De entre las mayores deudas de la agenda de conciertos en Chile está la de poder tener alguna vez sobre un escenario a Chico Buarque. Han sido varios los intentos, pero una productora tras otra han terminado por resignarse a la imbatible distancia del músico por la dinámica de los tours; o, más bien, a salir de Brasil si no es bajo muy particulares condiciones (una forma de “tentarlo” era organizándole actividades vinculadas al fútbol, su gran pasión junto a la música, comentaba uno de los profesionales locales que así lo intentó hace dieciocho años).

Si el éxito es persistir en lo que se hace saltándose las convenciones impuestas a los menos afortunados, Chico Buarque llega a sus 80 años de vida (los cumple el próximo miércoles) en la cumbre de una carrera autoral que, además de brillante, se ha caracterizado por ser obstinadamente atípica.

“Estudiaba arquitectura y empecé a dar shows, y después vino el festival [de la MPB 1966, que ganó con “A banda”] y empecé a tener mucho éxito, pero creía que todo eso iba a pasar, que era una ocupación provisoria […]. Los primeros dos o tres años me lo tomaba en broma”, recuerda el carioca en el libro de entrevistas Estación Brasil. Allí dice que entendió que era un profesional de la música durante sus años de exilio en Italia, precisamente cuando ésta se volvió un esfuerzo: “Cuando apenas lograba sobrevivir, sentí que la necesitaba”.

Poeta, novelista, dramaturgo y cantautor, Buarque se ubica en una categoría diferente a la de sus contemporáneos y connacionales, incluso de los más brillantes. En Verdad tropical , Caetano Veloso admite que en la rivalidad que en sus inicios se quiso crear entre ambos, él mismo tenía las de perder: “[Buarque] representaba la gran unanimidad nacional, el excelente joven compositor y cantante, seductor […], el gran sintetizador de las conquistas modernizadoras de la bossa nova con los deseos de volver al samba tradicional de los años 30 y de avanzar en la crítica social […], realzada por su belleza física, su educación naturalmente elegante y su genio personal. Encarnaba lo mejor de lo mejor de la historia de la música brasileña, y todos lo veían de ese modo”.

Ag�ncia Estado via AFP)

No es un asunto de jerarquías (son muchos los genios simultáneos en la MPB), sino más bien de rasgos distintivos, y ahí está al menos Construção (1971) como obra maestra de crónica social a través de la música, sin comparación posible. En estos días, una nueva biografía (del periodista Tom Cardoso), documentales en TV y reediciones discográficas celebran las ocho décadas del artista de mirada clara y gesto tranquilo. El martes, en Santiago, Eduardo Peralta y Felo se sumarán a los homenajes. El autorregalo del propio creador se conocerá en agosto: Bambino a Roma, su octava novela, repasa sus años de vida italiana. Las promociones literarias son arduas, y en pedir no hay engaño: si su vida de octogenario contempla tan solo una gira más, que sepa que acá le acumulamos abrazos.