Andrés Montero -una de las voces más valiosas e interesantes de la actual narrativa chilena- tiene cinco hermanos, a quienes dedica su más reciente novela, El año en que hablamos con el mar (La Pollera, 2024). En el libro, el escritor pone en relevancia este vínculo, a través de la historia de los mellizos Garcés, dos hermanos con personalidades opuestas nacidos en una isla al sur de Chile. “La relación de hermanos también es una relación de amor”, dice el autor en entrevista con Culto.
Julián y Jerónimo son los protagonistas del relato, que comienza con la llegada de este último a su tierra natal, después de medio siglo de ausencia y silencio. Sin embargo, la que en un inicio era una visita de paso, se alargará por un año —el libro se divide según las cuatro estaciones—, con la llegada de la pandemia de Covid-19 y las restricciones de movilidad. Jerónimo, un periodista y escritor nómada, deberá enfrentarse a su pasado en la isla y a sus habitantes— que parecen conocerlo mejor que él —y, por supuesto, a su hermano mellizo.
“Hay muchos proyectos que los escritores empezamos y que no seguimos por ‘abc’ motivo. Yo estaba haciendo un libro de cuentos, donde cada uno estaría ambientado en una isla distinta de Chile. Además, tenía pensada una historia de mellizos. Cuando ya aparece la historia que finalmente fue la que se escribió, pensé de inmediato en la isla, no se me ocurrió otro lugar. Pero además me vino muy bien, porque necesitaba un espacio que estuviera rodeado de agua como símbolo, como dice una frase de Melville que está como epígrafe: en el agua se refleja el fantasma inaprensible de la vida. Cuando vemos el agua, nos vemos a nosotros mismos, o vemos una verdad que no vemos siempre. Además, quería que fuera un mar del Pacífico porque ese es el mar para mí, los demás son marcitos (ríe)”, reflexiona Andrés Montero. El territorio que lo inspiró fue la Isla Mocha, ubicada en la provincia de Arauco, en la región del Biobío.
Las referencias a la historia de Ulises y su retorno a Ítaca, o ciertos guiños sutiles al realismo mágico de Cien años de soledad o La casa de los espíritus, construyen una novela breve que se rearma como rompecabezas gracias al relato de los habitantes de la isla, quienes usan el ‘nosotros’ para contar la historia de los Garcés.
“El narrador protagonista o en tercera persona son los narradores más típicos en la literatura. Pero, hay un tipo de narrador, que es el narrador colectivo, que es muy típico de Chile. Este narrador que, como yo digo, aparece cuando uno llega a una casa donde es un desconocido y te aprovechan de contar historias que todos conocen, y empiezan a contarlas entre todos, se interrumpen y se apoyan. Ese tipo de narrador colectivo está muy poco presente en la literatura y, sin embargo, es uno de los narradores más corrientes, no solo en el campo, sino en una reunión social o un grupo de amigos”.
Oralidad, tiempo y aislamiento
Andrés Montero ha publicado títulos como Tony Ninguno y Taguada. En este último, la novela es narrada por múltiples voces que retratan la riqueza de la oralidad chilena. En El año en que hablamos con el mar también se vislumbra el trabajo previo del autor en esta área.
“No es posible pasar la oralidad a la literatura, entonces tampoco lo pretendo”, explica el escritor. “Hay algunos elementos de la oralidad que intento que impregnen la literatura. Uno, por ejemplo, es el relato de leyenda o de pequeños mitos que van salpicando la literatura en los libros que yo he escrito. En este último, se mencionan los pactos con el diablo, al Tue Tue, que es algo muy típico de la oralidad chilena y se toman como parte del discurso. También algunos tipos de refranes o de dichos, como forma que tenemos de expresarnos particularmente en Chile. Luego hay otros aspectos de la oralidad que a mí me interesan mucho, y que son más difíciles, por ejemplo, los silencios”.
En La muerte viene estilando, su libro de cuentos publicado en 2021, los juegos con la temporalidad cobran relevancia. En su última entrega, el tiempo, que en un principio parece abstracto, toma forma con la aparición de procesos históricos como el estallido social y la pandemia. “Cuando uno llega a lugares como estos, una isla muy alejada o pueblos muy aislados, hay una sensación de que el tiempo se detiene y que funciona de una forma distinta. Aquí quise ahondar un poco en esto. Una cosa es que no les importe el estallido social, pero no quiere decir que no exista. Una cosa es que el bicho (así le llaman al virus en la novela) no les llegue a la isla, pero otra cosa es que no haya un bicho efectivamente en el continente. Entonces puntualicé en esto, porque no me gusta dar una idea romántica o nostálgica de que en el campo no existe el tiempo. Sí existe, lo que pasa es que juegan otros jugadores”, explica Andrés Montero.
En la novela también se vislumbra una fuerte crítica social. “Hay una crítica al aislamiento y a la falta de conectividad física, que existe y creo que hay que resolver. Pero al mismo tiempo funciona como crítica de que desde el continente somos incapaces de verlo, y eso hace que las políticas públicas no lleguen a esos sectores y se sientan abandonados, porque están abandonados”, resalta el autor de El año en que hablamos con el mar.
El título está disponible en Buscalibre y en librerías chilenas.