I
Hacia 1966, cuando Inglaterra ganaba su mundial de fútbol (de la mano del “gol fantasma”) y los Beatles publicaban aquel tótem llamado Revolver, Mario Vargas Llosa enfrentaba el tormentoso proceso de estar escribiendo su nueva novela. Pensaba una y otra vez qué forma debía darle, cómo contar aquello que se proponía, cómo llevar efectivamente al papel esa historia que rondaba en su cabeza. Por supuesto, se lo comentó a sus amigos escritores que conformaban la pandilla del Boom. Gabriel García Márquez le mandó una carta desde México, el 1 de octubre de 1966, tratando de quitarle la angustia a su colega peruano, quien por entonces residía en Londres.
“Creo que nadie comprende mejor que yo el problema que tienes para reanudar la novela en Londres. Los cambios de ambiente son un desastre. Fíjate que La mala hora la empecé en París en 1955 y la terminé en México de cualquier modo en 1961 después de haberla empezado y armado y desarmado cinco veces -en Caracas y Nueva York- porque los viajes me enfriaban el material y la recalentada era verdaderamente sangrienta”.
En otra de las misivas (compiladas en el volumen Las cartas del Boom, de Alfaguara), “Gabo” se refiere al libro en ciernes como “la novela del guardaespaldas”, y algo de eso era. En julio de 1967 fue Julio Cortázar quien le comentó: “Me parece muy bien que te hayas tirado a fondo en la novela, y estoy más que seguro que nadie se quejará de las dos mil páginas que nos prometes”. Esto porque Vargas Llosa ya había dejado entrever que estaba dando forma a un titán de celulosa.
El 15 de julio de 1969, García Márquez le escribió a Carlos Fuentes sobre las novedades de la novela. “El bárbaro de Vargas Llosa mandó al fin a (Carlos) Barral su novela para cuatro tomos, y cuando ya estaban componiéndola mandó un agregado de casi 300 cuartillas. Esto me parece un abuso con los lectores y una deslealtad con sus pobres colegas estreñidos, y solo espero a verlo para decírselo”. Ese mes, por fin apareció Conversación en La Catedral, publicada por la casa editora Seix Barral en cuatro partes repartidas en dos tomos.
Tamaña novela se debe en parte, al esfuerzo encomiable que puso su autor al respecto. Lo ha comentado más de una vez, como en 2019 a propósito de los 50 años del libro: “Es la novela que más tiempo me tomó escribir, creo que fueron 3 años y medio por lo menos. Fue como salir de un inmenso túnel, realmente fue un trabajo enorme, obstinado. Siempre digo que las canas que tengo me las sacó Conversación en La Catedral”. Sin embargo, tamaño esfuerzo valió la pena, y más adelante, dijo con orgullo sobre ella: “Es la novela que me hizo escritor”.
II
Conversación en La Catedral está ambientada en los años en que el mismo Vargas Llosa pasó de la infancia a la juventud. Durante el “Ochenio”, los 8 años de dictadura del general Manuel Odría, entre 1948 a 1956, una de las tantas que ha vivido el Perú. “Es una novela que antes de escribirla, la viví. Y la vivieron todos los peruanos. Para mi generación fue una dictadura especialmente dañina, porque cuando el general Odría da el golpe de Estado en 1948, yo tenía 12 años, estaba saliendo de la niñez, y cuando 8 años más tarde la dictadura cae, ya éramos hombres hechos y derechos. Toda nuestra adolescencia pasó en un régimen dictatorial que fue muy corrupto, muy estricto, muy violento. Se prohibieron los partidos políticos, la palabra ‘politica’ se convirtió en una mala palabra. No se podía hacer política. Había estudiantes presos, profesores presos o exiliados. La represión era muy dura”.
“Creo que ya desde esos años -primero como estudiante de colegio, luego universitario- pensé en escribir alguna vez una novela. Pero no tanto contando la historia de la dictadura, sino mostrando los efectos que tenía en instituciones que no eran políticas. La vida familiar, por ejemplo, la vida profesional. Debía mostrar a todo ese Perú compartimentado en secciones, que prácticamente no tenían relación entre ellas. Mostrar cómo la corrupción de la dictadura corrompía cosas muy alejadas de la vida política”.
Así, Vargas Llosa comenzó a masticar esta idea. Muy de a poco. Paso a paso. “Al principio, no sabía cómo iba a ser. Tenía una idea muy vaga, confusa, muy ambiciosa, era muy distinta. Quizás por no tener una idea clara de lo que sería la estructura, empecé a escribir episodios que no estaban conectados, que correspondían a distintos medios sociales. No solo de Lima, también de provincias. Trabajaba en una especie de vacío, sin saber cómo iba a poder conectar todos estos personajes tan disímiles, episodios que eran tan poco comparables. Creo que el primer año de la novela trabajé en esa confusión, hasta que finalmente tuve la idea de una conversación, que no recuerdo cómo fue que salió”.
El primer título que tuvo la novela era Historia de un guardaespaldas, pero comenzó a mutar a partir de las visitas de Vargas Llosa a un tugurio de la ciudad. “Con un amigo íbamos a un barcito que había en Miraflores, un barrio de Lima. Ahí, en las noches, solían aparecer los cachascanistas. Los luchadores. Eran unos seres musculosos, más animales que hombres. Forzudos. Con ellos era muy difícil hablar de otra cosa que no fueran las luchas, las peleas que tenían en el Luna Park. Estos luchadores se alquilaban como guardaespaldas de los poderosos, de los políticos. Cuando empecé a escribir Conversación en La Catedral me parecía que un guardaespaldas podía encarnar mejor que nadie la dictadura. Al final, no ocurrió, no aparece ningún luchador, pero fue de mis primeras ideas”.
Finalmente, fue la conversación entre el protagonista Santiago Zavala -o Zavalita- y el zambo Ambrosio lo que le dio la estructura que tanto le faltaba a Vargas Llosa para construir la novela. Ambos se reúnen a charlar en un bar de mala muerte en Lima llamado La Catedral. El cuchitril efectivamente existió, se ubicaba en la avenida Alfonso Ugarte 206, cerca de la Plaza 2 de Mayo, en la capital peruana. En la novela se le describe de un modo poco halagador: “Huele a sudor, ají y cebolla, a orines y a basura acumulada, y la música de la radiola se mezcla a la voz plural, a rugidos de motores y bocinazos, y llega a los oídos deformada y espesa”.
En la charla, Zavalita -quien trabaja como periodista en el diario La Crónica- va recordando cosas. Por ejemplo, sus años de estudiante en la Universidad de San Marcos, a la que entró pese a la oposición de sus padres, que querían que entrara a la Universidad Católica del Perú, donde iban todos los muchachos de bien. Pero Zavalita es fiel a su espíritu rebelde e incluso, en la universidad, entra al grupo Cahuide, una agrupación de estudiantes comunistas opositores a Odría. En esta parte, como en otras, se revela que de algún modo Zavalita es un trasunto del mismo Vargas Llosa.
Por su lado, el zambo Ambrosio es un negro viejo que pasa el otoño de su vida trabajando en una perrera. Fue el antiguo chofer del padre de Santiago, don Fermín Zavala, un empresario partidario de la dictadura de Odría. Ahí se esconde un secreto, y es lo que atormenta a Zavalita: Ambrosio y don Fermín mantuvieron una relación homosexual, esporádica y secreta. Por supuesto, el secreto cae en las manos equivocadas, y eso obliga a actuar a Ambrosio.
El general Odría es nombrado más de una vez, pero quizás el personaje más temible es Cayo Bermúdez, más conocido como Cayo Mierda, el brazo derecho de Odría. El siniestro jefe de los aparatos de represión de la dictadura. Algo así como una mezcla entre Vladimiro Montesinos y Manuel Contreras, esos personajes que en la historia reciente de Latinoamérica han hecho el trabajo sucio. Para crearlo, Vargas Llosa se basó en un personaje real, Alejandro Esparza Zañartu, el hombre de confianza del dictador y que no vaciló en usar delaciones, detenciones, torturas y deportaciones. Así se va armando una trama compleja, con muchos recuerdos, conversaciones, voces, que Vargas Llosa logró dominar con perfección, acaso ayudado por sus dos experiencias previas como novelista: La ciudad y los perros (1963) y La casa verde (1966).
Conversación en La Catedral no fue la única incursión de Vargas Llosa en la narrativa de las dictaduras latinoamericanas. En Tiempos recios (2019) abordó el golpe de Estado de 1954 en Guatemala; o su ineludible La fiesta del chivo (2000) en que se metió en la República Dominicana del dictador Rafael Leónidas Trujillo. “Es verdad que yo he escrito varios libros sobre dictaduras, pero nunca he tenido un proyecto del que todas esas novelas sean un reflejo. Los temas de las novelas que he escrito me han ido surgiendo de experiencias inesperadas”, dijo el mismo Vargas Llosa en 2019.
III
No vamos a preguntarnos en qué momento se había jodido el Perú, más bien ¿Qué hizo que Conversación en La Catedral fuera tan trascendente? Héctor Soto, columnista cultural de La Tercera, nos apunta: “Creo que tanto el esplendor de su construcción verbal como la mirada tremendamente decepcionada y crítica respecto de las sociedades latinoamericanas. Es interesante tener en cuenta que Conversación en La Catedral aparece en un momento de inflexión en el pensamiento político del autor. Por entonces Vargas Llosa todavía apoyaba públicamente las posiciones de la izquierda peruana (tal como el protagonista, Santiago Zavala), no obstante tener en privado muchas dudas al respecto, y la novela era muy escéptica respecto de los cambios que pudiera comportar para el Perú el fin de la dictadura de Odría y el restablecimiento democrático con el presidente Belaúnde Terry. Con el tiempo, el autor se alejaría completamente de la izquierda y comenzaría a valorar por encima de todo las instituciones y los principios de la democracia liberal”.
Por su lado, el crítico literario de Culto, Matías Rivas, indica: “Fue importante por el momento en que apareció, tiene uno de los comienzos más famosos de toda la literatura latinoamericana. Esta pregunta que se hace Zavala, ¿en qué momento se había jodido el Perú? quedó en el inconsciente de mucha gente, y ahí se empiezan a preguntar en qué momento se jodió Chile, Argentina, etc”.
“Es una novela que le dio un estatus de escritor complejo, con un estilo muy depurado y que de alguna forma se había insinuado en La casa verde, pero que acá llega a su máxima expresión. Además el personaje alter ego, Zavalita, es entrañable. Es una novela muy contundente, una de las obras maestras de Vargas Llosa. Cuando escribió este libro él estaba en su mejor momento, fueron años memorables donde además publicó La ciudad y los perros y La casa verde. Además, fueron años memorables del Boom. Ese entorno literario donde se escribían novelas políticas, le ayudó a Vargas Llosa a que Conversación en La Catedral tuviera un contexto de época”.
El escritor Arturo Fontaine se suma: “Lo deslumbrante es su construcción: una conversación central en un bar—entre Zavalita y Ambrosio— al interior de la cual aparecen otras conversaciones de otros personajes y ocurridas antes. Y dentro de ellas, a veces, se intercalan otras. Así como en el contrapunto se combinan varias líneas melódicas, aquí se entretejen varias conversaciones. Los episodios no se suceden en orden cronológico, se van enlazando vía los personajes. Todo esto busca reproducir la complejidad y multiplicidad de dimensiones de la vida cotidiana. El marco: una dictadura especialmente corrupta y corruptora. El poder ensucia y lo muestra el habla, que se ensucia. Alguien contó algo de setenta personajes en la novela. En medio de esa estructura polifónica, la novela es realista y su lenguaje, transparente”.
¿Cómo se lee hoy Conversación en La Catedral? Héctor Soto dice: “La verdad es que no sé. Me asaltan dudas. ¿Invertirán los lectores de hoy el esfuerzo y la atención que el relato exige? Nos hemos acostumbrado a lecturas más estandarizadas y fáciles. Como que hay poca paciencia con la experimentación y la complejidad narrativa. Si Conversación ya no tiene tantos lectores sería una verdadera lástima. Porque se trata de una obra monumental en su dimensión literaria, social y ética”.
Matías Rivas opina: “Hoy se lee desde otro punto de vista. Es una novela que tiene un eje anclado en un problema sexual. Hay una trama donde se mete el poder, la sexualidad y la violencia, si bien son temas que Vargas Llosa había abordado, acá quedan mucho más explícitos. Por ejemplo, las relaciones sexuales del padre de Zavalita con el zambo Ambrosio, este cruce se ve también en las novelas de José Donoso. Cuando uno lee la novela hoy, eso cobra importancia, es una novela que habla de los dobleces, la tensión con el poder, la ambigüedad. Además, es una novela política donde se explora la corrupción de Perú”.
“Creo que todavía vivimos con el tema gay, se puede ver en la obra de Fuguet, y otros escritores, pero Vargas Llosa lo hace desde un lugar -y unos años- donde nadie se atrevía a hacerlo. Ya existía el tema, pero acá se explicita y se desarrolla, pero no es una novela moralista”.
Y desde su verja, complementa Fontaine: “Invita a leer de modo activo y a, la vez, a dejarse llevar por el ritmo de la escritura, mientras se van atando cabos sueltos. Es una novela experimental, influida por William Faulkner y John Don Passos. No tendría sentido replicar esa estructura hoy porque ya se hizo. El propio Vargas Llosa no repitió la fórmula. Pero sigue siendo una obra intensa y, de veras, grande”.