El pasado 14 de mayo falleció Alice Munro. La destacada escritora canadiense dejó este mundo con una carrera literaria que la consagró como la “Chéjov canadiense”, amén de su interés por el formato cuento. No es exageración decir que es una de las escritoras destacadas del siglo XX en las letras de América del Norte. Ganó el Nobel en 2013, siendo la primera autora nacida en el Canadá en obtenerlo. La Real Academia Sueca en Estocolmo la calificó como la “maestra de los cuentos cortos contemporáneos”. Dado que fue en el formato corto donde destacó principalmente. Algo poco habitual en la industria editorial, que suele fijarse más en los novelistas. También obtuvo el prestigioso Booker Prize, en 2009.
En sus cuentos, siempre manejó la dimensión de lo silencioso y lo silenciado. Con personajes que llevan la procesión por dentro. De hecho, la Academia Sueca le valoró justamente ese aspecto para otorgarle el galardón. “Los mayores acontecimientos ocurren dentro de sus personajes. El mayor dolor no se expresa. Le interesa lo silencioso y lo silenciado, las personas que escogen no escoger, los que viven en los márgenes, los que abandonan y los que pierden”.
Lo que nadie sabía, es que justamente habían cosas silenciadas en su propia familia.
Casi dos meses después de su muerte, su hija Andrea Robin Skinner (fruto del primer matrimonio de la escritora, con Jim Munro), reveló una impactante historia al matutino canadiense Toronto Star. “A la sombra de mi madre, un ícono literario, mi familia y yo hemos escondido un secreto durante décadas. Es hora de contar mi historia”, escribió como bajada. En el título puso lo impactante: “Mi padrastro abusó sexualmente de mí cuando era niña. Mi madre, Alice Munro, decidió quedarse con él”.
Skinner esperó la muerte de su madre para correr el tupido velo. Esto comenzó, señala, en el verano boreal de 1976, cuando fue a pasar las vacaciones con su madre y su segundo marido, quien se llamaba Gerald Fremlin. Todo empezó cuando Munro se encontraba fuera del hogar, y Fremlin aprovechó de meterse en su cama y abusó de ella. “Yo estaba dormida y me agredió sexualmente. Tenía nueve años. Era una niña feliz y curiosa”, comentó.
Además, aseguró que a la mañana siguiente, su cuerpo reaccionó a los hechos. “No podía levantarme de la cama. Me desperté con mi primera migraña, que con el paso de los años se convirtió en una afección crónica y debilitante que continúa hasta el día de hoy. Anhelaba volver a casa, volver a Victoria para estar con mi padre, Jim Munro, mi madrastra, Carole, y mi hermanastro, Andrew”.
La joven guardó silencio por todo el verano, cargando un peso en su interior. Y una vez que volvió a la casa de su padre, Jim Munro, se lo confesó a uno de sus hermanos, que le animó a hablar con su madrasta, Carole. Fue esta mujer la que se lo contó al padre quien, explica Skinner, increíblemente decidió no decir nada. Y más aún, como si hubiese oído llover, siguió mandando a su hija cada verano a pasar la temporada con Munro. “La incapacidad de mi padre para tomar una decisión que me protegiera me hizo sentir que yo no formaba parte de ninguna de las dos familias. Estaba sola”, añade.
Y por supuesto, los abusos continuaron. Según denuncia Skinner, su padrastro le mostraba sus genitales durante viajes en auto, se masturbaba enfrente de ella, le hacía avances sexuales y “me contaba sobre las niñas pequeñas del vecindario que le gustaban”. Eso al menos hasta su adolescencia, cuando ya perdió el interés en ella.
Hablar en cartas
Skinner comenzó a sufrir las traumáticas secuelas de los hechos en su adultez. Aún callando el asunto, se enfrentó a dificultades en la universidad y a problemas de salud física y mental, como migraña y trastornos alimentarios. El silencio la estaba carcomiendo por dentro. Así que años después, recién en 1992, le escribió una carta a su madre donde le reveló los hechos. Tenía algo que quería contarle, parafraseando el título de uno de los libros de Munro. Skinner temía que su madre no se lo tomara de la mejor manera, y así fue. “Reaccionó como si se hubiera enterado de una infidelidad”.
Por supuesto, Fremlin se enteró de lo ocurrido y reaccionó a la defensiva escribiendo cartas a la familia, en las que reconoció el abuso pero culpó a Skinner. “Andrea invadió mi dormitorio en busca de aventuras sexuales”, escribió Fremlin. “En el peor de los casos, lo haré público. Proporcionaré para su publicación una serie de fotografías, especialmente unas tomadas en mi cabaña cerca de Ottawa que son extremadamente elocuentes…una de Andrea en mis calzoncillos”, dijo en las misivas, que también reprodujo Toronto Star.
Fue ahí cuando Alice Munro realizó su única acción al respecto. Abandonó a Fremlin y se mudó a un apartamento que tenía en British Columbia. “Me contó sobre los otros niños con los que Fremlin mantenía ‘amistades’, subrayando su propia sensación de que ella, personalmente, había sido traicionada”, continuó. “¿Se dio cuenta de que estaba hablando a una víctima y que yo era su hija? Si lo hizo, yo no lo sentí. Cuando intenté decirle cómo el abuso de su esposo me había causado daño, se mostró incrédula”.
Pero tras unos meses, Munro tomó su decisión y fue irrevocable: regresó al lado de su esposo y se quedó con él por el resto de su vida. Skinner comentó que en ese instante, su madre justificó su decisión diciéndole “que nuestra cultura misógina sería la culpable si yo esperaba que ella rechazara sus propias necesidades, se sacrificara por sus hijos y compensara por los defectos de los hombres”. En este punto, Skinner agregó: “Siempre insistió en que lo que sucedió era algo entre mi padre y yo. Ella no tenía nada que ver”. Es decir, la escritora se desligó totalmente de lo sucedido.
Azorada y decepcionada, en 2002 Skinner se alejó de la familia de su madre. El corte era total. Incluso, también decidió recurrir a la justicia. En 2005, Skinner denunció a Fremlin ante la policía de Ontario. Su padrastro se declaró culpable para poder llegar a un acuerdo. Fueron claves unas misivas que Skinner había conservado, amarillentas. “Gracias a que conservé muchas de las cartas que Fremlin me envió, se consiguió esa sentencia”, afirma. La cual, señala, la dejó conforme. “Me sentí satisfecha, nunca quise que lo castigaran”.
Sin embargo, todo esto ocurrió en el ámbito de lo privado. De lo silencioso y lo silenciado, y el asunto no se ventiló a la opinión pública. “El silencio continuó”, según escribió Skinner, y reconoce que se debió a la fama de su madre.
Por después, cuando ya contaba 36 años y tras el nacimiento de sus gemelos, decidió cortar de raíz todo contacto con su madre. Empezó a acudir a terapia y entendió de que no era culpable de lo que había sucedido. “Me enamoré de un hombre bueno, me casé con él y tuve hijos”. Incluso, fue más allá, y se desvinculó también del resto de su familia: “Guardarme mi dolor era la manera de ayudar, hacer el mayor bien para el mayor número de personas”. Pero, a sus 49 años, sus hermanos volvieron a contactar con Skinner, tratando de salvar el nexo. “Ahora, ocho años después, han vuelto a mi vida y la curación sigue”.
Skinner comentó que su decisión de hablar ahora la tomó con una sola idea en mente: para que la gente tuviera en claro quién era realmente Alice Munro. “Cuento esta historia, mi historia, porque me gustaría que formara parte de los relatos que cuenta la gente de mi madre. No quiero volver a leer una entrevista o biografía que no confronte la realidad de lo que me sucedió. Nunca me reconcilié con ella, no me culpo de no haber arreglado las cosas o haberla perdonado”, escribió.
“Mucha gente influyente supo parte de mi historia y aun así contribuyeron a una narrativa que era falsa. Parecía como si nadie creyera que la verdad debía decirse jamás, que nunca se diría. La fama de mi madre contribuyó a que el silencio continuara. Hasta ahora”.
Coletazos
Hay escritores que a veces llevan lejos su pasión por los libros, y terminan creando o heredando librerías. Jorge Edwards era uno, pues fue el padrino de la librería Nueva Altamira, salvándola dos veces de desaparecer. O el periodista Francisco Mouat, con su librería Lolita. Alice y Jim Munro hicieron algo similar, pues fundaron Munro’s Books, una librería en la ciudad de Victoria, Canadá. Ahora, con nuevo dueño, se apuró en colgar un breve comunicado en su sitio web apenas conocidas las declaraciones de Skinner.
“Munro’s Books apoya inequívocamente a Andrea Robin Skinner mientras comparte públicamente su historia de abuso sexual cuando era niña. Conocer los detalles de la experiencia de Andrea ha sido desgarrador para todos nosotros aquí en Munro’s Books. Junto con tantos lectores y escritores, necesitaremos tiempo para asimilar esta noticia y el impacto que puede tener en el legado de Alice Munro, cuyo trabajo y vínculos con la tienda hemos celebrado anteriormente. Es importante respetar las decisiones de Andrea sobre cómo se comparte más ampliamente su historia. Si bien la librería está indisolublemente ligada a Jim y Alice Munro, somos propietarios independientes desde 2014. Como tal, no podemos hablar en nombre de la familia Munro. Andrea tiene que contar esta historia y no haremos más comentarios en este momento”.
Y en el mismo sitio, hay un comunicado independiente, por parte de la familia. O más bien, por Andrea y sus hermanos Andrew, Jenny y Sheila. “Nos gustaría agradecer a los propietarios y al personal de Munro’s Books por su apoyo mientras Andrea comparte su historia de abuso sexual infantil y su viaje de curación. Alice y Jim Munro desempeñaron un papel importante en la identidad de la tienda. Al reconocer y honrar la verdad de Andrea y ser muy claros sobre su deseo de poner fin al legado de silencio, los propietarios actuales de las tiendas se han convertido en parte de la curación de nuestra familia y están modelando una respuesta verdaderamente positiva a revelaciones como la de Andrea. Apoyamos totalmente a los propietarios y al personal de Munro’s Books mientras trazan un nuevo futuro, y solicitamos respetuosamente que no se les pregunte ni se espere que respondan preguntas sobre la familia Munro”.
La reconocida escritora estadounidense Joyce Carol Oates fue una de las voces del mundo literario que reaccionó a los hechos. Así escribió en su cuenta de X (antes conocido como Twitter): “Si has leído la ficción de Munro a lo largo de los años, verás cuántas veces los hombres son valorizados, perdonados, alcahueteados: parece haber un sentido de resignación”. También reaccionó la novelista estadounidense Joyce Maynard, quien escribió en su cuenta de Facebook que las palabras de Skinner tenían el “timbre de la verdad”, pero que no “cesaré de admirar y estudiar la obra de Alice Munro”.
Y una voz muy esperada era la de Margaret Atwood. La también escritora canadiense fue una gran amiga de Munro, autocalificándose como “su segunda amiga más antigua”. Entendiendo que no podía quedarse callada, la autora de El cuento de la criada mandó un correo electrónico al The New York Times donde admitió que se siente “sorprendida” por las revelaciones de Skinner. Admitió que hace un par de años supo “un poco” de la ruptura familiar por otra de las hijas de Munro, nunca conoció la historia completa hasta que leyó la confesión de Skinner. “¿Por qué ella se quedó (en silencio)? Búscame -escribió- Creo que eran de una generación y un lugar que guardaban las cosas debajo de la alfombra”. Y añadió: “Te das cuenta de que no sabías a quién creías conocer”.
Incluso, en declaraciones a The Daily Beast, Atwood fue todavía más explícita: “Ha sido una bomba. Estoy conmocionada. Todavía estoy intentando asimilarlo”.
Y más aún. Este lunes, Robert Thacker, autor de la biografía Alice Munro: Writing Her Lives (2011), admitió al periódico canadiense The Globe and Mail que conocía los abusos sexuales que sufríó Andrea Robin Skinner por parte de su padrastro, pero decidió no incluirlos en su libro. “Yo lo veía como un asunto familiar privado”, ha dicho Thacker, justificándose. Sin embargo, admitió que recibió un correo de Skinner justo cuando la publicación iba a entrar en imprenta: “Creo que ella quería que lo incluyera”, dijo. Pero dijo que el manuscrito ya estaba terminado.
Pero también comentó que tiempo después fue la misma Munro quien tocó el tema con él. “Lo que me dijo fue lo devastador que había sido todo. Ella no lo había superado y, francamente, no creo que lo hiciera nunca”.
Actualmente, Skinner se dedica a ayudar a menores que han pasado por traumas similares al suyo, el que formó por años parte de un peso, de un lastre, de lo silencioso y lo silenciado.