El contador argentino Daniel Herrero, director de Toyota Plan Argentina S.A., aseguró este martes en el podcast trasandino La Fábrica -”el espacio donde los industriales tienen la palabra”-, que dos cruceros acorazados argentinos habían sido vitales en el triunfo de Japón sobre Rusia, en el conflicto armado de 1904 y 1905.
“Gracias a esos barcos Japón gana la guerra”, aseguró Herrero, aseverando también que las naves habían combatido con mando y tripulación argentinas en Tsushima, una de las mayores batallas navales de todos los tiempos, a la altura de Trafalgar y Jutlandia.
Fue así como “Japón” se convirtió en tendencia al otro lado de la cordillera. “Por esta increíble historia de por qué a los argentinos no les hacen preguntas al entrar a ese país cuando mostramos nuestro pasaporte: ‘Nos aman en Japón’”, aseguraba la cuenta @porqueTTarg en X.
Según el relato del CEO de esta empresa que administra planes de ahorro para adquirir vehículos Toyota en el país vecino, es tal el agradecimiento de Japón por ese aporte naval hace 120 años, que en la actualidad el pasaporte albiceleste permite ingresar a la nación oriental sin dar explicación alguna.
“Te perdonan todo por ser argentino”, reveló Herrero.
“Es el único país del mundo donde vos llegás con un pasaporte argentino a Japón -siguió detallando-, y no te van a preguntar nada, ni dónde va ni si tiene pasaje de vuelta…”
“El amor es extremo”, remató.
En esta historia Chile salió al baile. Para contextualizar, el ejecutivo contó que a comienzos del siglo pasado “los astilleros de barcos de guerra más importantes del mundo eran los italianos”. Allí -aseguró- tanto Argentina como Chile habían mandado a construir buques para reforzar sus escuadras en una escalada armamentista. En un momento de distensión entre ambas naciones, Japón intentó comprar primero las naves chilenas, pero nuestro país entregó “el derecho de esos barcos” a Inglaterra.
Argentina en cambio “no solo le manda los barcos -subrayó Herrero-, sino le manda los barcos con la tripulación argentina y el capitán Domecq arriba de los barcos (...) y esos argentinos van a pelear la guerra con Rusia”.
¿Qué hay de cierto en todo lo dicho por este ejecutivo? ¿Cuán significativo fue el aporte de los buques? ¿Estaban tripulados por argentinos en medio de un conflicto entre dos potencias a miles de kilómetros? ¿Acaso el pasaporte albiceleste es el único que permite ingresar como Pedro por su casa en Japón? ¿Se escudó el gobierno chileno en las faldas de Inglaterra, negando las naves requeridas?
Mito versus realidad
Terminada la Guerra del Pacífico en 1884, Chile contaba con la flota más poderosa de Latinoamérica, incluyendo el crucero más rápido del mundo -el Esmeralda-, que plantó cara a EEUU en Panamá en 1885.
El gobierno de José Manuel Balmaceda (1886-1891), empecinado en una visión geopolítica con Chile liderando el cono sur, se empeñó en confirmar la supremacía marítima adquiriendo más naves en Francia. Argentina reaccionó reforzando notoriamente su escuadra, hasta que el siglo culminó en un virtual empate entre ambas marinas, con ligera ventaja argentina en cuanto a la homogeneidad de sus barcos. La diferencia radicaba en el profesionalismo de las tripulaciones de ambos países. Mientras Chile había librado guerras externas e internas en los últimos 20 años, la flota trasandina no contaba con experiencia alguna en combate.
Los Pactos de mayo de 1902, firmados en Santiago, distendieron por algún tiempo las relaciones chileno-argentinas. Se suscribió un compromiso de paz, se estableció una comisión mixta para trazar la frontera en la Patagonia, y se acordó que cualquier conflicto sobre la demarcación fronteriza sería sometido a un arbitraje británico.
La joya de las negociaciones fue la limitación de armamentos navales durante cinco años. Como consecuencia, los buques en construcción quedaron en vilo.
Aquí es donde el relato de Daniel Herrero -digno del formato literario “historia oculta’-, comienza a resquebrajarse ante los hechos.
Chile jamás ha construido barcos en Italia, como tampoco los italianos poseían los astilleros “más importantes del mundo” en aquel entonces, sino Gran Bretaña. Había dos acorazados nacionales en gradas inglesas -Constitución y Libertad- de gran tonelaje y poder de fuego, encargados en enero de 1902.
Argentina reaccionó de inmediato comisionando los cruceros acorazados Moreno y Rivadavia -inferiores en peso y armamento- en los astilleros Ansaldo en Génova. El capitán de navío trasandino Manuel Domecq García fue enviado a supervisar los trabajos.
Nuestro país vendió sus acorazados a Inglaterra, previos sondeos y complejas negociaciones con diversos países incluyendo EE.UU., España, el imperio austrohúngaro, Rusia y Japón. En tanto Argentina, mediante el mismo agente que había logrado el acuerdo chileno con la Royal Navy -Anthony Gibbs & sons, con oficina en Valparaíso, desde donde se gestionó parte importante de ambas transacciones-, vendió los cruceros al imperio del sol naciente.
El Moreno fue rebautizado Nisshin y el Rivadavia tomó el nombre Kasuga. Nunca contaron con marinería argentina. Zarparon de Génova el 9 de enero de 1904 con oficialidad y tripulantes británicos prácticamente en su totalidad, excepto algunos mandos nipones.
Hacia 1903 la tensión entre Japón y Rusia escalaba en torno al control de Manchuria y Corea, en ese entonces un estado vasallo de China. Japón decidió -tal como lo haría con EE.UU. en Pearl Harbor en 1941-, atacar sin avisar ni declarar la guerra. El 8 de febrero de 1904 asestaron el primer golpe a Rusia atacando su flota en Port Arthur.
Al año siguiente, entre el 27 y 28 de mayo, se libró la batalla de Tsushima, donde la flota japonesa barrió con su homólogo ruso destruyendo tres cuartas partes de sus unidades.
Descartado de plano que marinería argentina haya participado en la refriega, ¿fueron claves el Nisshin y el Kasuga? Categórico no, considerando que el imperio japonés dispuso de 125 naves, contando cinco acorazados y 29 cruceros, entre los que alineaban las embarcaciones de origen argentino.
Curiosamente en esa misma división figuraba el Izumi, el ex crucero Esmeralda de Chile, que había sido vendido al Japón en 1895 en una transacción oscura que involucró a Ecuador como intermediario. La nave no era la primera que Chile negociaba con la nación oriental. En 1881 los nipones habían comprado el primer buque de la Armada que llevó el nombre de Arturo Prat.
En cuanto al pasaporte trasandino que supuestamente garantiza el ingreso a Japón sin mediar consulta alguna, es otra licencia de Daniel Herrero en esta historia. Argentina está lejos de ser la única nación bajo acuerdo de exención de visa. Sin ir más lejos, EE.UU., Canadá, Australia y la mayoría de los países de la Unión Europea tampoco requieren de visado para visitas de corto plazo.
“Nos aman en Japón”, aseguran los hermanos, cuando en rigor hay 68 naciones que no requieren visa para entrar a Japón, incluyendo Chile.