Columna de Marcelo Contreras: La voz por las cuerdas
Legítimo acomodar las canciones -entre varios, Robert Plant, Freddie Mercury, David Bowie y Elton John lo hicieron-; no así dar lástima, el caso de Chuck Berry en el Movistar en 2013. El espectáculo puede aflojar en cuanto a las cuerdas vocales. Pero también disfrutamos de una era donde las estrellas pop viven segundas y terceras vidas, un alargue bienvenido.
Ariana Grande cambió la voz en medio de una reciente entrevista -de grave a agudo cantarín-, provocando dudas y preocupaciones en la fanaticada. La estrella pop explicó que varía la tonalidad como una manera de resguardar su principal herramienta de trabajo, un método poco convencional que requiere asesoría experta. Durante la promoción de la biopic Elvis (2022), el actor Austin Butler bajó notoriamente su tono imitando el hablar sureño del rey del rock, desatando suspicacias y bromas. Butler dijo que modifica su voz dependiendo del contexto.
Son ejemplos de figuras todavía jóvenes en posición de preservar el registro que inexorablemente se modifica y desgasta con el paso del tiempo, más aún en un ambiente de alta exigencia profesional, como sucede en la industria de los espectáculos.
Resulta curioso que ante los anuncios de conciertos de astros veteranos de la canción, una de las dudas reiteradas del público y la prensa es si la visita estelar todavía canta. En términos prosaicos, si se la puede.
A Paul McCartney, que lo tendremos por quinta vez en Chile el próximo 11 de octubre con el Got back tour, ¿le queda voz? Deep Purple, de regreso el 17 de septiembre junto a Journey, ¿acaso Ian Gillan chilla como en los 70? El beatle, que acaba de cumplir 82 años, evidentemente no tiene las mismas capacidades de antaño, pero sostiene un espectáculo completo durante tres horas. Tampoco Gillan -uno de los fundadores del intenso y demandante estilo del heavy metal- puede replicar las acrobacias de la juventud, precisamente porque ha pasado más de medio siglo de uso y abuso de las cuerdas vocales.
Ambos pertenecen, además, a una generación de artistas rock marcada por el cigarrillo, las sustancias, el alcohol y el trasnoche, y carente de técnica interpretativa. Brian Johnson de AC/DC ha confesado que aborda el escenario, sin practicar ejercicio alguno. Sale y grita.
En las redes abundan los videos donde se demuestra cómo varía la interpretación de un determinado éxito por equis leyenda, a través del tiempo. Entre los casos más dramáticos de deterioro, figura Paul Stanley de Kiss, cuya extensa gira de despedida fue acusada de utilizar pistas ante el daño irreparable. Los mismos dardos apuntaron los últimos tiempos de Van Halen en directo. El registro del ex bajista Michael Anthony -un capo de las armonías estratosféricas como lo demostró, entre varios títulos, en When it ‘s love- iba galleteado. Fumador y bebedor empedernido, Eddie Van Halen había perdido parte de su lengua por un cáncer. Le quedaba un hilo de voz.
Hay algo de ingenuidad y patudez en demandar eterna juventud a los ídolos, apuntando con descaro el envejecimiento, como en esas reuniones de ex compañeros que gatillan comentarios sobre lo viejo que está el resto. Y si las estrellas osan recurrir al quirófano, el retoque se convierte en motivo de burlas y recriminaciones, como sucede con Madonna.
De perogrullo recordarlo, pero los cuerpos y las gargantas de las estrellas envejecen como todos, y se adaptan según la edad, a veces con resultados de notable categoría como lo demostró Tom Jones en su última visita, cuya garganta destila formidable a los 84 años.
Legítimo acomodar las canciones -entre varios, Robert Plant, Freddie Mercury, David Bowie y Elton John lo hicieron-; no así dar lástima, el caso de Chuck Berry en el Movistar en 2013. El espectáculo puede aflojar en cuanto a las cuerdas vocales. Pero también disfrutamos de una era donde las estrellas pop viven segundas y terceras vidas, un alargue bienvenido.
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