Andrea Robin Skinner rompió el silencio el 7 de julio. A través del medio Toronto Star, la hija menor de Alice Munro reveló que el esposo de su madre y su padrastro, Gerald Fremlin, abusó sexualmente de ella desde que tenía nueve años. Tanto el padre biológico de Skinner, como la autora de Todo queda en casa (2013), sabían la verdad. Todos decidieron guardar el secreto.
La imagen de la reconocida escritora canadiense y ganadora del Premio Nobel de Literatura (2013) se tambalea. Hace unos meses, tras su fallecimiento a los 92 años —el 13 de mayo—diversas voces del mundo literario alababan el poder de sus relatos breves y su habilidad para poner a mujeres en el centro de las historias.
Sin embargo, luego de conocerse el ocultamiento de los abusos hacia su hija, también su obra comenzó a ser analizada desde otra perspectiva. ¿Cómo leer ahora sus cuentos? ¿Qué pasa con sus personajes femeninos? ¿Es la cancelación un exceso o una postura política válida?
Silencio familiar
“En 1976, fui a visitar a mi madre, Alice Munro, durante el verano a su casa de Clinton, Ontario. Una noche, mientras ella estaba fuera, su marido, mi padrastro, Gerald Fremlin, se metió en la cama donde yo dormía y me agredió sexualmente. Yo tenía nueve años”, escribió Andrea Robin Skinner para comenzar su relato.
En ese entonces, Andrea vivía con su padre, Jim Munro, y visitaba a su madre en los veranos. Al volver a su casa en 1976, le contó lo sucedido a la pareja de su padre, quien finalmente se lo contó al padre de la niña. Él decidió no decir nada, y continuó enviando a Andrea a Clinton todos los veranos.
“Cuando me quedaba a solas con Fremlin, hacía bromas lascivas, se exhibía durante los viajes en coche, me hablaba de las niñas del barrio que le gustaban y describía las necesidades sexuales de mi madre. En aquel momento, no sabía que esto era abuso”, relató Skinner.
Andrea, ya con 25 años, decidió contarle lo sucedido a su madre. A través de una carta, le reveló a su madre los abusos que había sufrido. La autora canadiense tomó sus cosas y se fue de la casa que compartía con Fremlin, mientras él le enviaba misivas relativas a los hechos. “Describió a mi yo de nueve años como una ‘rompehogares’ y dijo que el hecho de que mi familia no interviniera sugería que estaban de acuerdo con él”, consignó la hija menor de Munro en su testimonio.
A pesar de todo, Alice Munro volvió con su esposo. “Dijo que se lo había ‘dicho demasiado tarde’, que lo quería demasiado y que nuestra cultura misógina tenía la culpa si esperaba que ella negara sus propias necesidades, se sacrificara por sus hijos y compensara los fallos de los hombres. Insistió en que lo que había pasado era entre mi padrastro y yo. No tenía nada que ver con ella”, narró Skinner.
A la edad de 38 años, Andrea leyó una entrevista que lo cambió todo. En un artículo de The New York Times la ganadora del Nobel describía a Gerald Fremlin “en términos muy cariñosos” y sostuvo que mantenía una “estrecha relación” con sus tres hijas, incluida Andrea.
Tras esa publicación, hizo una denuncia. Su testimonio, más las cartas de Fremlin a Alice Munro, sirvieron de evidencia. Él fue declarado culpable en 2005 y cumplió dos años de libertad condicional bajo la prohibición de acercarse a menores de edad. Alice Munro permaneció al lado de su esposo hasta su muerte en 2013.
El secreto seguía escondido tras los libros, el Nobel y la autora ícono de la cultura canadiense.
El biógrafo de Alice Munro, Robert Thacker, si bien estaba al tanto de los abusos sexuales, decidió no incorporar los hechos en su obra Alice Munro: Writing Her Lives (Alice Munro: Escribiendo sus vidas, 2011), pues los calificó de un “desacuerdo familiar”.
Las reacciones alcanzaron también a otros escritores connotados. Por un lado, Margaret Atwood, novelista canadiense y amiga de Munro, escribió en The New York Times que estaba “sorprendida” por las revelaciones, pero que estaba al tanto de ciertos rumores que explicaban la ruptura familiar. “Creo que pertenecían a una generación y a un lugar que escondía las cosas bajo la alfombra. Te das cuenta de que no conocías a quien creías conocer”, escribió.
Por otro lado, escritoras estadounidenses como Joyce Maynard y Joyce Carol Oates respaldaron el testimonio de Skinner, pero reafirmaron su admiración por el trabajo de Alice Munro.
Las lecturas a Alice Munro
La alma mater de Alice Munro, la Western University de Londes, Ontario, anunció la pausa de una cátedra en honor a la escritora. “En este momento, estamos pausando el nombramiento de la Cátedra Alice Munro en Creatividad mientras consideramos cuidadosamente el legado de Munro y sus vínculos con Western”, escribió Illeana Paul, decana interina de la Facultad de Artes y Humanidades de Western, según consigna CBC.
Ese es solo un ejemplo de las repercusiones de lo revelado por Andrea Robin Skinner. Considerar, replantear, revaluar… son algunas de las palabras que han usado autores y críticos para analizar el impacto de la noticia en la extensa literatura de Munro, ligada a lo gótico y al cuento corto.
La destacada escritora española Elvira Lindo escribió una columna en El País cuando falleció la Nobel canadiense. Dos meses después, y tras conocer el relato de Andrea, volvió a escribir sobre ella, para hacer— y hacerse— la siguiente pregunta: ¿Cómo leemos ahora a Alice Munro? Desde España, responde al llamado de Culto para profundizar en sus ideas.
“Si tú tienes a una autora como una especie de figura que posee una sabiduría sobre las relaciones humanas, y sobre todo sobre las mujeres, si la tienes en un altar, si crees en ella— de una manera mucho más íntima que lo referido al estilo—, pues lo que sientes es una especie de traición”, comienza Lindo. Para la autora española, Munro parecía traducir los pensamientos oscuros de los seres humanos, las relaciones familiares e incluso, las relaciones madres e hijas. “Parece que ella lo entendía. Ahora digamos que es imposible que la leamos de la misma manera”, sentencia.
Elvira Lindo publicó el año pasado En la boca del lobo (2023), una novela donde se aborda el abuso sexual y el trauma. Desde el contacto que ha tenido con mujeres víctimas de violencia, reconoce que las respuestas de las madres frente a los abusos son muy parecidas. También lo leyó en redes sociales, donde muchas mujeres se sentían identificadas con el relato compartido por la hija menor de la autora canadiense.
Ante la misma pregunta, la escritora y Máster en Creación Literaria, Carolina Brown, apunta al debate de “si se puede separar al autor de la obra”. “No hay que perderse, uno puede ser un excelente profesional y una pésima persona, esto en todo orden de cosas. Por desgracia, se puede escribir literatura de calidad universal y a la vez ser una encubridora de pedófilos. La obra no deja de tener calidad literaria por el comportamiento de su autor, por muy despreciable que sea. El tema es qué hacemos con eso y la respuesta no es siempre tan clara”, dice a Culto.
En tanto, Ángela Neira Muñoz, escritora, académica y editora de Mujeres de Puño y Letra, agrega otro factor a la conversación: “Hay que leer de manera distinta a escritores que a escritoras. Cuando leemos la obra de las mujeres, generalmente pensamos que la mujer, la escritora, de algún modo está en esa obra. Y esto tiene que ver con el canon literario masculino, que ha provocado que siempre pensemos que la escritura de las mujeres representan totalmente su vida, o lo que piensa, o lo que vivió. Es bien difícil separar la escritura de las mujeres de su propia vida”, comenta en conversación con Culto.
Elvira Lindo sí ve a Munro presente en sus textos. “Sus cuentos están íntimamente relacionados con su propia vida, y por eso la apreciábamos más. Ella ha sido la voz de muchas mujeres desde sus cuentos y desde su figura pública: era la madre que tuvo a sus niñas, que escribía en sus momentos libres, de origen humilde, que luchó contra su propio destino. Ahora vemos que en sus cuentos hay un reflejo de esa distancia que tiene con las cosas, esa distancia observadora. Pudo ser una muy buena observadora, pero en su propia vida no supo lidiar con sus asuntos emocionales”.
Diversas universidades canadienses se han detenido a releer los cuentos de Alice Munro, haciendo un paralelo con la cronología de su vida privada. “Hay varios cuentos en los que se habla de abuso y es curioso leerlos”, indica Lindo.
Carolina Brown, autora de libros como Nostalgia del desierto (2021) y Duncan (2022), se basa en su propia experiencia como escritora para decir: “Siempre hay mucho de uno en lo que se escribe, están ahí tus miedos y obsesiones, tus culpas, las cosas que te mantienen despierta por las noches. Creo que eso es lo que uno ve en muchos personajes de Munro, mujeres comidas por la culpa, por el deseo, por las frustraciones; mujeres que en general se quedan calladas y lo que guardan en su interior se las van comiendo”.
El fantasma de la cancelación
Elvira Lindo piensa en la comunidad lectora de Alice Munro, la que sospecha está formada en su mayoría por mujeres. A ella las ve de pie frente a los libros de la autora. “Van a decir durante un tiempo: ‘los voy a tener ahí’ o, a lo mejor, van a releer Secretos a voces (1994) con otros ojos”, reflexiona. Según Lindo, el acuerdo tácito e íntimo entre los lectores y esta autora, se quebró.
“Va a costar durante un tiempo que los cuentos se lean de la misma manera. Nada quita que es una extraordinaria escritora. No se trata de una cancelación desde un organismo, estamos hablando de la relación estrecha que se tiene con un escritor que, cuando se lee mucho, termina siendo una especie de amigo”, agrega.
En tanto, Ángela Neira Muñoz llama a la cautela: “Hay que tener mucho cuidado, porque podemos caer en una lectura fascista y canceladora de la obra de la autora, sin considerar contextos. Las mujeres hemos estado toda la historia en avanzar, escribir, publicar, salir del anónimo, sobrevivir, alimentar a los hijos, labores de cuidados, sostener una casa… y el arte y la creatividad es un elemento que las mujeres artistas dejan para último lugar. Pensar solo en esta nueva información de la autora y preguntarnos si las seguimos leyendo o no, me parece una discusión que limita”.
Antes de terminar la llamada, Elvira Lindo recuerda las últimas palabras que Alice Munro escribió en la biografía Growing Up with Alice Munro (2001), obra de su hija Sheila Munro. La autora española las recogió en el artículo que publicó días después de la muerte de la canadiense, y dicen así: “No fui a ver a mi madre en la última fase de su enfermedad, tampoco a su entierro. Tenía dos niñas pequeñas y nadie en Vancouver con quien dejarlas. No podía permitirme el viaje y mi marido sentía un desprecio por los formalismos. ¿Por qué habría de culparle? Yo era igual. Son cosas que no pueden ser perdonadas o que no nos perdonamos a nosotros mismos. Pero las hacemos. Las hacemos todo el tiempo”.
Elvira Lindo ahora lee este párrafo con otros ojos. “En esa confesión está hablando de un asunto terrible, que es no ir a ver su madre enferma. Pero digamos que el hablar de eso, encubre lo que no está contado. La última frase de su literatura es como si contuviera todo este asunto”, reflexiona para concluir.