Quizá si lo primero que habría que decir, insistiendo, recordando, es que: aquel modelo de gobierno basado en la dictadura del proletariado y su partido de vanguardia, administrado sin contemplaciones hacia la disidencia y, pensado como una realidad indestructible y eterna, se desplomó, se desintegró con la caída del muro de Berlín y luego con la disolución de la Unión Soviética.
Fue una epopeya inesperada y popular que dejó atónito al mundo. Ningún pueblo de aquellos países socialistas puso energía alguna en defender esa construcción política impuesta a sangre y fuego paradojalmente para su beneficio. Esto es un dato indiscutible. Sin embargo, la gravedad y lo rotundo de estos hechos no se han analizado y digerido con la debida profundidad y seriedad por las fuerzas políticas que gobiernan países como Venezuela, Cuba y Nicaragua. Siguen adelante como si nada importante y trascendente se hubiera producido que incumba a sus propias realidades políticas. Como si se tratara de un acontecimiento extra-terrestre.
Para estos gobiernos, esos hechos parecieran ser solo anécdotas, y la verdad es que fue la expresión más clamorosa y cinematográfica del fin de un proyecto que muchos vimos como alternativo pero que fracasó porque seguramente no expandió la libertad necesaria para vivir, aquella que la propaganda nos ofrecía, sino más bien, amarró las manos de muchos cultivando de este modo la indiferencia y el desprecio que luego pudimos ver en los rostros de aquellos que miraban las estatuas de los próceres viajando de sus pedestales a las demoliciones.
Hoy estamos ad portas de vivir en Latinoamérica algo parecido.
El indiscutible fraude electoral de Maduro, —que de manera cínica y temeraria algunos políticos chilenos todavía rechazan como mentiras del imperialismo—, agrega al devenir loco del Chavismo Madurista, una práctica desenfadada que mancha la lucha de los pueblos instalando el fraude y la corrupción como armas auténticas de lucha. Entonces, caben algunas preguntas: ¿Qué tanto vale la soberanía de un pueblo?
Por lo que vemos, nada.
¿Qué significa realmente el “pueblo”, la “masa”, la “ciudadanía” para estos gobernantes? ¿Por qué el gobierno venezolano no dejó que votaran millones de sus ciudadanos repartidos por el mundo? ¿Esos siete millones fuera de su tierra son fascistas? ¿El pueblo venezolano se transformó en un pueblo fascista y descarriado?
El pueblo venezolano es otra cosa. Algo que la anteojera ideológica de estos salvadores no puede apreciar. Pocas veces hemos escuchado tanto insulto a tanto ser humano como los vomitados por estos seres mesiánicos.
Venezuela es algo distinto. En parte muy minoritaria, verdaderamente, es lo que muestra la pandilla de Maduro. Pero esa otra Venezuela es tierna, acogedora, curiosa. Uno de los poetas que he conocido en mi búsqueda de textos para canciones es Aquiles Nazoa, poeta venezolano, poeta de izquierda, amigo de la ternura que yace invisible en la vida del pueblo y que él la hizo poesía. Además, con gran sentido del humor. Ya no vive. Murió joven en un accidente allá por los años setenta y seis del siglo pasado.
Con Nazoa se aprecia la dulzura de este pueblo. Luego vienen los importantes músicos de Venezuela, último nuestro célebre director de orquesta Gustavo Dudamel, que nos muestra la alegría de sentir y ejecutar la música. El viejo y querido Quinteto Contrapunto, Simón Díaz, Alirio Díaz. La música del folclore venezolano fue importantísima en los años de la Nueva Canción Chilena. Ángel e Isabel Parra cantaban varias de ese repertorio. Todos sabemos las canciones venezolanas. “Río Manzanares….” Un día la Violeta tomó el Cuatro venezolano en sus manos y compuso Volver a los diecisiete, nada menos. Yo estudié guitarra y composición musical en la Universidad que fundara el venezolano Andrés Bello.
Es urgente que la izquierda, que hoy solo puede ser democrática, denuncie y expulse de sus referencias esta burla feroz de Maduro. Este individuo, y Chávez antes, ya lo veremos, no solo han destruido uno de los más ricos países de nuestro continente, sino que se han enriquecido con muchos millones de dólares, él y su cúpula, imitando burlonamente esa práctica que conocíamos de (adecos y copeyanos) y que ¡nos daba asco! Dicen que no, pero parte muy importante de esos botines los han ganado facilitando el tráfico expedito de cocaína hacia Estados Unidos. Lo dicen los propios narcos colombianos desde las cárceles. ¿Por qué habrían de mentir esos delincuentes?
El mundo ha girado hacia una disputa entre Autocracia y Democracia. Eso es lo que hoy está en juego en todo el mundo. La izquierda debe debatir y pelear sus ideales en el terreno de la Democracia y debe luchar por ella, sabiendo que la verdad y la justicia es una conquista cultural que hacemos todos, moros y cristianos, seduciendo con el lenguaje y las buenas ideas, abrazando la duda y dejando de lado de una buena vez aquella directriz que emana de un “jefe”, de un caudillo o de un profeta. Porque la historia con su sarcasmo, a poco andar, nos revelará que aquellos líderes gritones y presumidos no son más que seres narcisos y corruptos.
Siento vergüenza, y me irrita que los ideales de la izquierda se vean contaminados por la vida inescrupulosa de esos bandidos que gobiernan con un crucifijo en una mano, en la otra un librillo constitucional, y en los bolsillos, millones de dólares para sortear la vida que les tocará cuando se vuelvan insoportables en su propia tierra.