Hubo un día en que Ariel Florencia Richards (43) notó que su novela Inacabada (Alfaguara) estaba teniendo una repercusión que nunca sospechó. En enero de este 2024, la mismísima cantante Daniela Romo (sí, la de Yo no te pido la luna) recomendó la lectura de la novela en sus cuentas de Twitter y Facebook. “Una ternura infinita desde el arte de transformarse”, posteó la mexicana. Meses después, en la fría quietud del invierno santiaguino, la escritora nacional recordó ese momento con Culto.
“Me pareció inesperado y hermoso. La novela todavía no se había publicado en México cuando Daniela Romo compartió su lectura en sus redes y la verdad es que me sentí honrada. El libro se salía de su trayectoria convencional, sobre todo pensando que yo vengo de la academia y de la escritura de artes visuales, y llegaba a las manos de una ídola popular de la canción. Quedaba claro que no era una ‘novela trans’ ni ‘de nicho’ sino que un libro que abordaba temas universales”.
Es que Inacabada -su debut como escritora con su nombre femenino- se ha convertido en el más reciente fenómeno literario chileno. Al abrirla, lo primero que leemos es el prólogo de la autora donde comentó el proceso de escritura de la novela, muy de la mano de su propia transición de género. Luego, entramos a la ficción, donde relata la historia de Juana, una investigadora en Artes Visuales que trabaja sobre obras de arte inacabadas. Y en un viaje junto a su madre a Nueva York intenta hablar con ella -de una vez- sobre su transición de género. No resulta fácil, por supuesto, por las evasivas de la progenitora.
Publicada originalmente en enero del 2023 en nuestro país, de a poco ha ido armando un recorrido donde ha recibido la aceptación de la crítica. La crítica Patricia Espinosa dijo: “Es una novela necesaria, que abre rutas y puede contribuir a combatirla bestial transfobia que, pese a todo, parece avanzar cada vez más”. En la Revista Santiago, la crítica Alejandra Ochoa indicó: “Ariel Richards aúna con virtuosismo literatura y crítica de arte, en una propuesta que propicia una visión íntima y sugerente del propio proceso de transición, que explora las tensiones que ello provoca sobre el orden familiar y que invita a la más profunda reflexión sobre la siempre diferida estabilidad identitaria”.
Y también comenzó a tener reconocimiento internacional. Algo comparable, en el sentido de cómo impulsaron sus carreras, con lo que significaron en su momento Las homicidas (2019), para Alia Trabucco, o Un verdor terrible (2020), para Benjamín Labatut. En el matutino El País, de España, fue el escritor mexicano Jorge Volpi quien realizó una elogiosa reseña del libro. “Inacabada es, como la sinfonía de Schubert, perfecta en su entramado conciso y fugaz, en su agudeza psicológica y en la emocionante conformación de este doble retrato femenino”. Y agregó: “Inacabada no solo es una de las novelas más brillantes que he leído en los últimos años, sino una obra de arte muy necesaria en nuestro tiempo; si la literatura sirve para algo, es para adentrarnos en experiencias que jamás serán las nuestras”. Asimismo, el sitio Esquire la reseñó como “Una de las mejores novelas de temática trans que se han escrito en este siglo”. Infobae también le dedicó un artículo. Mientras que Vanity Fair España señaló: “Inacabada es muchas cosas, además de las huellas de varios textos que la autora fue borrando, ampliando y editando, tal y como explica en su brillante prólogo. Es también un tratado sobre la distancia, sobre el silencio, sobre el tránsito (todos los tránsitos, no solo el de las personas trans), sobre madres e hijas, sobre el duelo y los ritos mortuorios, sobre el arte y el amor al arte, sobre el confinamiento, sobre lo inacabado, que siempre está por empezar. O cuya indefinición puede señalar a un presente casi perpetuo”.
¿Más datos para confirmar el fenómeno de Inacabada? La novela, que en una primera edición solo se había publicado en Chile ya se encuentra en 21 países hispanoparlantes, además ya se prepara una primera traducción, al portugués. La misma autora estuvo recientemente en Colombia y en España presentando la novela. En la Madre Patria incluso dio una entrevista televisiva a la cadena RTVE.
Una novela inaugural
Hay que tener claro que, en rigor, Inacabada no es su primer libro, puesto que en 2016 publicó una novela llamada Las olas son las mismas, claro que con su identidad anterior. Fue reeditado en 2021 por Los Libros de La Mujer Rota, cuando Ariel ya había iniciado su tránsito y, como una declaración, en la portada aparece tarjado el nombre original, y se lee Ariel Richards. Entonces, Inacabada se puede leer como una novela iniciática. Y ella también lo piensa así.
“Creo que Inacabada es mi primera novela. Con Alberto Fuguet, quien presentó Las olas son las mismas el 2016 teníamos esta discusión. Él creía que Las olas era una ‘novela-gay’ y yo no estaba ni segura de que fuera ni siquiera una novela, jaja, menos de que fuera gay. Para mí fue un ejercicio narrativo realizado en el Magíster en Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York (NYU) y que trabajé con Sergio Chejfec. Ese primer libro fue una narración sobre el aislamiento, la soledad y el silencio: me encanta que exista, sobre todo en el catálogo de Los Libros de La Mujer Rota. Pero ahora Inacabada se siente inaugural, como primera obra. No sólo porque está firmada con mi nombre femenino, sino porque me representa a nivel autoral”.
¿Qué te parece la recepción que ha tenido?
La recepción que ha tenido, honestamente, me sorprende. Sé que el género hoy es un tema en discusión y también me doy cuenta, por supuesto, que hay una demanda de la industria del libro por narraciones de experiencias trans. Pero esta novela no fue escrita para reclamar una identidad ni insertarse en un “momento” editorial. Lo cierto es que trabajamos el manuscrito en pandemia, de manera muy íntima con la editora Paz Balmaceda, sin imaginar jamás que iba a tener este alcance. Cuando lo terminamos dijimos: “quedó bien”, nos gustó, y yo me puse a trabajar de inmediato en otro proyecto de escritura, sin pensar que la novela tendría esta vida que está teniendo.
¿Qué comentarios te llegan sobre la novela?
En Chile, a muchas personas no les gustó el prólogo. Patricia Espinosa, en su crítica, lo encontró innecesario y creo que en cierta medida tenía razón o quizás yo siempre a ella le voy a encontrar la razón. Pero, por otro lado, ese texto, escrito en primera persona, ha generado conversaciones que me interesan. Si compartí que escribí la novela sin control de cambios en un mismo manuscrito que tuvo múltiples formatos y títulos, fue porque quería oponerme a la creencia nostálgica de que toda versión anterior fue mejor. Eso aplicaba tanto al género como a la escritura. Sobre la novela, todas sus lecturas me han remecido. Hay quienes se quedan con la idea de las pinturas inacabadas, otras personas que rescatan el intento por abrir espacios de comunicación con los padres y muchos la leen desde la metáfora del tránsito. A mí, en especial, me gustan las que resuenan con la propia experiencia del dolor. Creo que cada persona la interpreta desde sus heridas personales y eso me parece hermoso. Me gustó mucho, por ejemplo, que Marcelo Soto pensara que esta era una novela sobre suicidio. Quizás lo es.
¿Qué es lo mejor y qué es lo peor de tener reconocimiento como escritora?
No sabría decirte. Es que el reconocimiento no cambia nada de la práctica de escritura ni de investigación que hago.
Has ido a presentar Inacabada a España y Colombia. ¿Cómo ha sido encontrarte con nuevos lectores fuera de Chile?
Emocionante y extraño. De un día para otro la novela se publicó en países de habla hispana y desconozco el impacto que esas lecturas puedan estar teniendo en las personas que la están leyendo. Lo que sí es que pareciera haber una zona común, independiente de dónde se lea: y es que el hecho de decir la verdad, a veces puede causar dolor a las personas que queremos. Pareciera que, en cualquier parte del mundo, el “Mamá, tengo algo que decirte”, es el anuncio de algo doloroso.
¿Significa un peso este reconocimiento?
No lo veo como un peso.
¿Por qué?
Porque en lo concreto, mi trabajo no cambia en nada. Que la novela sea leída y comentada es un reconocimiento a sus hallazgos y al trabajo que hay puesto en ella, claro, pero también hay un componente de azar. Eso que pasa una vez que yo entrego el manuscrito y se imprime el libro está absolutamente fuera de mi control. Y me gusta que así sea. En mi caso, la escritura es una manera personal de descubrir algo que antes de ser puesto en palabras era solo intuido, casi como una práctica de investigación. Y eso tiene muy poco que ver, casi nada, con la vida que vaya a tener el texto si se publica. Quiero decir, no lo veo como un reconocimiento personal, sino que al trabajo. Y eso, más que un peso se siente como una liberación.
Tienes una cuenta de Instagram y eres usuaria muy activa. ¿Cómo ha sido tu relación con las redes sociales teniendo más exposición?
¡Tengo tres cuentas en Instagram, jaja! Una como autora, otra sobre el tránsito y otra privada que es de mi investigación doctoral. Después de la publicación de la novela, muchas madres y padres de personas, especialmente de jóvenes y niños que están transitando, me han escrito mensajes por DM. Quieren hablar y no solo sobre la novela, sino sobre la dificultad de abordar temas identitarios entre seres queridos. Entre ellos prevalece la idea de no herir, pero también está el desconocimiento, que es algo grave y real. Creo que la novela evidencia que hay paternidades y maternidades muy solitarias que no saben cómo enfrentar una transición.
¿Cómo fue el proceso de escritura de Inacabada?
Gozoso. La novela fue escrita en pandemia, durante el confinamiento más estricto y la escritura se transformó en una práctica de liberación en medio de ese contexto opresivo. Me armé un horario. Una rutina para escapar a la rutina. Soy madrugadora, así que escribía en las mañanas, muy temprano, antes de que amaneciera y luego leía otros textos que apuntalaran la escritura. Pasaba de ensayos académicos que tenía que leer para el doctorado a novelas como Apegos feroces de Vivian Gornick. Pero también releí poemas de Olga Orozco y Lila Zemborain. Por otro lado, me interesaba que el confinamiento no fuera indiferente a la obra. Por eso imaginé a una madre y a una hija que tenían temas pendientes por hablar, encerradas en la pieza de un hotel. En ese sentido fue clave la influencia de Juste la fin du monde, una obra teatro de Jean-Luc Lagarce en que los personajes están obligatoriamente enfrentados y la novela Station Eleven de Emily St. John Mandel, que piensa en encierro como una posibilidad afectiva.
¿Cuánto tienes de común con Juana?, ¿también fue complejo el hablar del tránsito con tu madre?
Cada vez voy teniendo menos en común con Juana. Ahora que presenté la novela en Bogotá y tuve que hablar de ella, sentí una distancia mayor con la protagonista. Es que, con el paso del tiempo, Juana me parece demasiado cauta. Si escribiera Inacabada hoy creo que Juana tendría menos miedo, no se demoraría tanto en enfrentar a su madre. Pero también sé que eso porque algo en mí, a nivel identitario, se ha consolidado desde la publicación de Inacabada. Quiero decir, hoy soy más arrojada porque existe la novela. Con mi propia madre, por supuesto que fue complejo. No fue una sola conversación. Fueron muchas sentadas, caminatas y cartas. Aunque lo que tenía que compartirle eran solo dos palabras, me resultó imposible decirle “soy mujer”. Hacerlo era destruir las expectativas que ella tenía de su hijo mayor y por sobre eso, provocarle un dolor que no sabía si era reparable. ¿Quién quisiera hacerle eso a su mamá? Y luego, ¿cómo se hace eso, cuidadosamente?
Inacabada tiene un vínculo con las obras de arte incompletas. ¿Cómo incidieron -o no- las artes visuales en tu proceso de tránsito?
La escritura sobre artes visuales fue muy influyente en la novela, pero no sé si en el tránsito de género. Estoy terminando un doctorado y uno de los grandes aprendizajes ha sido encontrar un lenguaje que no sea excluyente para hablar de arte. ¿Por qué segregar algo con lo que todos nos emocionamos? Rita Segato dice que la política recurre al lenguaje protocolar como forma de exclusión y eso también aplica a la cultura. Me resisto a ir a una exposición de arte y no entender lo que dice el texto en el muro o en el catálogo, porque justamente lo que quiero es conectar, entender. La novela aborda obras de arte sin terminar, pero no desde una voz especializada, sino que desde la mirada de una visitante al museo.
Hace poco tuvimos la marcha por el orgullo LGBTIQ+. ¿Cuál es tu relación con el activismo de las disidencias sexuales?
Creo en el poder transformador de las marchas y que el goce queer es tremendamente subversivo. Veo la marcha del orgullo como una manifestación importante, en cuanto a que es acto reivindicativo. Pero, para mí, el desafío ha sido encontrar un lugar en las marchas del 8M. Mi experiencia en esas manifestaciones de mujeres me llevado a preguntarme qué puedo aportar desde ahí y cómo mi escritura e investigación contribuyen a esa causa. Tanto a nivel político y afectivo. Quizás, por eso en el día a día me siento más convocada a pensar el feminismo que el orgullo.