A dos bandos
Por Enrique Videla, guionista
Forrest Gump es una película que es muy un producto de su época y, a la vez, una película que ya en los 90 representaba un tipo de cine anticuado, fabulesco, casi al estilo de Frank Capra. En los cínicos años 90, Forrest Gump defendía la visión de un hombre bueno, con ojos inocentes, ante un mundo lleno de cambios.
Lo interesante de la película es que nosotros acompañamos a Forrest con su mirada inocente sobre el mundo, pero a diferencia de él, sí podemos ver la oscuridad que se esconde bajo Estados Unidos. Está presente en la discriminación que él sufre, en el abuso sexual en el hogar de Jenny, en la guerra de Vietnam con los soldados afroamericanos como Bubba y los veteranos como el Teniente Dan.
Si bien eso me parece que funciona admirablemente, tampoco puedo decir que la película es perfecta. El personaje de Jenny ha generado mucha controversia y de todo tipo. Hay algunos que la ven como un personaje abiertamente negativo, manipulador e incluso abusivo con Forrest. Para mí Jenny es una sobreviviente, alguien que busca reinventarse y encontrar un sentido en la contracultura de los 60. Por eso me es tan frustrante ese final castigador y ambiguo, donde prácticamente se le castiga por su exploración de las drogas y la sexualidad, pero la película tampoco es capaz de abordar directamente cuál es la causa de su muerte ni lo que implica. Esa ambigüedad final creo que perjudica a la cinta, que lamentablemente termina jugando a los dos bandos: critica la diferencia entre los ideales americanos clásicos y la realidad de su historia en el siglo XX, pero a la vez tiene atisbos bastante conservadores.
Para mí la carrera de Robert Zemeckis ha sido igualmente frustrante después de Forrest Gump. Su uso innovador de la tecnología CGI para insertar a Forrest en eventos históricos junto a John F. Kennedy, John Lennon o Abbie Hoffman fue, en su momento, una maravilla técnica y sigue siendo impresionante hoy en día. Pero después de Forrest, Zemeckis ha demostrado una obsesión con estar a la vanguardia tecnológica que le ha terminado jugando muy en contra. Películas como El Expreso Polar (2004) y Beowulf (2007) son ejemplos duros de tecnologías que están a punto de ser perfectas pero salen a la luz antes de tiempo, creando personajes que caen en el famoso uncanny valley entre lo humano y lo artificial, que terminan volviendo el resultado extraño y casi chocante. Cuando ha sacado ese recurso de la fantasía y lo ha llevado a una historia humana y personal, como en Bienvenidos a Marwen (2018), el resultado ha sido directamente desastroso.
Forrest Gump es quizás la última cinta de Zemeckis en que logra efectivamente mezclar lo artificial y lo humano, lo tecnológico y lo emocional en el equilibrio perfecto. Sinceramente espero que su reencuentro con Tom Hanks y Robin Wright en Here (Aquí), basada en el hermoso cómic de Richard McGuire, que se estrena este año, sea un regreso a ese equilibrio que le dio tan buenos resultados en Forrest Gump.
El dedo en la llaga
Por Martín Sepúlveda, escritor y guionista
Tal como todos los personajes de la película lo son respecto a Forrest, es muy fácil ser cínico respecto a esta película. Tacharla de dulzona, de conservadora, de querer blanquear la historia horrible de Estados Unidos, son cosas que se pueden hacer sin mucho esfuerzo, y no está mal hacerlo, pero me parece flojo reducirla a eso.
Es como el odio que le tiene todo el mundo a Jenny: si se analiza un segundo más antes del comentario, es fácil ver que hay más de fondo. Esta es una cinta que obviamente juega con las emociones del público, que quiere llevarnos exactamente donde desea y suele lograrlo, pero no es sorpresa que exista una película así en Hollywood, ni que gane todos los premios. La sorpresa es que 30 años después, si se le permite, todavía puede dar donde duele.
La discriminación a un niño por su neurodivergencia, el abuso sexual, el miedo a una guerra que no pueda detenerse, el abandono a los discapacitados y mucho más es lo que vimos a través de Forrest. La gente se acuerda más de él corriendo y del ping pong, pero la verdad es que, de forma liviana y gringa, el dedo entró en muchas llagas que hasta el día de hoy siguen doliendo.
Más allá de eso, y respondiendo a quien pudiera decir que hay mejores y más serias películas que han hecho eso, Forrest Gump es una película dulce y para sentirse bien. Una que se dio el gusto de ahondar en temáticas duras, pero que al fin y al cabo busca más emocionar y hacer reír, que cuestionar las estructuras del poder y hacerlas temblar. En ese sentido, el paso del tiempo no le ha hecho ni un solo rayón.
Los sueños de libertad de Jenny, truncados por los traumas de su pasado; el miedo y el orgullo de una madre con un hijo en quien solo ella cree; la caída y ascenso del espíritu del Teniente Dan, luego de que le arrebataran su anhelado destino trágico; y el periplo de Forrest, que vivió más que cualquier hombre, solo con el sueño de poder darle amor a todos quienes lo han acompañado en su extraña vida. Con o sin críticas, todo eso sigue ahí.
Acompañada del soundtrack con más hits de la historia del cine, con una edición de material de archivo mucho más elegante que las que se hacen hoy en día y algunos de los momentos más icónicos del cine, Forrest Gump continúa siendo una de las películas que más me emocionan y entretienen, y una de las pocas que me hace dejar el cinismo en el cajón para, durante algo más de dos horas, dejarme manipular completamente por Hollywood.
Los pies de Forrest
Por Vladimir Rivera, guionista y escritor
Todas las películas tienen una mirada política, ya sea porque abordan un tema o porque dejan de hacerlo, y en ese sentido Forrest Gump no es la excepción. Muchas películas se miden por el impacto que generan, por cómo son capaces de calar en la cultura popular, y es ahí donde radica su existencia. Por ejemplo, cintas como Avatar (2009), que es una de las más exitosas de todos los tiempos, tienen, sin embargo, poco impacto cultural. En cambio, Forrest Gump ha calado en la cultura de tal manera que, incluso sin haberla visto, ya forma parte de nuestra existencia. Frases como “Corre, Forrest, corre” y “La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar” las hemos repetido más de una vez. Hay memes, ropa, canciones, series y otras películas que la han parodiado. Eso es lo que se llama impacto cultural. Es una película ideal para profesores de enseñanza media, porque puedes analizar temas como la discapacidad intelectual, la bondad, salir adelante a pesar de los obstáculos, la honestidad, el amor; temas que de una u otra forma coinciden con cualquier plan de estudios inocuo.
Sin embargo, es una película que se posiciona desde la neutralidad. Los hechos históricos que muestra son vistos desde una inocencia que termina casi siendo justificada. Es una mirada conservadora, muy similar a cómo era la televisión de los años 90, llena de confeti, cultura popular banal, haciendo viva la frase “En esta casa no se habla de política ni de religión”. Un poco esa es la mirada de Forrest, donde el racismo no existe, donde la guerra es un lugar para ir a jugar ping pong, donde las desigualdades sociales se reflejan en cuentos de hippies fumando y bebiendo en una fuente. El mundo de Forrest es un mundo donde no hay diferencias, pero al no haberlas se terminan negando.
Sin embargo, las cosas que siempre me han gustado de Forrest Gump son aquellas asociadas a ciertas metáforas de la vida. Creo que esta película es una película sobre pies. No por algo, el personaje usa una prótesis para poder mantenerse de pie. Bajo esta capa de bondad evidente, los pies del protagonista adquieren un significado más profundo y simbólico. Representan su viaje a través de la historia, su conexión con el mundo que lo rodea y sus limitaciones físicas.
Por ejemplo, al principio de la película vemos a Forrest sentado en una banca de un parque. Una imagen que simboliza de alguna manera la espera que a todos nos toca en la vida hasta que llegue nuestro turno. Forrest está ahí, esperando su turno, para ser feliz, para encontrar el amor, para encontrar la verdad. Se mira los zapatos y se alegra de poder caminar, pues cuando nació casi no podía mover sus pies. Las mismas piernas que perdió el Teniente Dan (obnubilado con el patriotismo). Los mismos pies que lo llevaron a recorrer miles de kilómetros en una carrera sin sentido (¿acaso no es eso la vida, una carrera sin sentido?) donde todos en algún momento hemos querido detenernos. Forrest es la metáfora misma de la vida, pues ¿acaso no todos somos ingenuos? ¿Acaso no todos hemos estado en una guerra y nos hemos enamorado de la persona equivocada? ¿Acaso no todos hemos sido o seremos padres sin saber qué hacer? Forrest es una persona común y corriente, que no tiene tiempo de pensar en la guerra, que solo quiere caminar, bailar alguna canción por ahí, que no sabe qué es la vida y no quiere saberlo tampoco, pues solo es una caja de bombones. Entonces, al final de nuestras vidas, nos subiremos a un bus y nos iremos.
Feliz Año Nuevo, Teniente Dan
Por Marcelo Castañón, guionista
¿La vieron?, les pregunto a mis dos hijos adolescentes. No sé si reír o llorar con la respuesta: uno vio un resumen en TikTok, el otro solo ubica el gif/meme del Teniente Dan en la fiesta de Año Nuevo. Activo el modo papá que pretende dejar un legado de humilde sabiduría y comienzo: que este es un peliculón redondo, que Robert Zemeckis es un grande y, finalmente, que el guion es una maravilla obra del maestro Eric Roth, el mismo de… Las bendiciones ya están acostumbradas a que yo reclame porque nadie conoce a los guionistas. De hecho, me suben al columpio por eso.
Igual funcionó el ridículo y la vimos. Y conversamos –un poco, antes de ir a dejarlos a su pichanga, tampoco hay que presionar a la suerte– de las películas hechas con cariño y ternura. Que Forrest Gump es de esas que nos conectan con lo más esencial del ser humano: el amor, la incertidumbre y el destino. Y ahí está el Teniente Dan. Según él, vivir era algo que no debía pasarle. Allá en los días en que dibujó sus sueños, él era un hombre destinado a la grandeza, consistente en morir en el campo de batalla heroicamente. Y eso fue robado por la estupidez máxima de Forrest. Lo salvó por el simple deseo de ser leal con su mejor amigo y de cumplirle una promesa al amor de su vida: seguir corriendo.
Mientras los pichangueros se bajan del auto y los miro integrarse a su partido, pienso que la gracia de Forrest reside en que su inocencia es imbatible. Tratar de derrotarla es inútil. Tanto, que lo sigue siendo pasados 30 años. Seguiremos teniendo momentos como los del Teniente Dan, de autocompasión y locura, de rabioso sinsentido y de no saber qué hacer al día siguiente, inmersos en una algarabía general que parece burlarse de ese dolor nuestro que no tiene respuestas.
Y también nos dejaremos llevar, flotando como esa pluma, esperando el momento de reconciliarnos después de unos años con esos destinos no cumplidos, desafiando cara al viento y en lo más alto de un bote pesquero aquello que vendrá. Los caminos son muy diferentes, pero al final la mamá de Forrest tenía razón: la vida es emoción pura, como una caja de bombones, no sabes qué te tocará después. Y el secreto está simplemente en tratar de hacer lo mejor con eso.