Columna de Marisol García: Daniel Melero, memorias de una escucha
Algo hace sospechar que jamás Daniel Melero será candidato a tener su propia serie en Netflix. Hay en su nueva autobiografía muchas frases cómodas con el recuerdo de lo que no fue, orgullosas de lo que se dejó pasar. Justo lo contrario a ostentar conquistas como parte de una épica ascendente frente a la cual encandilarnos de admiración.
“El éxito de Colores santos es una gran oportunidad para capitalizar el momento y eyectar mi carrera solista, pero nada de eso sucede. Me atrevo a desaprovechar lo presumible”. Algo hace sospechar que jamás Daniel Melero será candidato a tener su propia serie en Netflix. Hay en su nueva autobiografía muchas frases como ésa, cómodas con el recuerdo de lo que no fue, orgullosas de lo que se dejó pasar. Justo lo contrario a ostentar conquistas como parte de una épica ascendente frente a la cual encandilarnos de admiración.
“A veces un disco necesita repercusión. Otras veces simplemente es necesario hacerlo”, sentencia el músico y productor argentino en la página 127, y la clave ahí es el “a veces”: no todo tiene por qué seguir siempre el ritmo del mercado. Es más: qué torpe es pretenderlo. La propia vida profesional de Melero —entre vaivenes de gran éxito y esfuerzos apenas reconocidos— es la puesta en práctica de esas valiosas ideas.
Recién editado por Caja Negra (y escrito con la colaboración del periodista Mariano Vespa), Incierto y sinuoso es un libro inusual dentro de la creciente tirada de vidas de músicos en impreso. Balancea con justicia los recuerdos personales con las reflexiones sobre las propias escuchas y decisiones creativas, y en tal sentido es más un libro sobre música que sobre una carrera. Además, trata con llamativa precisión los más glamorosos cruces en el recorrido de su protagonista, quien resiste, elegante, la bajeza del gossip para referirse a enfoques artísticos puntuales en sus encargos para Babasónicos, Todos Tus Muertos o, por supuesto, Soda Stereo.
Detalles inesperados: su madre tiene un infarto el mismo día de la ocupación argentina de Malvinas. La rutina familiar se ve alterada por completo. Melero cuida a solas la casa de sus padres. La diatriba del dictador Galtieri en televisión le inspira unos versos. Nace Trátame suavemente. La inconsciencia de la guerra no es algo heroico (es, más bien, algo enfermo).
El primer cobro de los derechos autorales de esa grabación de Soda Stereo le humedecen los ojos de la emoción. Pero su ida y vuelta con esa banda —y, en particular, con Gustavo Cerati— no tendrá siempre una retribución emocionante. Las páginas de la agridulce relación entre ambos son incisivas (aunque de epílogo en paz). Al fin, Melero es un pensador de la música, incapaz de someterse a los designios de la promoción de alta gama, y por eso incomparable con las estrellas del pop argentino con las que alguna vez pudo haberse unido por generación y ambiciones.
Entre sus recuerdos juveniles, vuelve un libro de particular impacto: Cómo parecer culto. Capta ya entonces la gracia de ironías tales como el consejo para ocultar la ausencia de pensamientos originales (“lo más eficaz consiste en asumir el papel del escéptico y salir de las preguntas molestas con una respuesta emitida en forma de interrogante…”). No hay que descartar que varias veces haya debido recurrir Melero a estrategias de ese orden, y no como impostura, por supuesto, sino como desvío ante instrucciones o expectativas sobre su música nacidas de un profundo malentendido sobre su carácter autoral. El sutil humor y la sobriedad en este libro demuestran que el habitual trato ultrasolemne hacia su prestigio al propio Melero le suena desafinado.
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