero eso no es todo. También la casa editora hispana Arpa publicó una nueva traducción de El proceso. En esta ocasión, se reordenaron los capítulos y se incorporó un fragmento inédito en español. Este se encontró en los descubrimientos recientes de Reiner Stach, acaso el mayor biógrafo del checo. A un siglo de su partida, Kafka parece no haberse ido del todo.