Las generalidades y recuerdos a la distancia dictaminan que en el cambio de milenio la industria discográfica estuvo al borde del precipicio por culpa de servicios, entre otros, como Napster, que propiciaban el intercambio gratuito de archivos musicales y discografías completas, enfureciendo particularmente a Metallica. Los reyes del thrash demandaron al sistema creado por Shawn Fanning y Sean Parker, operativo desde el 1 de junio de 1999, logrando un acuerdo en 2001 tras la exposición de Lars Ulrich en el congreso estadounidense, exigiendo justicia en nombre del arte y el negocio de la música.
En su momento, el baterista de Metallica fue completamente ridiculizado. Acusados de tacaños y resentidos con el mismo público que los había llevado a la cima ignorando el mainstream, el músico no cejó argumentando que la banda trabajaba duro en cada álbum invirtiendo creatividad, tiempo y dinero. Ulrich subrayó que si había artistas dispuestos a una dinámica libre de ganancias, no se oponían.
Napster se declaró en bancarrota y desapareció en 2002, para resurgir al año siguiente como un servicio legal. Más tarde debutaron Spotify (2008) y Apple Music (2015) entre diversas opciones de streaming y descarga. En paralelo, los cedés se batieron en retirada en tanto resurgían el vinilo y el casete.
Los reduccionismos conducen a esa síntesis, pero el descalabro en la venta de discos fue una tormenta perfecta mucho más compleja, activada desde distintas direcciones.
La primera responsabilidad fue de la propia industria, engolosinada con las monumentales ganancias gracias al disco compacto -una tecnología creada en los 70 y masificada en los 80-, con su sonido digital y mayor capacidad de almacenaje.
Si a lo largo de la década el precio de un long play osciló entre 6 y 12 dólares en EEUU, el disco compacto no bajó de 15 en los años 90. Sin embargo, su manufactura costaba menos de 2 dólares. Los sellos se embucharon el dinero al alza sin reajustar las regalías de los artistas. Al mismo tiempo, la masificación de internet cambiaba los hábitos de consumo y la industria discográfica no daba señas de adaptarse a la era digital. Vendía discos físicos. Punto.
Aún así, las figuras más populares de la música juvenil entre la segunda mitad de los 90 y la década 2000 -la gran mayoría astros del hip hop- se hicieron millonarios, creando un imaginario a través de videoclips centrado en la ostentación literal del dinero y los lujos. Por cierto, los autos de alta gama solían ser rentados, mientras los billetes lanzados al aire entre gestos de suficiencia y ritmos sincopados eran falsos.
Serían precisamente ese tipo de estrellas las que más resintieron la baja en las ganancias. Sus discos no solo se distribuían en copias ilegales, sino que eran filtrados en línea antes de la fecha de lanzamiento. The Eminem show por ejemplo, programado para el 26 de mayo de 2002, apareció 25 días antes.
Así, la industria discográfica estadounidense, que alcanzó un peak de ganancias en 1999 con 14.6 billones de dólares, facturó un 50% menos hacia fines de la primera década de este siglo
Durante varios años fue imposible rastrear de dónde provenía la fuga de los álbumes más esperados de cada temporada. Las sospechas solían recaer en el personal de los estudios de grabación. Pero el forado provenía de una pequeña ciudad de Carolina del Norte.
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En Shelby, el Ku Klux Klan se solazaba cometiendo crímenes. La impunidad era tal, que en 1916 intentaron levantar una estatua a uno de sus miembros -el héroe confederado Leroy McAfee- vistiendo la infame capucha. Hasta los años 50 el algodón dio prosperidad a la comunidad, pero hacia los 90 la única fuente laboral de características industriales era una planta de discos compactos del sello Polygram, posteriormente Universal.
Ahí, con un sueldo modesto, trabajaba Bennie Lydell Glover -Dell en esta historia-, un joven afroamericano sin mayores estudios. Su labor consistía en manipular y empacar discos, a 8.50 dólares la hora.
A falta de conocimientos académicos, Glover aprendía por su cuenta. En los 80 le pidió a su madre que le comprara una computadora. La desarmó por completo y la ensambló nuevamente con pasmosa habilidad sorprendiendo a la familia, como se relata en el documental How music got free: Internet mató a la estrella de la radio, disponible en dos capítulos en Paramount, que revela cómo se horadó el poder de la industria musical, con Dell Glover como uno de sus insospechados protagonistas. La pieza está basada en la investigación del periodista Stephen Witt, que en 2015 publicó el libro homónimo con todo este capítulo clave en los registros del negocio.
Dell Glover no solo conocía el interior de una computadora y dominaba el lenguaje de los ordenadores de manera autodidacta, sino que navegaba al dedillo en internet. Fan de la música y del hip hop en particular, tenía acceso a discos del género de estrellas como Eminem y 50 Cent, semanas antes de su estreno.
Las fugas de discos eran parte del historial de la planta, como la copia y piratería ya estaba extendida desde la era de las cintas y los equipos con doble casetera. Glover comprendió que sería una manera fácil de ganar dinero extra. Paulatinamente mejoró su equipamiento tanto para duplicar cada vez más discos (al principio demoraba 40 minutos en una sola unidad), y mejorar la conexión a internet.
Dell empezó a vender su material en una barbería que de pronto se llenó de clientes. En tanto, en el mundo virtual, entró en contacto con una pandilla: Rabid Neurosis (RNS), liderada por Kali. El intercambio de música y películas se multiplicó exponencialmente, y los grandes lanzamientos se adelantaron como marca registrada, gracias a su acceso privilegiado a novedades.
Dell comenzó a darse sus gustos. Compró unas llantas cromadas de las que no giran a pesar del movimiento, y se preocupó de mantener contenta a la escasísima gente que sabía de sus movidas en la planta creando accesos de descarga exclusivos, como le enseñó a copiar discos a un amigo ex presidiario que no encontraba trabajo.
Dell no sentía ni siente hasta hoy remordimiento alguno por lo que hizo. En una comunidad empobrecida, mantuvo por años un mercado de oferta audiovisual y musical al más bajo precio. Para sus más cercanos, creó una membresía. Por 20 dólares podías descargar lo que quisieras en películas, juegos y música.
“Éramos Netflix antes de Netflix”, dice el amigo de pasado carcelario.
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El siguiente componente en la tormenta perfecta en contra de la industria musical y sus considerables ganancias torpedeadas, fue la generación de geeks que desde los 80 se dedicaba a piratear videojuegos con moral Robin Hood, para repartirlos gratuitamente. La escena se conoció como “Warez”, y fueron sus miembros de los 90 los que le dieron una finalidad musical al formato mp3, creado por el Instituto Fraunhofer en Alemania sin un uso particular. Arremolinados en torno a pandillas digitales con usuarios bajo seudónimo para mantener el anonimato -Dell era Adeg-, competían por bajar novedades de todo tipo.
La industria musical reaccionó de la peor manera. En vez de adaptarse a las nuevas condicionantes tecnológicas, arremetió en contra de sus consumidores. El camino de la demanda se convirtió en un absurdo que era carne de titulares. Personas comunes y corrientes aparecían en noticiarios declarándose en bancarrota, tras una millonaria demanda de un gigante corporativo del entretenimiento y su división musical.
No fue hasta 2004, cuando Dell Glover llevaba más de un lustro filtrando discos en la web en concomitancia con Kali y RNS más el pirateo en formato físico, que comenzó a cerrarse el cerco en contra de este sistema en las sombras. Las comunidades dedicadas al pirateo habían mantenido a raya los intentos oficiales por rastrear sus actividades, gracias a sus habilidades en áreas como el contraespionaje digital.
El panorama cambió cuando entró el FBI a investigar el origen de las filtraciones. Hacia 2007, Matthew Thompson -Kali- ya había visitado a unos cuantos amigos encarcelados por actividades como la suya. Caer era cosa de tiempo.
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Un compañero de trabajo le avisó a Dell que su vehículo era merodeado por unos tipos. Glover fue al estacionamiento, hizo el ademán de sacar las llaves y fue rodeado por agentes. Lo llevaron hasta su casa que ya estaba siendo registrada. Los investigadores sacaron todo su arsenal tecnológico pero no tocaron los discos copiados, sin valor para efectos de prueba.
El último álbum que Dell Glover alcanzó a poner en jaque fue Infinity on high de Fall out boy. Programado para el 6 de febrero de 2007, dos semanas antes ya estaba en línea.
RNS publicó más de veinte mil discos, según concluyó la investigación federal. Al menos el 10% de esas filtraciones fueron perpetradas por Dell.
Sin antecedentes y sin datos sobre la verdadera identidad de Kali y otros miembros de RNS, Dell Glover fue encarcelado durante tres meses. Hoy es técnico de mantenimiento en una planta de Shelby.