A los 65 años, Perry Farrell parece un personaje descartado de una película de David Lynch. Maquillado y trajeado como un dandy con silueta de bailarín flamenco, apenas pestañea mientras sonríe con satánico encanto, producto de notorios retoques en el rostro.

Sentado en medio de un set, empinando alternadamente una botella de vino tinto, el líder de Jane ‘s Addiction no luce como una estrella de rock tradicional, sino que encarna algo más. Es un artista integral que serpentea en distintas vetas con talento organizativo y olfato empresarial, que convirtió una gira de despedida con fecha de vencimiento en una marca reconocida en todo el orbe, como símbolo de la música en vivo.

El documental Lolla: la historia de Lollapalooza, dividido en tres capítulos y disponible en Paramount, relata con diversos entrevistados entre estrellas de rock como Trent Reznor y Tom Morello, productores, presentadores de televisión y periodistas, más un jugoso material de archivo, la génesis, pasión, muerte y resurrección del evento, desde su curioso arranque en 1991 como el tour final de Jane ‘s Addiction, hasta convertirse en sinónimo de festival de rock y pop. Retrata su rápido ascenso y patinadas posteriores hasta quedar fuera de circulación, junto con arrastrar tempranos cuestionamientos, en un negocio que la marca prácticamente inventó en Estados Unidos; no así en Europa, donde los festivales al aire libre son parte del inventario cultural por más de medio siglo.

Lollapalooza se gesta como una forma de arreglar una salida de libreto de Farrell. Ad portas del debut de Jane ‘s addiction en el festival de Reading en Inglaterra, el cantante se drogó de tal manera que perdió la voz, obligando la cancelación del show. La banda, que el documental señala como los pioneros del rock alternativo que explotó con Nirvana, estaba en la cresta de la ola. Sin embargo, el cantante decidió dejarlo atrás y convertir el adiós en un festival itinerante con ellos a la cabeza.

Sin hoja de ruta, hicieron camino al andar. El acierto central fue el atractivo del cartel, un cóctel que leía el momento a la perfección, en una mezcla de consagrados y figuras en apogeo, fórmula que sigue siendo marca registrada. En ese primer Lollapalooza que recorrió EU y Canadá durante el verano de 1991, alineaban Siouxsie and The Banshees, Living Colour, Nine Inch Nails, Ice-T (que aprovechó de promover a su banda de metal Body Count), Rollins Band, Butthole surfers y Fishbone (en algunas fechas). Ni siquiera una decena de artistas para un cartel que en su próxima versión en Chicago entre 1 y 4 de agosto, convocará a 170 nombres.

En esa primera versión con tintes de feria de variedades itinerante, ya había presencia de organizaciones promoviendo diversas causas y una estética saltimbanqui. Al año siguiente, cuando Pearl jam se robó la película como la banda emergente de la caravana, Eddie Vedder participó de un concurso literalmente vomitivo, bebiendo la bilis de un tipo que había consumido cerveza y ketchup.

El único referente en materia de festivales ampliamente conocido que registraba hasta entonces la cultura de masas en Estados Unidos, era Woodstock. No había nada como Lollapalooza.

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Se convirtió en el evento del verano y así lo proclamó la prensa y MTV. La cadena de video música fue un entusiasta promotor de Lollapalooza desde el inicio, instalando a la vez una bomba de tiempo sobre la percepción y moral del evento, promocionado como una muestra de rock alternativo y algo de hip hop.

El rótulo se convertiría en un boomerang. La asociación de Lollapalooza con MTV dio pie a cuestionamientos periodísticos sobre cuán independiente y representativo del underground se puede ser, si una marca corporativa figura en medio; qué decir de la presencia de disqueras y managers ofreciendo a sus artistas.

La prensa especializada hizo lo suyo, quejándose de una supuesta pérdida de valores del festival por llevar a Red Hot Chili Peppers y The Smashing Pumpkins, y no convocar a grupos como Pavement o The Jesus Lizard, o llamar a Sonic Youth y Hole como protagonistas. Cuando esas bandas encabezaron el lineup y la convocatoria descendió notoriamente, los periodistas musicales alegaron por la ausencia de nombres de peso.

Hacia mediados de los 90 el festival entró en una crisis de identidad, como un adolescente que le cuesta conciliar su imagen. Cuando el evento sumaba apenas un lustro, se desencadenó una temprana nostalgia por el festival en sus primeros años. Gente aún joven ya añoraba el primer Lollapalooza, a la manera de un adulto evocando su adolescencia.

En 1996 trataron de recuperar público convocando a Metallica. Perry Farrell se desmarcó de la organización, en desacuerdo con el fichaje de la banda de metal más grande de la Tierra, olvidando sus orígenes genuinamente independientes fuera de la órbita de MTV y los medios tradicionales. Ni Lollapalooza ni la prensa sabían muy bien qué significaba ser alternativo.

“Así es la vida -reflexiona Flea de RHCP en el documental-, las cosas evolucionan, cambian. Lo que es underground se vuelve mainstream, lo que es mainstream envejece y muere. Todo siempre está en movimiento, de maneras buenas y malas”.

Apareció competencia con festivales como el Ozzfest de Ozzy Osbourne y el Warped tour de la marca Vans, sin rollo alguno por el evidente auspicio. “Cambiamos la industria -dice un ejecutivo de Lolla-, y nos convertimos en víctimas de nuestro propio éxito”.

Foto: Lollapalooza

En 1997 regresó Perry Farrell. Influenciado por un viaje a Inglaterra, abrió un flanco de electrónica en el festival incluyendo a Tricky, Prodigy y The Orb, una modificación en la genética de Lollapalooza con ramificaciones hasta hoy.

Tras varios años de ausencia y versiones fallidas, el festival se asentó en el Grant Park de Chicago en 2005, provocando algunas resistencias iniciales por el uso del parque. Con el correr del tiempo el evento, que genera millonarias ganancias a la ciudad, se ha convertido en parte de la legendaria urbe.

Los habitantes, como resalta Lolla: la historia de Lollapalooza, saben que durante cuatro días la ciudad tendrá más congestión, y la agitación propia de una convocatoria de cientos de miles de personas. Pero Chicago se identifica con Lollapalooza y viceversa, en tanto la capital de Chile -el primer país donde se exportó la franquicia- se deshizo del festival.

El documental constata también cómo la paleta de géneros ha cambiado desde 1991, el proceso en que lo alternativo se vuelve gusto de masas, y el sinsentido de complicarse con las casillas de ánimo enciclopédico, que derivan en prejuicios. Entre medio, el público solo quiere divertirse y convivir efímeramente en un espacio donde la música en vivo es el aire que se respira.

“Solo no quiero que este festival de expresión se convierta -dice Farrell a modo de conclusión- en algo que se construya con análisis (...) no soy un gran matemático ¿o si?”. Luego sonríe y empina la botella.

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