A Mark Renton todavía lo persigue algo que hizo a fines de los 90. Aquella vez en que se apropió del dinero que había ganado en conjunto con sus malacatosos amigos -Spud, Sick Boy y Begbie- en una venta de heroína que les cayó de pura casualidad. Spud fue el único que vio su parte del botín porque a Renton le dio lástima desplumarlo. Es 2015, y el ahora representante de DJ decide cerrar el círculo para siempre aclarando las cosas con su antigua pandilla, por lo que decide regresar de su cómoda vida en California rumbo a Escocia. Así comienza Señalado por la muerte (Anagrama), la nueva novela de Irvine Welsh donde cierra la historia de la saga Trainspotting.
El autor escocés, de 65 años, pone el punto final a un universo que comenzó en 1993, con la novela homónima y que tres años después la editorial Anagrama tradujo al castellano al mismo tiempo del estreno de la inolvidable película de Danny Boyle, con un joven Ewan McGregor en el rol estelar. Además de una banda sonora que resumía toda una narrativa del pop: Iggy Pop, Sleeper, Blur, New Order, Brian Eno, Elastica, entre otros.
Posteriormente, Welsh publicó la secuela de la historia, Porno (2002) de la cual Boyle se basó en parte para armar la poco afortunada T2 Trainspotting (2017). Y luego vinieron la precuela Skagboys (2012) y el spin-off El artista de la cuchilla (2021), centrado en Begbie y en cómo deja de ser un sicópata violento para convertirse en un reputado artista plástico, con esposa e hijas, y que inicia una nueva vida en Los Angeles. Aunque de tanto en tanto aparece su antigua personalidad sedienta de sangre.
Pero al reformado Begbie no parece interesarle mucho que Renton salde la añosa deuda. Quiere dejar atrás su antigua vida de gamberro y repite a quien quiera escucharlo que ha dejado la violencia. O eso parece. Todos son 25 años más viejos, ya están en la mediana edad, y han cambiado: Begbie gana dinero con sus exposiciones, Renton alterna viajes con los Dj que representa, Sick Boy sigue siendo un pillo que vive a costa de explotar el cuerpo de las mujeres, solo que ahora gracias a una aplicación de citas de scorts. Los dos últimos también tienen hijos, pero como confiesan, son muy malos padres.
¿Y Spud? Sigue siendo el mismo desafortunado, pues deambula andrajoso como un vagabundo por las calles de Edimburgo, con la sola compañía de un perro. Aunque, parece que el destino le vuelve a sonreír con una oportunidad de negocios. Pero como todo en Trainspotting, no es algo muy limpio. Tiene que ver con tráfico de órganos, y terminará involucrando nuevamente a toda la pandilla en una trama que incluso, resultará con uno de ellos muerto.
En una entrevista con The Guardian, Welsh comentó que se siente cercano al narrador principal, que es Renton. “En cierto modo, es una persona más auténtica. Escribo de forma más consciente cuando escribo como él…Se ha vuelto un poco más exitoso. Ha llegado a ese punto en el que siente que tiene algo de la vida; es algo que quería, pero en realidad no se siente satisfecho por ello. Es un malestar común que siente la gente. Buscan algo, lo obtienen y luego piensan, ¿qué carajo fue todo eso? ¿Valió la pena gastar todo el tiempo y la energía en esta búsqueda?”. De alguna forma, Renton sigue teniendo esa disconformidad con lo que lo rodea y que tan bien resumió en su recordado monólogo “Elige la vida”.
La heroína ya no guía las vidas del grupo, pero todos buscan sobrevivir de alguna manera. Eso es lo que narra de manera trepidante la novela, que tiene de telón de fondo la votación del Brexit, cosa que no les preocupa mucho a ninguno de los miembros de la pandilla. Y de alguna manera refleja la misma vida de Welsh. Nacido en el distrito portuario de Leith, en Edimburgo (donde transcurre Trainspotting y buena parte de este libro), dejó el colegio a los 16 años y trabajó un tiempo reparando televisores hasta que una potente descarga eléctrica lo obligó a tomar otros rumbos. En el gris Reino Unido de la era Thatcher, debió zafar como pudo: lavando platos, acarreando bultos, pavimentando carreteras. También cantó en una banda punk y hasta fue DJ después del éxito de Trainspotting. Y como Begbie, se mudó a EE.UU. con su segunda esposa, la estadounidense Beth Quinn, 23 años menor que él. Y como Spud, se convirtió en escritor. Eso sí, durante su juventud tenía otro “trabajo” a tiempo completo. Ser adicto a la heroína, la que conoció a los 20 años.
“El primer año pensé que estaba bien, pero el segundo año no podía fingir. Me movía en diferentes círculos. Estaba más descuidado -dijo a The Guardian-. Sentía una tremenda sensación de bienestar hasta el punto de que realmente te importa un carajo nada. Tener esa sensación de invencibilidad. Lo bueno de la heroína, y lo peor, es no tener que tratar con otras personas. Por supuesto, es una completa ilusión. Puedes estar sentado en tu propia mierda en un piso de mierda, pero eso te da esa ilusión de fuerza, poder y bienestar”.
En general, la crítica ha recibido bien este volumen final de Trainspotting. Por ejemplo, el sitio especializado NPR señala: “Es mérito de Welsh que no les dé a ninguno de ellos ningún tipo de perdón repentino o momento de redención que no venga con mil condiciones y una bolsita de coca en el bolsillo porque no son buenos tipos. Nunca lo han sido y nunca lo serán, no importa cuán fuerte griten (o susurren o lloren) acerca de la reparación de sus caminos”.
The Guardian señala: “El estilo de Irvine Welsh es tan ‘pulposo’ hoy en día que es difícil imaginar que los jueces del premio Booker pierdan el tiempo discutiendo sobre su política sexual, como se dice que hicieron antes de descartar su debut de 1993, Trainspotting, por la misoginia de su protagonista adicto a la heroína, Renton, y sus compañeros de la mala vida de Edimburgo…En última instancia, es una señal de la magia de Welsh el haber creado personajes tan memorables que sobreviven a esta revisión caricaturesca”.