Columna de Marcelo Contreras: Adele, en busca de una vida perdida

Adele.
Columna de Marcelo Contreras: Adele, en busca de una vida perdida

Es la gran voz de este siglo sin que su estilo y repertorio integren las corrientes actuales. Su música no ha cruzado el milenio y, sin embargo, reina como un grato eco del pasado. Una estrella que por ahora se apaga, para recuperar algo parecido a una vida.



Con 36 años, Adele anuncia un retiro temporal. Como prueba de agotamiento reveló que “ya ni siquiera canto en casa”. No contempla planes de nueva música -”el depósito está vacío”-, tiene ganas de explorar un rol cinematográfico, y reiteró su disgusto con la exposición, debido a la pérdida de una existencia normal. “Extraño todo lo relacionado con antes de ser famosa -afirmó-, ser anónima más que otra cosa”, una enésima prueba del lado oscuro de la celebridad.

En una época en que las estrellas calculan sus palabras, alertas al escrutinio público con carácter de guillotina en las redes sociales, la súper estrella londinense suele ser notoriamente franca. A distancia de los contornos de una diva, ha reconocido problemas con la bebida, desde un alcoholismo funcional cuando era veinteañera, hasta hundirse en la pandemia en un regado y demencial régimen de “cuatro botellas de vino antes de las 11 de la mañana”. El año pasado contó en medio de un show que llevaba tres meses sin beber, reconociendo también cuánto extrañaba el hábito.

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“Todo me enoja”, detalló a comienzos de esta semana, al momento de revelar el cese musical desde Múnich, donde contempla una decena de fechas en agosto. “Ahora soy vieja -agregó- y estoy gruñona”.

Mientras los anuncios de retiro indefinido se han convertido en moneda de cambio en el pop -la cacareada pausa 2023 de Bad Bunny quedó en nada-, lo de Adele no huele a truco publicitario, sino genuino desgaste. El régimen de conciertos en su residencia en The Colosseum del Caesars Palace de Las Vegas, iniciada en noviembre de 2022, implica shows de 20 canciones los viernes y sábados, con fechas que se extenderán por cuatro meses. El descanso partiría recién hacia fin de año.

La estadía musical en la ciudad del pecado, que dejó de encarnar un cementerio de elefantes para grandes glorias asegurando una mejor jubilación -Lady Gaga y U2 fueron claves en ese giro renovador-, no ha estado exenta de problemas. Suspendió las fechas de marzo pasado por dificultades con la voz, el talón de Aquiles de su trayectoria triunfal.

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En 2011 sufrió una hemorragia en las cuerdas vocales tras una presentación radial que la llevó al quirófano para una microcirugía láser, con la misión de remover un pólipo benigno. Canceló dos fechas en el Wembley en 2017 nuevamente por dificultades de la misma índole, debido a su intenso estilo interpretativo propulsado por un generoso rango de tres octavas.

Fanática de las Spice Girls y con 97 millones de copias de sus cuatro álbumes de estudio -sexto lugar entre los artistas de mayores ventas en lo que va del siglo, y ganadora de los máximos galardones de la industria-, Adele ha tendido puentes hacia un cancionero romántico a varias décadas de distancia; un magnífico recordatorio de la grandiosidad de la composición pop hace 60 años, retromanía destilada con máxima categoría.

El temperamento y la emotividad para cantar al amor y sus penumbras mediante un registro electrizante, la han instalado en una casilla solitaria, sin rivales. Su audiencia no depende de la juventud y las modas, sino que agrada a públicos de distintas edades, gracias al carácter clásico y majestuoso de su impronta.

Es la gran voz de este siglo sin que su estilo y repertorio integren las corrientes actuales. Su música no ha cruzado el milenio y, sin embargo, reina como un grato eco del pasado. Una estrella que por ahora se apaga, para recuperar algo parecido a una vida.

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