Una experiencia salvadora
Por Eledín Parraguez, profesor y poeta
La película Machuca es una perspectiva, una impresión sobre lo que fue la integración educativa ocurrida en el Colegio Saint George a fines de los 60 y comienzos de los 70 cuando gobernaba el Presidente Salvador Allende. Es una mirada y un testimonio a través del cine arte. Para mí refleja bastante lo que fue y lo que significó aquella experiencia para todos los que la vivimos.
Más que hablar de la película en sí, lo valioso para mí fue la oportunidad que se nos dio de tener una buena educación, en un colegio que contaba con todos los recursos necesarios para el estudio. La oportunidad que no todos tuvieron y que no todos tienen actualmente. Siendo estudiante escribí un libro para contar lo vivido en esos años de oposición a los cambios, con una estructura de clases muy marcada, con mucho rechazo al gobierno, que culminó con el golpe militar. Al interior del colegio muchos no estaban de acuerdo en poner juntas las peras con las manzanas, incluso se acusaba que los curas eran rojos. Los integrados éramos simples estudiantes favorecidos con esa oportunidad. Yo era alumno en el Saint George y al mismo tiempo vivía en un campamento producto de una toma. La película muestra bastante bien esta realidad, con la que me sentí identificado en gran medida.
La experiencia que la película transmite demostró que todos tienen capacidades para estudiar y desarrollarse como persona, lo que impacta al desarrollo de la sociedad. Los que vivimos la integración pudimos romper el círculo de la pobreza, no sólo la pobreza material, sino también la pobreza de oportunidades, que nos abrió la motivación para ampliar nuestro conocimientos y bagaje cultural. Fue gracias a esa posibilidad de acceder al conocimiento y la cultura, sin ser de clase alta y sin la obligación de pagar la educación, sino de recibirla con justicia. Rompimos los prejuicios y estigmas sobre los pobres. Salimos adelante y logramos llevar una vida digna y hacernos dueños de nuestra propia historia. En mi caso personal, logré ser profesional y gracias a eso contribuir con mi labor educativa, ayudando a otros jóvenes a tomar conciencia del valor de la educación como herramienta fundamental para salir de la pobreza, y para el desarrollo personal y social. Aunque no terminé el cuarto medio en el Saint George debido al golpe de Estado, fue una experiencia salvadora. Fueron tres años para nacer.
La película Machuca ha sido una gran contribución para no olvidar esta historia. Se ha mantenido en el tiempo como un documento audiovisual que ha permitido que muchas personas sepan que han existido momentos de mucha esperanza en nuestra historia, de posibilidades para que las personas puedan construirse una vida mejor, siempre que se les incluya, que no sean discriminados, sino más bien tomados en cuenta. Y que han existido personas, como el padre McEnroe (padre Gerardo Whelan en la realidad) que han contribuido a que eso suceda en diversos ámbitos, en este caso, en el ámbito de la educación y la formación de personas.
Así como la novela Tres años para nacer, que comencé a escribir cuando estaba en segundo medio, sin más propósito que registrar mi experiencia, intuyendo que algún día tendría valor, la película de Andrés Wood ha permitido reflexionar, conversar y debatir sobre nuestros comportamientos y valores. Ha permitido que niños y jóvenes piensen en el valor de la amistad, la importancia del respeto y la tolerancia, así como comprender que todos merecemos vivir bien y con esperanza en el futuro, no con la incertidumbre de no saber cómo será para nosotros la vida mañana. A pesar de que Machuca muestra el conflicto social y político de la época, y que muchos se preguntarán qué pasó después, para mí es también un indicio de que muchas cosas pueden hacerse mejor y obtener cambios positivos en el ámbito social y humano. Una buena educación para todos es posible, sea privada o pública, sea en el barrio alto o en sectores populares, o en el campo y las ciudades. Es cosa de voluntad, compromiso y menos exclusión. Machuca lo demostró.
Un juego y un trabajo
Por Ariel Mateluna, actor
A los nueve años, por algo muy fortuito, llegué a actuar en unos cortometrajes para una universidad. Un conocido de mi familia era estudiante de cine y necesitaba a un niño que se vistiera y saliera a jugar a la pelota a la calle, sin mirar a cámara. Era una aparición muy pequeña, pero el profesor de él le dijo: felicítame al cabro chico, porque lo hizo muy bien, no delató a la cámara. Al parecer, a esa edad, sin haber participado en un taller o algo previo sobre lo que era el audiovisual, se veía algo innato en mi persona.
Nunca hice teatro en el colegio, pero era un actor en la vida. Siempre fui bien histriónico, siempre andaba inventando historias, era bien soñador. Una amiga de mi mamá le contó que en la radio había escuchado que estaban buscando a niños de mi edad, morenos, y ella me llevó sin decírmelo. Me dijo que la acompañara a hacer un trámite y, cuando llegamos a la productora de Andrés Wood, me contó que era un casting. Yo no tenía idea qué era un casting. Siete meses después, me avisaron que había quedado seleccionado para Machuca.
A esa edad, sin tener conocimientos sobre la caracterización de un personaje, siento que el Matías (Quer) y yo éramos nosotros mismos interpretando situaciones externas. Éramos dos niños de mundos distintos encarnando a dos personajes que también eran de mundos distintos. En la película Pedro Machuca era el hermano mayor y yo soy el cuarto de cinco hermanos. Mi padre no era borracho, pero era un papá de campo bien estricto. No viví en un campamento, pero recuerdo que cuando viví en el campo el baño que tenían mis abuelos era un baño similar a los que había en los campamentos.
Andrés nunca nos pidió que investigáramos sobre la época en que se ambienta la historia, probablemente para mantenernos concentrados en lo que estábamos haciendo, que era el guión. De todas formas, le pregunté sobre eso a mi abuelo exonerado político, pero no me quiso responder, lo que me hizo pensar que debe haber vivido situaciones desagradables. Al tiempo mi papá me contó que fue torturado en más de una ocasión.
Para nosotros filmar la película era un juego y un trabajo a la vez. Era una tremenda responsabilidad y yo era muy irresponsable. Una vez agarré una bicicleta mientras grabábamos en Vitacura y recién cuando me tiré me di cuenta de que no tenía frenos. Solo porque había pocos autos no me pasó nada. No era consciente de que tenía que cuidarme mucho para que el proyecto se pudiera terminar. Por otro lado, como adolescente tenía la virtud de captar muy bien las indicaciones del director. Nunca me costó mucho entrar en esa dinámica, incluso cuando se trataba de escenas fuertes, como la del allanamiento.
Con el Matías fuimos los primeros seleccionados y estuvimos presentes en el casting que elegiría a los actores profesionales que interpretarían a los otros personajes, con el fin de que Andrés viera quién generaba una mejor conexión con nosotros. Manuela Martelli era más grande y muy talentosa y de inmediato se generó una buena química entre los tres. Eso se manifestó en la escena de la leche condensada. Era una escena complicada, pero se nota una ingenuidad, un amor, una ternura que traspasa la pantalla. En ese momento se podría decir que se olvidaron las clases sociales y los colores políticos. Eran tres niños disfrutando de su ternura.
Tras el estreno, pasé de ser el pelusón del barrio a ser el actor. Vecinas a las que no les caía bien me empezaron a saludar. La inspectora de mi colegio, que no me creyó que estaba filmando una película (seguramente porque era de los desordenados), le insistió a mi mamá para que no me cambiara. Mis amigos, con quienes fui al cine a verla, estaban emocionados y orgullosos.
Luego entendí el alcance de Machuca, que quedó marcada en la retina de las personas y que pasó a ser parte de la historia del cine. Eso es muy gratificante. Pero mi personalidad nunca cambió, siempre seguí siendo el mismo. Nunca se me subieron los humos a la cabeza.
Cuando era niño no pensaba en ser actor, la verdad, quería ser veterinario o astronauta. Recuerdo que a los 17 años se transformó en una decisión consciente. El cine para mí se transformó en una vía de escape y considero que es una herramienta muy preciada para personas que carecen de oportunidades. El cine me salvó y me dio la apertura mental para pensar que había un camino diferente.