En la actualidad, el nombre de Joaquín Toesca es recordado por su aporte en el desarrollo urbanístico y arquitectónico de Chile, gracias a su trabajo en icónicos edificios de la capital, como el Palacio de La Moneda y la Catedral de Santiago. Sin embargo, en su época no solo era conocido por ser uno de los arquitectos más reputados, sino por su controvertida vida personal, marcada por juicios y una infidelidad, que incluso inspiró el libro de Jorge Edwards, El sueño de la historia (2000).
El italiano llegó a Chile en 1779, a pedido del gobernador Agustín de Jáuregui y el obispo de Santiago Manuel de Alday y Aspée, para proyectar y dirigir importantes obras públicas. Influenciado por el movimiento neoclásico, el arquitecto se abocó en el edificio de gobierno y en la catedral, destruida varias veces por los sismos.
Tres años después de su arribo al país, a los 40 años aproximadamente, Joaquín Toesca contrajo matrimonio con Manuela Fernández de Rebolledo, una joven de 17 años proveniente de una familia acomodada de Concepción, avecindada en Santiago. Así lo consta el Archivo Parroquial de Santa Ana, recogido por el texto La mujer en el reyno de Chile de Sor Imelda Cano, publicado en 1981.
Ante la indiferencia e independencia de su esposa, “el arquitecto recurrió al arzobispo y jueces de la ciudad, acusando a Manuela Fernández de envenenar sus espárragos”, relata un video sobre el caso elaborado por el Poder Judicial de Chile.
“La mente ingeniosa y rápida de doña Manuela llegó al extremo de concebir cómo darle el golpe de gracia y, en un intento sadista, decidió en 1794 hacerlo morir, poniendo solimán en su plato favorito, los espárragos, pero no surtió efecto el veneno. Ventilado el asunto, fue recluida en el convento de las Agustinas y en el de la Victoria, en donde, por tres y dos años, respectivamente, permaneció pero no se enmendó”, escribió la religiosa Imelda Cano.
Asimismo, Manuela Fernández fue acusada de adulterio. En la acusación, Joaquín Toesca describió el momento donde presenció el engaño de su esposa. “Una noche en que ya algo convaleciente pasé al dormitorio de la dicha mi mujer, encontré a su amasio [querido o amante] tendido en su cama, oculto con cortinas corridas y saliéndose ella del cuarto con la luz para que no lo percibiese”, consigna el Archivo Nacional de Chile.
“Entró después una criada manteniéndose la dicha mi mujer retirada en el patio interior de la casa cuyo descubrimiento hubo de ponerme en términos de hacer una tropelía en desagravio de mi honor, tantas veces ofendido por la citada mi indigna mujer; pero debí al todo poderoso que contuviese mi mano y me redujese únicamente a echar el amasio de mi casa; y también a ella”, continúa la acusación.
El amante era Juan José Goycolea Zañartu, uno de los discípulos de Joaquín Toesca que frecuentaba la casa del arquitecto (y quién, después de la muerte de Toesca, continuó con su obra).
Cartas, infidelidad y un convento
Luego del descubrimiento, Manuela Fernández de Rebolledo fue albergada por su madre, doña Clara Pando y Buendía. Sin embargo, Joaquín Toesca recurrió a la justicia y a la iglesia para solicitar ayuda. En ese momento, el Obispo de Santiago, Blas Sobrino y Minayo, aconsejó al arquitecto de recluir a su esposa en un convento, para su ‘rehabilitación’ y la ‘purgación de su pecado’.
De esa forma, Manuela fue llevada a la fuerza a una Casa de Ejercicios en Peumo. La medida, considerada hoy extrema, era una práctica común en la época. “Que los conventos permitieran personas que fueron castigadas y que fueron dadas con importantes dotes para que se le castigara, me parece que es una de las historias tristes que la Iglesia permitió”, indica la académica María del Pilar Muñoz en el video del Poder Judicial.
A pesar del encierro, la relación entre Manuela Fernández y el aprendiz Juan José Goycolea Zañartu continuó mediante cartas, donde ella le llamaba afectuosamente negrito o hijito mío. “Yo con bastante miedo te escribo hasta no saber si la has recibido. Si la tratas, hijito, quiéremela mucho, por lo que me has querido a mí y porque es mi madre, pues por mi siente tanto: aconséjala en estos asuntos míos: Yo te dijera mucho; pero como no sé si llegará esta a tus manos no me atrevo; solo te encargo que acompañes a mi madre que se deje de pleitos con ese loco”, dice parte de una de las misivas, que puede leerse completa en el Archivo Nacional de Chile.
“Y a Dios negrito conviértete, no visites chuquisas, mucho le pido a la Virgen por ti que te haga un Santo, pero creo que no será en ese pellejo. Y a Dios a quien pido te guarde muchos años. Diciembre 12 de 1793; quien te estima, La Fernández”, concluye Manuela Fernández.
Con esas cartas en mano como evidencia, Joaquín Toesca recurrió a la justicia con una denuncia de adulterio, pidiendo el fin de su matrimonio. Sin embargo, las pruebas fueron consideras insuficientes y, luego de siete años de claustro de Manuela Fernández, los jueces resolvieron que el matrimonio debía rearmarse.
El castigo a mujeres infieles
Tal como menciona la académica María del Pilar Muñoz en el registro del Poder Judicial, en la época no se reportan solicitudes de divorcio por parte de mujeres hacia hombres por causal de adulterio, al ser considerada una práctica socialmente aceptada por parte de los esposos.
En una época donde los varones tenían el absoluto control político, social y económico, la reclusión de mujeres de clase alta en monasterios y conventos era una forma frecuente de castigo. La Voz de los que Sobran recuerda el caso de Manuela Villalobos, la madre de los hijos mayores de Benjamín Vicuña Mackenna, quien fue alejada de sus hijos y enclaustrada en un convento; o el caso de la poeta Teresa Wilms Montt, recluida por sus inquietudes intelectuales y una infidelidad, separada de sus hijos y catalogada de inestable mentalmente.
“Era joven, hermosa y atrayente; su esposo la amaba, pero ella no supo comprenderlo (...) Frívola y coqueta, necesitaba a su marido sólo por su renombre y para pasear con él su donaire y juventud, luciendo por las calles y playas”, redactó la religiosa Imelda Cano sobre Manuela Fernández de Rebolledo. Además, en su libro, Cano describe a Joaquín Toesca como un esposo indulgente y afectuoso.
Él murió el 11 de junio de 1799 en Chile, sin ver finalizada la construcción ni del Palacio de La Moneda, ni de la Catedral de Santiago. Dentro de sus otras obras, destacan el edificio del Cabildo de Santiago, el que terminó en 1789, la construcción de un nuevo edificio para el hospital San Juan de Dios, y los tajamares del río Mapocho.
A su muerte sobrevivió su esposa, Manuela Fernández, quien contrajo matrimonio con el constructor José Ignacio Santa María González, pues meses atrás, Juan José Goycolea Zañartu – quien fue su amante— se había casado con María del Carmen Geroda y Vicuña.