Antes de Caetano Veloso, o Gal Costa, o Antônio Carlos Jobim, existió Mário de Andrade. Durante los primeros años del siglo XX, fue un virtuoso pianista de conservatorio, que tras la muerte de su hermano -jugando fútbol- se reinventó como académico e investigador de la música popular brasileña. Algo así como lo que años más tarde haría Violeta Parra en nuestro país. Además, fue un actor clave en el modernismo en su país, de hecho, fue llamado el “Papa” del modernismo brasileño.

Por ello, dejó una buena cantidad de escritos donde ahondó en estudios sobre la música popular brasileña, entrando en el ámbito que hoy conocemos como Musicología. Incluso, en los medios escritos fue crítico de música y de artes visuales. Hoy, sus escritos se pueden leer en el volumen Ensayos sobre música, que publica la Editorial Universidad de Santiago de Chile, con traducción y selección de Ana Lea-Plaza Illanes.

Su editor, el escritor nacional Galo Ghigliotto, comenta: “Existen, en mi opinión, tres Mários de Andrade: el primero es el narrador-poeta, aritsta del desvarío, donde se da una escritura chispeante e ingeniosa, ‘desvairista’, que juega con el lenguaje, inventa palabras, usa figuras literarias propias del modernismo de la época; por otra parte está el Mário ensayista, que es más bien un teórico tradicional que trata diversos temas de su interés, con un tono menos ingenioso que reflexivo; por último, el Mário escritor de cartas, que es una mezcla de los dos anteriores, conservando ese ingenio y chispa del narrador para presentar las ideas brillantes del ensayista de primera”.

En su Ensayo sobre la música brasileña (1928), de Andrade abogaba por el cruce de tradiciones: ”Uno de los consejos europeos que he escuchado más atento es que nosotros, si queremos hacer música nacional, tenemos que buscar elementos entre los aborígenes pues sólo ellos son legítimamente brasileños. Eso es una puerilidad y una ignorancia de los problemas sociológicos, étnicos, sicológicos y estéticos. Un arte nacional no se hace de la elección arbitraria y diletante de elementos: un arte nacional ya está hecho en la inconsciencia del pueblo. El artista sólo tiene que dar a los elementos ya existentes una trasposición erudita que haga de la música popular, música artística, es decir, desinteresada”.

“Si fuese nacional sólo lo que es amerindio, los italianos no podrían emplear el órgano que es egipcio, el violín que es árabe, el canto litúrgico que es greco-hebraico, la polifonía que es nórdica, la anglosajonía flamenca y el demonio. Los franceses no podrían usar la ópera que es italiana y mucho menos la forma sonata, que es alemana. Y como todos los pueblos de Europa son producto de inmigraciones prehistóricas, se concluye que no existe arte europeo”.

También el volumen contiene otros ensayos más específicos, como el Música de hechicería en Brasil (1933): “El pueblo brasileño, de norte a sur, es muy supersticioso y dado a prácticas hechiceras, sin embargo, en este mundo enorme de tierras varias, los modos bajos de propiciación, alabanza o exorcismo de las formas daimoniacas varían bastante, muy a pesar de que todas estas se abriguen bajo la protección más elevada del espiritualismo católico”.

Además, se rescata una entrevista que Mário de Andrade concedió en 1927 relatando una excusión al río Amazonas. “La desembocadura es grandiosa, grandiosísima, pero esto nosotros no lo vemos propiamente; nuestros sentidos demasiado pobres y nuestras sensaciones analíticas no permiten la percepción de esa realidad sintética y total. No se abarca el fin. Sólo la bahía de Marajó, en ciertos puntos, logra hacer un horizonte o, cuando no, a lo lejos muestra apenas la pequeña y estrecha faja de la selva”.

“Cuando uno compra un pasaje en una compañía de navegación, esta, además de no responsabilizarse por los mareos del mar, no tiene por qué ofrecer un programa completo de “vistas”. Aún así, pude ver los cocodrilos. Son animales excelentes, muy deportivos, satisfechísimos de vivir en un río que es la capital de todos los ríos del mundo”.

“El calor es un calor sin descanso, malhechor. Creo, sin embargo, que es menos irritante que el de aquí, porque en Sao Paulo el tiempo es muy variable. En el norte, la gente se termina olvidando del calor, tan cotidiano como el día. Ventajas de la inmutabilidad”.

Como se puede leer, De Andrade era un buen escritor, muy claro para expresar sus ideas. “Para De Andrade la musicalidad es inherente a la escritura -añade Galo Ghigliotto-. En tanto músico de conservatorio y musicólogo, es evidente que intenta sacar partido de los sonidos del lenguaje para articular una música, algo más que un tamborileo, por lo cual un libro como Macunaíma, por ejemplo, su obra cumbre, ha sido tildada como novela-rapsodia”.

Ghigliotto además nos comenta sus momentos favoritos del libro: “Si bien el libro contiene el importantísimo “Ensayo sobre la música brasileña”, disfruté particularmente la lectura de la entrevista que le hacen sobre su viaje por el río Amazonas (Una excursión al río Amazonas) y el ensayo sobre la Música de hechicería en Brasil que es único, casi enigmático, diría”.

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