Columna de Marisol García: Las listas no importan (salvo algunas)

Violeta Parra
Columna de Marisol García: Las listas no importan (salvo algunas)

Existe una etapa de la propia formación musical en la que las listas son herramientas útiles: guían la escucha por entre paradas confiables, iluminando nombres, obras y estilos básicos para continuar la marcha. Pero la profusión de listas que ha traído internet ha terminado por banalizarlas.



Hagamos listas sobre las listas que con insistencia circulan en la prensa musical: los “lo mejor de…” más absurdos, las omisiones imperdonables, las selecciones más arbitrarias. Una lista con las listas más aburridas de mejores discos de la historia. Las que no incluyen músicos de piel oscura. Las anglocéntricas y las sexistas. Todas las listas que describen a Bob Dylan como “la voz de su generación”. Los “héroes de la guitarra” más bien irrelevantes. Las frívolas y las amistocráticas.

Una lista de “20 razones por las que las listas no importan” (la cuarta te sorprenderá).

En Wikipedia hay una “Lists of music lists”, y la web de la revista Rolling Stone las separa en una subcategoría que lleva a un scroll tan infinito como prescindible. Existe una etapa de la propia formación musical en la que las listas son herramientas útiles: guían la escucha por entre paradas confiables, iluminando nombres, obras y estilos básicos para continuar la marcha. Pero la profusión de listas que ha traído internet ha terminado por banalizarlas. Hechas a la rápida, por grupos de votantes homogéneos, quién sabe si cruzadas por algún tipo de conflicto de interés, quedan como el testimonio de un ejercicio de autopromoción, y poco más. No hay nada que descubrir en el canon de un criterio estrecho, ni es un pedagogo musical confiable quien, más que enseñar, prescribe.

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Se ha publicado este mes una valiosa excepción que confirma la regla. “Los 600 discos de Latinoamérica - 1920 a 2022″ partió en 2021 como un esfuerzo entre voluntarios de Twitter, pero se estructuró más tarde entre especialistas de varios países que se autoimpusieron un criterio geográfico y conceptual en común.

Su entusiasmo y compromiso es evidente en el resultado: contundentes reseñas acompañan las sugerencias asociadas a veintiún países (se incluye el mundo hispano de Estados Unidos), ordenadas de un modo que permite, link por link, avanzar por entre auténticos descubrimientos. Porque ¿qué sabe uno de discos básicos de Nicaragua o de Ecuador (más allá de Hernaldo o Julio Jaramillo)? ¿O de cuánta diversidad musical congrega Perú? De entre más de cien géneros, hay paradas en el calypso, el currulao, el norteño y el guaguancó, que son mundos que esconden joyas distantes de la gran difusión incluso en medios latinoamericanos.

“Lejos de ser enciclopédica, la lista es nuestra celebración de latinidad, en el repaso de sus géneros musicales como en las nacionalidades y su gran historia”, concluyen los autores del proyecto, que más que un instructivo se extiende como una invitación. En el “Top 10″ hay una chilena (adivinen cuál), pero no es lo más importante esa jerarquía en la cumbre, sino el camino que la antecede. O acaso la existencia misma de una lista como ésta, cuya riqueza musical es manifiesto en sí misma de orgullosa resistencia a los “best of” de quienes nunca han bailado una cumbia.

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