A las 20.00 horas de la noche del 14 de octubre de 1912, cuando el otoño boreal campeaba en Estados Unidos, el expresidente Theodore Roosevelt salió del hotel Gilpatrick en Milwaukee, Wisconsin, con el fin de dirigirse a un mitin de campaña. Estaba embarcado en una nueva candidatura por la Casa Blanca, esta vez, de forma independiente, y creía seriamente en sus posibilidades.
Dentro de su abrigo, llevaba el estuche metálico para sus lentes, y el texto íntegro del discurso que leería. 50 páginas, pero dobladas por la mitad, lo que daba un grosor como si fuesen 100. Pensaba seguramente en lo que le quedaba por la campaña, en su nuevo Partido Progresista, que formó para la candidatura, pensaba en eso cuando un hombre se acercó y le descerrajó un disparo en el pecho. Un sonido seco, estruendoso.
Según el reporte al día siguiente del New York Times, el hecho ocurrió cuando Roosevelt se dirigía a tomar el auto que lo llevaría al mitin. En el momento que paró para saludar a sus partidarios ahí ocurrieron los hechos. El matutino reprodujo el testimonio de O.K. Davis, el jefe de campaña del Partido Progresista. “La multitud comenzó a vitorear y el coronel se levantó y se levantó el sombrero. Mientras levantaba su sombrero a la multitud, un hombre cerca del auto en el lado opuesto a la acera le disparó. El Coronel se tambaleó y se hundió en el asiento”.
El pánico se apoderó de la gente y el taquígrafo de Roosevelt, Elbert E. Martin, redujo al atacante y también le quitó el arma. El hombre en cuestión se llamaba John Flammang Schrank, quien era un tabernero. Martin estuvo a punto a destrozar a puñetazos al atacante, pero -según el testimonio- fue el mismo Roosevelt quien lo impidió: “No le hagas daño, tráemelo”.
Acto seguido, los partidarios de Roosevelt le dijeron que lo llevarían al hospital. Pero él no aceptó. “El coronel se negó perentoriamente. Declaró que no estaba herido; que no permitiría que nada le impidiera pronunciar su discurso. ‘Llévame al lugar; Puede que sea el último que entregue, pero voy a entregar este’”, recordó Davis.
Un hombre rudo
Por entonces, Roosevelt era un hombre de 53 años, de 1.78 de estatura y de contextura fornida. Pese a padecer asma en su infancia, era un amante de los deportes y la vida sana, incluso practicaba asiduamente el boxeo, lo que dio mucha fortaleza física. Se había graduado de Historia, en la Universidad de Harvard, había enviudado, tenía interés en la ganadería e incluso había pasado un tiempo viviendo como un cowboy en Dakota del Norte, donde tenía un rancho. Cazaba, andaba a caballo, y hasta fue asistente del Sheriff. Para él, los balazos eran el soundtrack de su vida.
En su biografía, recordó sus años con cierto romanticismo: “No se puede soñar una vida más atractiva para un joven con buena salud que la de un rancho en esa época. Es una vida verdaderamente agradable y sana; me enseñó a ser independiente, tenaz y a adoptar decisiones con rapidez...Aprecié este tipo de vida real y completamente”. Incluso, anotó: “Nunca habría podido llegar a presidente sin la experiencia adquirida en Dakota del Norte”.
Comenzó su incursión en política en el Partido Republicano (por entonces, identificado con las vertientes más progresistas del sociedad, luego del crack del 29 esto comenzaría a cambiar y se alternarían con el Partido Demócrata). Al momento de estallar la guerra hispano-estadounidense, por Cuba, en 1898, demostró nuevamente que era un tipo de acción. Por entonces, era Subsecretario de Marina, pero la idea de pasar la guerra detrás de un escritorio no le interesaba. Renunció y con la ayuda de un coronel del Ejército amigo suyo, formó el primer regimiento de caballería de voluntarios de los Estados Unidos: los Rough Riders, del cual fue nombrado teniente coronel. Por entonces, se había vuelto a casar y su esposa le suplicó que no fuera a la isla, que era una locura, que para qué se iba a arriesgar. Pero cuando se lo dijo su cabeza ya estaba pensando en las aventuras que viviría. Al regreso, ya había sido ascendido a coronel.
Quizás por querer seguir proyectando esa imagen de hombre rudo y tosco, es que Roosevelt no aceptó ir de inmediato al hospital. Así que su séquito lo condujo a leer el discurso. En el lugar lo recibió un médico. Así lo recuerda Davis: “El Dr. Sayler estaba en el escenario en ese momento y fue convocado de inmediato, junto con el Dr. Statton, uno de los cirujanos del personal del Hospital de Emergencia, y el Dr. Sorenson de Racine. El Coronel se desabrochó el abrigo y el chaleco y se subió la camisa, mostrando la herida. La herida estaba aproximadamente a media pulgada debajo del pezón derecho. Sangraba levemente”.
“Los médicos examinaron la herida y le hicieron varias preguntas al coronel para detectar síntomas, si los había y si alguna parte interna estaba lesionada. El coronel siguió insistiendo en que no sentía ningún dolor y estaba absolutamente decidido a pronunciar su discurso completo. Se hizo una venda provisional con un pañuelo y el coronel subió inmediatamente al escenario, caminando con todo su vigor de antaño”. Y así no más, se subió a leer su discurso con una bala en el pecho.
De hecho, al subirse al estrado, dijo desafiante: “No sé si entienden completamente que me acaban de disparar, ¡Pero se necesita más que eso para matar un alce toro!”.
Cuando ya llevaba un buen rato, preguntó a sus asistentes cuánto tiempo había hablado. La respuesta fue cuarenta y cinco minutos, y según Davis, respondió: “Muy bien, hablaré quince minutos más”. Pero esos 15 se transformaron en 45. Luego se fue al hospital
“Nos dirigimos al hospital de urgencias con el coronel, declarando durante todo el camino que había sido absolutamente necesario que hiciera esa muestra y que estaba obligado a hacerlo; al mismo tiempo, protestaba constantemente diciendo que era un simple rasguño, que no estaba gravemente herido y que pronto se recuperaría. Su buen carácter llevó al coronel al peligro”.
En su declaración posterior, John Flammang Schrank, dijo que el fantasma del asesinado expresidente William McKinley le había ordenado matar a Roosevelt. McKinley, siendo presidente en ejercicio, fue asesinado a balazos en septiembre de 1901 por un anarquista llamado Leon Czolgosz. Para completar el período presidencial, asumió su vicepresidente...quien justamente era Roosevelt, lo que explicaría el delirio del hombre. Schrank fue declarado culpable, demente y encerrado en el Hospital del Norte para Insanos en Waupun, Wisconsin.
En tanto, los médicos no pudieron sacar la bala del pecho de Roosevelt, por lo que la llevó el resto de los años que le quedaban. Finalmente, no ganó las elecciones de 1912 y tuvo que ver cómo el demócrata Woodrow Wilson llegaba al cargo.