Pedro Frugone responde por videollamada desde Austin Texas, donde reside desde hace una década. A la distancia, no aparenta 56 años. Relajado, sentado en un espacio abierto de su casa con naturaleza al fondo -”hay 42 grados”, cuenta-, es un genuino rockstar de vuelta, un sobreviviente de los excesos de su oficio como guitarrista de una de las bandas chilenas definitivas de todos los tiempos, como es La Ley.

Cuando cumplió 50 dejó atrás la bebida. A comienzos de año, en una extensa entrevista con el músico y productor mexicano Javier Paniagua, Frugone reveló que su prioridad ante un viaje regular era qué copete podía llevar. Un severo llamado de atención familiar fue el gatillante para superar el alcohol, pero también la fe cristiana.

Su esposa, cuenta, le recuerda que lo comido y lo bailado no se lo quita nadie. “Yo quiero que me lo quiten -asegura Pedro-, es que fue demasiado. Me encantaría olvidarme de toda esa hueá, porque cuando las cosas están así pierden el sentimiento sacro que tienen”.

“La vida, la divinidad de las cosas -profundiza-... si no está la divinidad, hay otra cosa”.

“El enemigo”, sintetiza.

Pedro se ríe. Levanta los brazos y los cruza tras la nuca. Dice que se ha metido en camisa de once varas con estas reflexiones al final de la conversación. En algunos pasajes no encuentra las palabras en español -ha vivido largos periodos de su vida en EE.UU.-, pero su acento sigue siendo chilenísimo con ligeras incrustaciones de jerga mexicana.

Es imposible no mencionar a Frugone un recuerdo emotivo ligado a su nombre: el primer concierto de rock que vi fue Viena en el Fortín Prat de Valparaíso en 1987 o 1988, no retengo el año exacto.

“Me acuerdo de ese concierto -dice entrecerrando los ojos-... me acuerdo que un hueón me tiró un tremendo pollo en la guitarra, y yo estaba más picado que la chucha. Cosas del rock, ¿no?”.

El diálogo rebobina hasta la infancia y las primeras experiencias con la música. “Muy de chico, escuchaba muchísima música en mi casa como en muchas casas -cuenta-, y música muy diferente. Fue muy interesante entender que así como entre el odio y el amor hay tantas cosas entre medio, en la música es igual”.

Cree que en los colegios debería impartirse apreciación musical, tanto o más relevante que leer una partitura, para superar las pasiones antagónicas entre distintos estilos. “Esto se podría resumir súper simple: te gusta o no te gusta”.

“Si te gusta -explica- es fantástico. Y si no, bueno, no te gusta, eso es todo. Pero hay como esta confusión de la gente por no entender lo que es la música, y que deriva en conflicto. Como es pasión, la gente cree que la contraparte está equivocada o es una basura”.

El guitarrista asegura que si esa definición no se asume en los artistas profesionales, “vas a sufrir mucho en tu carrera”. “Conozco gente que le ha leído muy bien -cuenta-, pero lamentablemente sufre por eso. He terapeado a muchos músicos durante mi historia, que no pueden comprender que todo el mundo no entienda su música. Es como una obsesión que tenemos las personas por tratar de gustarle a todo el mundo, o imponer nuestra visión”.

“Podría decir que estoy cosechando toda una vida de haber entendido esto -resume-, y estoy realmente disfrutando lo que hago musicalmente. No necesito hacerlo público para entender lo que significa para mí y es fantástico. Los últimos 10, 15 años he estado haciendo una cantidad de música muy diferente que me tiene súper entusiasmado, y la hago sin ningún afán de nada”.

—Pero la música también se cristaliza al ser compartida.

No estoy de acuerdo. La música existe más allá de las personas. Supongo que en algún momento ordenaré todo y haré alguna cosa para publicarla, un proceso agotador.

—Hablemos de tus primeros ídolos musicales, los primeros artistas que te conmovieron.

Me gustó siempre mucho la música clásica. Los primeros que me volvieron loco fueron Bach y Mozart. De la música popular, el rock. Para mi, Kiss tenía más sentido que Violeta Parra, que después con los años la aprendí a escuchar y entender, una maravilla. Pero era entre Kiss y Queen. Me encantaba mucho Rush y Yes. Es muy difícil decir que este me influyó más que este otro. Al final metiste todo y lo vas haciendo tuyo de alguna manera.

—¿Y tus guitarristas favoritos?

John McLaughlin, Eric Johnson, Jimmy Page y Alex Lifeson.

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Una vieja página web con su biografía, asegura que Pedro Frugone itineró en distintos colegios porque solían expulsarlo. “Me tenían mala”, asegura, y cree que el ambiente de la dictadura en el que creció no era el mejor para una personalidad como la suya. “Había una huevada militar en el ambiente que se sentía en el mundo cívico y pasaba al mundo académico, y todos querían reprimir. Aparte que sufrí mucho de racismo en Chile”.

—¿En serio?

Mucho racismo para los güeritos, para los rubiecitos de ojos azules. Cuando era chico me decían de todo con una connotación racial. En ese momento no entendía y me agarraba a combos. Acá soy latino de piel clara, así te dicen en Estados Unidos. Pero ser diferente era muy duro.

Cuando aún eran niños con su hermano Archie -futuro compinche en Viena, Anachena y La Ley-, la familia se radicó en la costa oeste californiana. El músico asumió el proceso como una primera lección de adaptación para una vida más tarde plagada de largas estadías en distintas ciudades, y de la itinerancia propia de una banda de éxito internacional como La Ley.

“Uno tiene que ganarse a la gente cuando llegas a un lugar”, comenta el músico. “Es importante entender que uno no tiene el derecho de estar porque si, o que esta hueá es como mía. Ganarse a la gente es un proceso realmente lindo”.

“Creo que la gente, cuando va de un país a otro -sigue-, tiene que tener un respeto gigantesco por las costumbres de los lugares, y mostrar el cariño y el amor que uno puede tener por la tierra donde uno está pisando y está creciendo”.

Según Frugone, es indispensable ser un aporte en el sitio que acoge. Al arribar a California “no llegué a sentirme el rey de Roma ni a decir ‘esto es mío porque tengo derechos humanos’”. Subraya la diferencia que se genera como inmigrante “cuando uno llega con respeto”.

Si bien en Chile ya surfeaba, en California se convirtió en una actividad cotidiana. Dice que su práctica empujó ese punto de vista como extranjero. “Cuando uno está surfeando, uno no puede llegar ‘aquí vengo yo, soy el choro’. En el mar tienes que demostrar respeto. Es lo mismo que llegar a un país”.

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Frugone responde sin titubeos los motivos para convertirse en guitarrista.

“Quería minas”, sintetiza.

No ve a las mujeres en términos de belleza y placer, asegura, sino “como un ser divino”.

“Realmente hay que entender cuál es su lugar en el mundo. Dicho esto, llegué a la música porque veía la relación de la divinidad que no entendía en ese momento -de por qué veía a la mujer de esa manera, como una fuente gigantesca de energía-. Entonces esa hueá a mí me volvía loco”.

“Tocar guitarra me llevaba a lo otro pero sí, básicamente fue por eso que llegué a la música y a la guitarra, ese proceso de entender, y ver lo increíble que es cómo se conectan las cosas”.

Pedro volvió a Chile a mediados de los 80 decidido a ser músico, y cultivando amistades como Andrés Bobe, a quien define como “ultra socialista, casi comunista”. “Teníamos grandes debates -cuenta- y era la raja”.

Andrés Bobe

—¿Cómo llegan tú y Archie a Viena?

Éramos vecinos con Claudio (Millán) y teníamos una banda con Pancho (Koch) ¿Qué puedo decir con respecto a Claudito? Un gran músico, casi un genio, gran oído. Con él aprendimos mucho. Él tiene una idea muy rara de lo que fue la banda, yo se lo respeto. Pero fue un lindo momento. Nos decían que éramos transexuales, gays, porque nos pintábamos. Era muy difícil que entendieran que lo hacíamos por una postura artística, no como una hueá sexual. Pero fue entretenido Viena.

Frugone recuerda esa etapa como “un debut y despedida” en el apoyo a la escena local. “Se tocaba música chilena en las radios y se sentía que podía pasar algo como en Argentina. Pero allá ¿qué pasó? Le dieron importancia (a la escena), le dieron el amor y credibilidad”.

El guitarrista cree que “faltó visión a la gente de los sellos y, sobre todo, la gente de las radios”, para afianzar la efervescencia pop rock que en Chile lideraban Los Prisioneros. “Hubo realmente un abandono bestial y cero cariño”.

—De acuerdo, pero Viena saca dos cassettes, tenían apariciones regulares en televisión incluyendo la polémica en Martes 13, y el video de Niña Engreída lo dieron montones ¿Por qué se desarma el grupo? ¿qué sucede?

Porque justamente eso, no había una estructura... Tuve mi primer hijo en el 87 y, bueno, tenías que comer. Había muchas bandas buenas, pero ahí los huevones dijeron “da muy poca plata, no vamos a seguir apoyando, vamos a botar este proyecto”, y fue la gente de las radios y de la televisión que tuvo esa pequeña ventana donde la hueá se pudo haber disparado como en Argentina y España, pero en Chile no.

Con Claudio -sigue- teníamos diferencias. Pero todo eso habría pasado a segundo plano si hubiese habido plata, plata para comer, para comprar instrumentos, para hacer giras, para hacer un negocio que está bien.

—Claudio ha vuelto con la banda un par de veces. ¿Por qué no han regresado los originales?

Lo he pensado un par de veces y sí, sería lindo.

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Si en Argentina rivalizaban Soda Stereo con Los Redonditos de Ricota y en Inglaterra Blur versus Oasis, en el Chile de la Transición y la “democracia de los acuerdos” la batalla era entre Los Tres y La Ley.

A los primeros se le endosaron todas las virtudes -encarnar el verdadero rock, por ejemplo-; en cambio la Ley despertaba cierto resentimiento por los ingredientes pop de su música, junto a la indisimulada ambición comercial y de estrellato. Si se trataba de avisaje a gran escala -entre otras marcas, Pepsi-, no tenían conflictos. Ya establecidos en México y con notorio éxito en Latinoamérica, persistía el recelo.

A la distancia, Pedro Frugone se siente valorado en el país. “Tengo todo el reconocimiento que necesito de Chile. Estuvimos en el Festival de Viña varias veces”.

“Y si no le gusta a todo el mundo la hueá -agrega con cierta irritación-, no le gusta a todo el mundo y se acabó”.

“¿Queremos volver a tocar a Chile? Todo lo que querai. ¿Nos querís llevar a tocar gratis para Chile? Vamos felices. Yo estoy orgulloso de ser chileno y estoy muy agradecido de todo lo que nos dio Chile”.

—¿Qué posibilidad cierta hay de que se junte la alineación clásica de La Ley? ¿Podría suceder?

Yo creo que sí. O sea, por mi lado, sí. Pero esto es un negocio y los negocios, cuando crecen, van poniendo capital. Cuando se fueron Rodrigo (Aboitiz) y Luciano (Rojas) perdimos a grandes amigos y músicos. El trabajo que Mauricio, Beto y yo le hemos puesto a la banda durante años para revivir este proyecto, a veces la gente no entiende. Las bandas siempre tienen que estar trabajando y es una lucha, por qué no decirlo así. Más allá del oficio de tocar y componer, para mantenerse y que la gente siga comprando tickets, esa hueá se valoriza en acciones, por así decirlo, como cualquier negocio.

Entonces hoy en día -advierte-, tendría que ser en las condiciones que no podríamos ser todos iguales, porque nosotros ya tenemos 15 años en los cuales yo no veo a mis hijos. Me perdí momentos importantes por estar sacándome la chucha y preocupado de las relaciones. Eso tiene un precio impresionante. El tiempo que gastaste haciendo que funcione, no te lo devuelve nadie.

¿Por qué no puede volver todo? Lo estamos hablando -continúa-, estamos hablando siempre con Rodrigo. Somos buenos amigos. Entonces sí, yo creo que podría ser. Creo que estamos cerca. Si es que La Ley vuelve a hacer una gira, no sé si todo sería con ellos, pero una parte con ellos sería la raja, y yo estoy luchando para que así sea.

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La muerte, dice Frugone, lo rondó “años de años” por los excesos. A pesar de haberse alejado de la iglesia debido a los casos de pedofilia, “siempre, hasta en los momentos más oscuros, terminaba de rodillas pidiéndole a Dios que me ayudara”.

Achaca al ego su espiral porque, a pesar del carrete con todo, “nunca me perdí un avión”. Hasta que un día, asegura, tuvo la certeza de la existencia divina.

“Para mi es absolutamente real -afirma-. Existe un Dios y nos ama. Cuando me di cuenta de eso, mi vida cambió realmente de ser un una colección de sexo sin fondo, un barril que nunca se llena, a que todo volviera a ser lo más simple. Mi vida ha cambiado. Iba para allá con todo, y de repente se dio vuelta para el otro lado.

—Beto Cuevas ha dicho que las drogas, el copete y el carrete, desde el comienzo de La Ley, no le acomodaba. ¿Cómo era esa relación ahí?

Creo que pasando nuestra época de luna de miel que uno tiene con las bandas, pasamos a ser buenos socios. No voy a hablar realmente de lo que hace mi compadre, lo que él hacía o no hacía. Yo no sé si lo sé, pero no lo voy a decir obviamente. Si dice eso, bueno, eso es lo que él dice. Fantástico, qué bueno que sea así. Y qué bueno, para la gente que le gusta la banda, que encontramos una manera de ser profesionales.

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