Tal vez se puede resumir como una combinación de amor, confianza y porfía, el hábito de Temmy Muchnick por coleccionar y archivar las apariciones en la prensa de su marido Mario Kreutzberger -Don Francisco- a partir de agosto de 1962, cuando arrancó Show dominical en Canal 13, la precuela de Sábados gigantes.
Los pronósticos en el entorno inmediato de la joven pareja de la comunidad judía santiaguina, vaticinaban un rápido quiebre. Dos semanas decían los padres de la novia; un mes, según la familia de él. Nadie parecía entender por qué Temmy, más bien quitada de bulla, se convertía en esposa de alguien con una personalidad tan distinta; un actor de 22 años de voz estentórea y chillona inclinado al humor y a canturrear, creador de un personaje que aparecía en un medio embrionario como la televisión. Había apenas 50 mil aparatos en la capital, versus medio millón de radios en los hogares metropolitanos de ese Chile terremoteado y mundialero bajo el gobierno de Jorge Alessandri, poco entusiasta de las potencialidades de la pantalla chica, para un país pobre como el nuestro.
A los 15 años, Mario Kreutzberger vio televisión por primera vez en la esquina de Moneda con Matías Cousiño, en pleno centro de Santiago, en un negocio de telas que quedaba al lado del restaurante Pinpilinpausha.
“Vi una cosa, pero yo no entendía bien lo que era”, contó en las entrevistas para el libro Mucha Tele Una historia coral de la TV en dictadura (FCE 2023), de Rafael Valle y Marcelo Contreras. “Esto fue en 1955, cuando Juan Domingo Perón vino a visitar al general Ibáñez, y trajo el telesistema argentino de televisión”.
En esa transmisión vio al humorista Lucho Navarro presentado por Raúl Matas desde radio Minería. Mario en versión teen observó el segmento, creyendo que se trataba de cine en una pantalla reducida. Cuatro años más tarde, mientras estudiaba vestuario en Nueva York, comprendió finalmente qué era la televisión.
“Entro al hotel Stanford, que todavía existe en la Calle 32 y Broadway. Y había esta radio, muy parecida a la radio Grundig que había en mi casa. Pero cuando la encendí, vi que era una radio que se veía y se escuchaba. Ahí cambió mi vida. Fue como un tipo con un ábaco que conoce las computadoras”.
Kreutzberger regresó titulado a Chile cuando la televisión se preparaba para el Mundial. Deseoso de introducirse como fuera al medio, participó de un programa defendiendo al boxeo, cuestionado por su brutalidad. “Yo sé más de televisión que todos aquí -le dijo al director de Canal 13 Eduardo Tironi, en medio de un asedio de meses para que le diera una oportunidad-, porque hace dos años que estoy viendo televisión”.
“Y era verdad, si los otros no veían nunca”.
Show dominical no alcanzó estar dos meses al aire y fue cancelado. Temmy aconsejó a su marido salir de Santiago, que se desconectara. Abatido, Mario le pidió a sus amistades que llamaran al canal reclamando. Nadie se pudo comunicar, el número marcaba ocupado.
“Estos gallos descolgaron los teléfonos”, pensó.
En un giro inesperado, Tironi apareció en su casa y le ofreció volver. La línea de Canal 13 se había saturado con gente preguntando qué había sucedido con ese animador rechoncho que proponía algo diferente, más divertido y menos pretencioso. “Usted algo tiene”, le dijo el ejecutivo semanas más tarde, cuando le ofreció pasar al día sábado entre 17 y 18 horas, jornada sin programación que el canal dedicaba para limpiar y mantener equipos.
“Yo muchas veces califiqué a Mario Kreutzberger como el ‘adorable inculto’ -recordó años más tarde Tironi en Libro de oro, cuando el espacio sabatino cumplió 18 años-, porque mostraba una falta de cultura, preparación y educación alarmante”.
“Pero era adorable en su animación y dueño de una personalidad de triunfador -observó el ejecutivo-. Se superó en todos los campos y puso a disposición de su trabajo todos los elementos que encontró. Leyó, viajó, tuvo roce con gente de todos los niveles. Lo venció todo y llegó a ser el ídolo, el regalón”.
Hacia 1965 Sábados gigantes cosechaba audiencia, halagos y también las críticas que por largos años acompañaron al animador. “Podrán decir lo que quieran de Don Francisco -publicó TV Guía en septiembre de ese año-: que es pesado, que es ignorante, que se le pasa la mano, que tiene cosas geniales y de las otras. Pero lo que nadie puede discutir es que el hombre se las ingenia para tener una formidable sintonía a base de todas esas aparentes tonterías que inventa. Las encuestas así lo prueban”.
En junio de 1967, el diario El Clarín no disimulaba su desaprobación hacia el personaje, asegurando que “el animador Don Francisco es más pesado que un elefante enyesado”. El texto sugería opciones como ignorarlo, “insistir públicamente sobre su mediocridad”, y un sufragio público “para que el telespectador vote en un concurso y determine si desea que esa manzana de la discordia siga haciendo sus piruetas ante las cámaras”.
Un museo con la Universidad Católica
Temmy empezó con los recortes de prensa -un clásico entre las esposas de figuras del espectáculo-, hasta que la carrera y la proyección de Don Francisco y Sábados gigantes multiplicó el material, gracias al rating aplastante entre los 70 y los 80. A los medios escritos locales se sumaron los reportes extranjeros cuando el espacio se internacionalizó, con notable puntillosidad de la esposa de Kreutzberger para conseguir ejemplares del país que fuera.
Se sumaron credenciales de prensa, pasaportes, cartas de invitaciones a cenas presidenciales en Chile y el extranjero, incluyendo tres visitas a la Casa Blanca junto a mandatarios de diversos países; fotos de esas coberturas y eventos, trajes de momentos icónicos y diversos premios; las certificaciones por la estrella en el paseo de la fama de Hollywood y galardones del Récord Guinness, por la longevidad del programa. En total, más de 2000 reconocimientos.
La colección incluye también el archivo videográfico de Mario Kreutzberger, dueño de su catálogo y de las grabaciones de todos los programas que lideró; los discos que grabó, campañas publicitarias y, por supuesto, la historia de la Teletón.
“Yo cambié de pelo cuando hice la Teletón -contó en las entrevistas para Mucha Tele- sin saber que iba a cambiar de pelo (...) hay gallos que piensan que yo lo estudié. No. Eso pasó. (...) de repente, llegas a una posición donde hay gente de la aristocracia y gente muy pudiente que te hace consultas (...) es una consecuencia de la popularidad, de los resultados de algunas cosas”.
Todo este material fue donado recientemente a la Pontificia Universidad Católica de Chile, la institución en la que siempre pensó Mario Kreutzberger como destinataria, ligado directamente por los años en que el canal pertenecía a la casa de estudios, cuando Sábados gigantes representaba el grueso de las ganancias de la estación, que a su vez dominaba por paliza en la torta publicitaria; dineros que luego remitían a la universidad. Si la PUC tiene desde hace un tiempo la Casa de Violeta Parra, un museo de Don Francisco es la apuesta familiar.
La universidad recibió el material, tal como hace poco recepcionaron archivos del ex presidente y dictador Carlos Ibáñez del Campo y hoy está en trámite un espacio similar para Los Jaivas. Un grupo de representantes de la entidad viajó a la residencia del rostro televisivo en Miami para conocer el contenido.
Ahora procede la curaduría por un comité. En la tradicional casa de estudios hay entusiasmo por el generoso archivo que abarca hasta la actualidad -el rector Ignacio Sánchez ha trabajado con el animador-, pero también ronda la idea de crear un museo sobre la televisión chilena, las comunicaciones y el mundo audiovisual, más allá de su figura. Un museo con Don Francisco, no de Don Francisco.
Un hombre transversal
“Yo llevé el pueblo a la tele”, sintetizó Mario Kreutzberger en Mucha Tele, apelando a que la programación, imbuida de los principios universitarios que regían a tres de los cuatro canales originales, privilegiaban espacios donde la gallada apenas figuraba.
En el libro Así, así se mueve Don Francisco (ILET 1987), del sociólogo y documentalista Juan Carlos Altamirano -un contundente y agudo análisis sobre su figura y el programa-, el actor, director y productor de teatro y televisión Hugo Miller, profesor de Kreutzberger en su juventud, desecha el mote de “guatón copión” que el Jappening con já convirtió en jingle, y motivo de burlas del personaje Pepito TV.
Para Miller, el animador adaptaba “todas las situaciones a la mentalidad chilena; es allí donde se da el aporte creativo”. “Él sigue el gusto popular, no trata de guiar el gusto popular (...). En esto Mario es muy perceptivo, muy intuitivo. Posee talento, que nada tiene que ver con la inteligencia”.
“(...) La gran intuición, percepción de Don Francisco para reconocer la sabiduría y el gusto popular, hace que miles de personas se identifiquen y gocen con el programa”.
El libro de Altamirano -hijo del histórico dirigente socialista Carlos Altamirano- remeció al animador. Don Francisco sintió que el sociólogo había entendido su personaje y programa en dimensiones que ni él mismo podía explicar. Compró 300 ejemplares y los repartió en el canal. Con el tiempo, se hicieron amigos.
“Algo tocó Don Francisco que la gente finalmente lo termina aceptando. Hay un proceso también en todos”, reflexiona hoy el autor. “Yo creo que en gran medida los grandes personajes son producto de las circunstancias. Las circunstancias hacen, no solo a los grandes personajes, sino a cada uno de nosotros. Y en ese sentido, el hecho de que haya sido el primer show de la televisión cuando estaba naciendo la televisión, eso le dio una gran oportunidad”.
Altamirano explica que SG representaba la plaza pública existente desde el medioevo, con un espectáculo y concepto superior al mero show de variedades, mediante una serie de resortes y mecanismos dramáticos y narrativos, que lograban vaciar las calles los sábados por la tarde.
En dictadura, observa el sociólogo, el programa logró “cierta independencia”. “Era de los pocos espacios televisivos -continúa-, donde la cultura popular y sus personajes podían expresarse, representar su realidad, conversar y mostrar la pobreza y las situaciones difíciles en que vivían; para qué decir los desastres”.
Para Juan Carlos Altamirano esa ventana que ofrecía el programa y su protagonista, “le daba una legitimidad y una credibilidad gigantesca, porque hay que recordar que los noticiarios, en el fondo, era todo publicidad, todo ideal y perfecto, y el resto de la programación eran show, show, show y fútbol”.
“El hecho concreto -sigue- es que, justamente, una vez que se retorna a la democracia y la televisión se abre y, sobre todo, el impulso que le dio Televisión Nacional a una serie de temas y espacios y lugares, bueno, justamente ahí Sábados gigantes entra en su decadencia, porque vivía en cierta medida gracias a este contexto”.
En esa instancia, apunta Altamirano, Mario Kreutzberger “fue bastante visionario” porque el programa se embarca en el “carro de la globalización”.
“Entendió que podía llevar este show a Estados Unidos, y proyectarlo en América Latina. Ahí está esa visión de que es perfectamente posible hacer un programa que es muy chileno, pero americanizarlo. La gente se empezaba a acostumbrar a tener contenido global en diferentes partes -cosa que no ocurría-, y abrirse el mate”.
Para el periodista y escritor Óscar Contardo, una de las claves del personaje de Don Francisco, fue la propuesta de un tipo de animación distinta y enérgica. “Un entusiasmo que era nuevo -sintetiza- y un presentador que no era formal. Llamaba la atención en un país como era Chile en ese momento”.
El punto de inflexión en la evolución de Don Francisco sucede en 1978 con la Teletón, apunta el periodista, donde ya no es solo el tipo divertido y desfachatado, sino que se transfigura en un “líder de opinión carismático”.
“Era el único programa de televisión que mostraba los niveles de pobreza que existían, algo que se nos olvida -subraya Contardo-. Si uno ve los archivos de la Teletón, era una pobreza que no aparecía en los noticieros, tampoco en los programas. Era una pobreza durísima. Tú entrabas ahí en estos minidocumentales, que transmitían a un Chile inexistente en la televisión. El rango de líder de una campaña de beneficencia le da un estatus de alguien admirable”.
Una de las paradojas de Don Francisco y Sábados gigantes es que a pesar del arraigo popular y su representación en la pantalla, el programa también gozaba de éxito en sectores acomodados. En Libro de oro, el ex director ejecutivo de Canal 13 Claudio Di Girolamo, apuntaba el talento del animador para resultar atractivo en la masa y la élite.
“(...) ha sabido trabajar muy bien su imagen, llegando al corazón de la gente, tocando muy hondo en el sentir popular, pero sin descuidar a la llamada ‘gente linda’... Tiene una gran responsabilidad en la formación cultural de las personas que se cultivan sólo a través de los medios de comunicación. Bajo su control está seis o más horas de la tarde del sábado. Un elevado porcentaje de chilenos está pendiente de él durante todo ese tiempo y lo imitan. Nadie le impone cómo tiene que hacer su programa, de modo que toda la responsabilidad es suya. Puede mover a la gente como desee, controlarla y hacerla actuar de una manera determinada”
“En el caso de Sábados gigantes, implícitamente había un discurso democrático -reflexiona Juan Carlos Altamirano-; si bien él nunca se definió políticamente y fue una de sus gracias. Cuando hablamos de valores que él representa, hablamos de ponerle el micrófono a la gente que no tiene micrófono. Ahí hay un sentimiento que existía en las diferentes clases sociales, incluso en las clases (altas) de recuperar esos valores básicos de la democracia, y que tú los puedes ver ahí”.
A nivel del personaje, Don Francisco contaba con un “carisma necesario”, dice Altamirano, para que diversas capas sociales “se sintieran atraídas, llamadas, interpeladas, ya sea porque el gallo era muy criticado, porque ‘esto es un espanto’;. Entonces tú quieres ver el espanto, quieres ver a dónde va a ir este gallo”.
“Ese aspecto creo que también jugó algo muy importante -continúa Altamirano-. Era un tipo muy parecido a los fenómenos culturales ideológicos que se pusieron en el populismo, en que cómo un discurso o unos contenidos logran unir a capas sociales tan diferentes. La credibilidad que llegó a tener en un mundo que nadie tenía credibilidad, donde todo era mentiras. El mundo político está descalificado por la propia dictadura, porque son todos unos demagogos, etcétera. Él tenía credibilidad. Entonces, la gente se abre, le llora y el otro consuela. Daba confianza, credibilidad y empatía”.
“Una de las cosas que me sorprendió -apunta el intelectual-, es que es un gallo muy informado, muy culto; sin embargo, en Sábados gigantes hacía puras preguntas de sentido común. Es el líder que se pone en el zapato del otro”.
Oscar Contardo cree que la transversalidad social conquistada por Don Francisco y Sábados gigantes, obedecía también a la identificación histórica de Canal 13 con los estratos altos. “Por la época, porque no había mucha segmentación en televisión, y por una cosa cultural, se pretendía asociar el Canal 13 a un segmento de mayor ingreso”.
“Tampoco había mucho que hacer en Chile -apunta el escritor- y proponía pura diversión, pasarlo bien con este señor ingenioso con la idea de un público súper entusiasta que era nueva en Chile, esto del público que hacía aplaudir, cantaba y hacía cosas. Creo que, en particular, con lo de ‘Solteras sin compromiso’ agarró un segmento de mayor ingreso. Si uno ve a Canal 13 como institución, la gente que controlaba el canal eran todos pitucos, totalmente”.
“Había algo como que rebalsaba por el canal -observa finalmente Contardo-, por lo que representaba, porque era el canal de la Universidad Católica de Chile, la Pontificia Universidad Católica”.