Francisco “Pancho” Sazo (72) dice que, esta vez, no podrá moverse como Mick Jagger. “Pero voy a tratar de hacerlo lo mejor posible”, matiza con humor el vocalista de Congreso frente al desafío inmediato del grupo: su show de este viernes 23 de agosto en el Teatro Caupolicán para celebrar sus 55 años de existencia, antecedido precisamente por una operación a la cadera del cantante por artrosis, lo que lo ha obligado a trasladarse con muletas y a iniciar un intenso trabajo de rehabilitación en los últimos días.
“He aprendido a caminar de nuevo”, sintetiza con cierto alivio.
“Te pegan martillazos, te ponen una prótesis aquí arriba en la pelvis, te ponen unos pernos, también una cuestión de platino para el hueso. Después te enseñan a retomar tus labores habituales. En eso estoy con trabajo de kinesiología”, detalla.
Pero si el músico no puede moverse como Jagger, da un poco igual. Si hay algo que la feligresía de los oriundos de Quilpué ha aprendido durante exactos 55 años es que la agrupación siempre ha estado lejos de replicar los moldes convencionales de la música popular y que su manual se remite más bien a una faena creativa sostenida en la disciplina, la persistencia y el riesgo.
Fue el 24 de agosto de 1969 cuando ofrecieron su primer espectáculo como Congreso en el teatro Valverde de Quilpué -ahora Teatro Municipal Juan Bustos Ramírez-, inaugurando una larga carrera que hoy declara vigencia gracias a dos últimos discos fenomenales (La canción que te debía, de 2017, y Luz de flash, de 2022) y que ha tenido a Sazo en casi todos sus capítulos, salvo cuando a fines de los 70 se fue a estudiar a Bélgica y a principios del decenio posterior fue reemplazado por Joe Vasconcellos. Pese al paréntesis, su voz es inconfundible e integra la huella dactilar de Congreso como institución artística.
“Uno jamás pensaba que se iba a dedicar toda la vida a esto ni que íbamos a durar tanto. En ese primer show en Quilpué ya esbozábamos algunos temas que íbamos a grabar posteriormente. Era como la infancia o la neonatología de un grupo que todavía no ha evolucionado. Uno siempre vive un presente eterno en un grupo musical. Uno cree que todos los días va a hacer lo mismo. Y no es así. Cuando miras para atrás, te das cuenta que 55 años es mucho. Es harto”, reflexiona el también filósofo.
-¿De verdad no esperaba llegar a los cincuenta y tantos años como grupo?
No, yo apenas esperaba llegar a la edad que tengo ahora, que tengo 72.
“Yo era afinadito”
Cuando en 1969 Sazo apenas tenía 17 años, encabezaba como vocalista en su natal Quilpué el grupo Los Sicodélicos, donde cantaba en inglés y reproducía los tics y los modales de las bandas inglesas de moda. Alcanzaron a lanzar esa temporada un disco hoy considerado de culto, Sicodelirium. En la misma ciudad, los hermanos Patricio, Fernando y Sergio “Tilo” González tenían un conjunto bautizado como Los Masters, consagrado a los covers de composiciones instrumentales.
Cuando anhelaban amplificar sus posibilidades y fichar a un cantante, “Tilo” conoció a Sazo y cayó flechado por un inmediato detalle distintivo: “Yo era afinadito para cantar. Por eso me llamaron. Ese era todo el requisito”, rememora Sazo. A partir de esa invitación, nació Congreso.
“Todos los que hacíamos música nos conocíamos en Quilpué. En ese tiempo estaban los carnavales. Yo veía, por ejemplo, al ‘Tilo’ y a sus hermanos con un uniforme rojo tocando en la plaza detrás de la municipalidad. Los miraba y me daba una grata y magnífica envidia. El ‘Tilo’ tocaba la batería y era un espectáculo en sí. Y mira lo que es vida, ahora seguimos compartiendo las tablas”, evoca el intérprete con indisimulada nostalgia. En efecto, junto al baterista Sergio “Tilo” González hoy sigue a bordo de Congreso en una de las duplas de compositores más inquietas, inventivas e imperecederas del cancionero nacional.
“Es una amistad que hemos ido cultivando. No somos de visitarnos todos los días, pero sí somos como hermanos. Son como tipos que van juntos en un larguísimo viaje y que más vale acomodarse y sonreír juntos”, califica hablando en tercera persona.
-¿Cuál ha sido la fórmula para estar juntos tantos años como grupo?
Yo creo que el buen humor. No creerse nada. Saber que uno cumple un papel al interior de un sistema, donde cada uno guarda su especificidad, donde cada uno está al servicio de la música que los compositores plantean y entregan. Segundo, ser disciplinado. Las cosas no vienen porque te las regalaron. Todos los que han pasado por el grupo, y los que están hoy, yo sé cómo trabajan, yo sé cómo estudian, cómo se han pulido y cómo cooperan para que la música suene mejor. En base a eso, te evitas el juego de egos que siempre aparece en los grupos.
-Congreso siempre ha parecido una banda distinta a otras. Pese a eso, ¿igual hay egos fuertes dentro del grupo?
Mira, el ego se sana, como decía mi papá, con agua fría. Siempre hay alguien mejor que uno y siempre hay cosas que a uno lo afectan. Ahora, la gracia es poder convivir, compartir entre todos. Es como una tarea político-amorosa, como debiera ser una comunidad, una familia, un país. Aunque es más complejo, pero en un grupo, se puede. Porque si aparecen los egos, uno empieza a decir: ¿quién es más importante? Aquí hay diversidad, hay muchos que tienen carreras paralelas y está bien conservar esa libertad.
“Nunca hubo drogas”
Aunque suena singular en una agrupación que nunca ha gozado de algo así como un hit masivo o de una rotación radial aplastante, Sazo asegura que han desplegado una fórmula para mantener el ego a raya: que el aplauso del público no sea para Congreso, sino que con Congreso. En rigor, que sea recíproco y compartido.
“El artista es un neurótico, es un tipo que vive de algo tan extraño como el aplauso, que es una histeria que es maravillosa”, empieza su teoría el músico. “Es muy raro, por ejemplo, que aplaudan a un médico después de una operación. Pero nosotros buscamos esa cuestión que es como una droga poderosa. Pero, en nuestro caso, no la buscamos por vanidad, sino que para decir ‘mira, hemos realizado todo este viaje juntos’. Queremos que el aplauso con el público sea un intercambio. Es como hacer el amor. Entregar y recibir”.
-Además que Congreso nunca ha buscado el aplauso fácil.
Nunca en el grupo compositores como el ‘Tilo’ se quedaron en una especie de jaula de lo fácil. Siempre trataron de abrir nuevas puertas y caminos para que el viaje se llevara adelante de la mejor forma. Que el aplauso fuera un reconocimiento mutuo también, nosotros también aplaudiendo a la audiencia. No sabemos cuándo pararemos. Cuando ya no nos dé el cuerpo o pasen cosas mayores habrá que bajarse.
-No han buscado el aplauso fácil, así como tampoco han sido la caricatura de un grupo consumido por peleas o excesos vinculados a las drogas. ¿Cómo se llevan con esos temas?
Que yo sepa, de los viejos y de los nuevos, nunca hubo mucho, ni LSD ni coca, ni nada. Yo no le hice nunca, ni siquiera a la hierba. No me llamaba la atención. Tengo una deformación muy de la izquierda de los 60 y los 70, y creo que todo proceso debe ser consciente, tanto los procesos revolucionarios como los artísticos. Igual, no proclamo la bondad en las drogas ni tampoco lo malo en ellas, me carga ser como el tío abuelo del tema, hay estudios a favor y en contra. Pero a mí nunca me funcionó. Los Beatles hicieron cosas maravillosas con eso. A mí me gusta sentir lucidez y claridad, mariposas en la guata al crear.
-¿Ve a Congreso como “niños buenos” a la hora de acercarse a estos tópicos?
No, niñitos buenos, no. Todo grupo tiene su lado dark. Pero nunca fue manifiesto. También porque siempre hemos bailado con musas menores, no hemos sufrido la ultra fama y todo lo que eso significa, responder a un nivel de presión o locura que nos supere. Entonces, por eso no le hicimos a algunas cosas. Todos nuestros procesos fueron conscientes o de una inconsciencia tolerada.
-¿Nunca han tenido diferencias graves o profundas como banda?
Siempre hay. Esa es la gracia. Eso nos distingue de la Inteligencia Artificial. El error y la diferencia. La duda. Pero el portazo siempre se termina, porque hay que volver. Es como los matrimonios. Tienes que pulir la cosa o se termina acabando definitivamente.
“Te diría que el período más difícil para nosotros como músicos fueron los primeros años de dictadura. Fueron muy pesados. La desconfianza, la autocensura, el vivir en un país sitiado. Pasamos de tener 21 años a ser viejos de inmediato. Fue un hachazo vil, cobarde y homicida”.
-Como compositor en los años de dictadura, ¿se autocensuró mucho?
Claro. Uno escribía muchas cosas que la gente entendía, pero era casi un lenguaje cifrado por el temor de uno mismo y el temor de que otros que nos seguían, que nos iban a ver a los pocos espectáculos a los que podíamos asistir, fueran molestados. Porque siempre te grababan cuando iban a sopletear. Había que hacer una especie de esquí acuático ahí para poder sortear algunas cosas, cambiar algunas palabras, hacer énfasis en otras.
-Antes, en el gobierno de la UP, ustedes lanzan su primer disco, El Congreso, en 1971. ¿Qué vínculos sentían con otros grupos de esa época como Quilapayún o Inti-Illimani?
Fue un período bonito, de una gran amistad entre músicos. Había músicos geniales y, para nosotros que éramos más jóvenes, los veíamos como figuras emblemáticas de la canción. Nos sentíamos parte de los cambios, pero no éramos militantes. Nosotros nunca militamos en algún partido en ese tiempo. Pero éramos de izquierda, digamos, teníamos esa sensibilidad.
-¿Por qué nunca militaron?
Yo creo, primero, de ratones, porque éramos de Quilpué… y segundo, porque queríamos probablemente conservar la posibilidad de hablar con más voces. No tanto del programa, sino que del sentido del programa, aunque adheríamos a él. Éramos muy raros nosotros...
-Quizás querían tener más flexibilidad.
Es muy probable, claro, a lo mejor temíamos depender de otros. Ahora, por suerte, después, a estos amigos nuestros los pilló afuera la cosa, porque si no los habrían asesinado como a Víctor Jara. A los Inti, a los Quila, los pilló afuera, si no los matan acá. Nosotros nos quedamos acá, nunca pensamos en irnos. Éramos muy picantes y además había una necesidad de sostener a las familias, a las madres, qué sé yo. La mayoría se quedó acá.
“Yo cada día me extraño más que todavía tenga voz”
-Con la llegada de la democracia, Congreso conquista un lugar importante en la música nacional, aunque no del todo comercial. ¿Cómo analiza hoy ese espacio que ocuparon?
Nunca lo hemos pensado. Yo creo que lo hemos conversado así como en el pasillo. Pero yo creo que se reconoció que lo que se había hecho, era lo mejor que se podía hacer. Nos dieron un poco más de cabida, pero no significa que entráramos a formar parte de una corte de apitutados. Nosotros seguimos en nuestra parcela y seguimos en el afán de mirar las cosas de repente como una especie de microfísica de nuestro país y de nuestra realidad.
“Es maravilloso lo que piensa alguna gente de nosotros, que somos como una cuna del rock o referentes. Yo creo que en algunas composiciones casi lo logramos”.
-¿Casi?
Casi, porque uno siempre queda corto.
-¿En qué sentido?
Claro, cuando ya termina uno de escribir, o de cantar, o de componer, puede decir “oye, está cuestión estuvo más o menos no más”. Siempre encontramos “bueno” lo que hacíamos, pero siempre el horizonte se aleja de lo que podríamos llamar “la perfección”. La perfección la tiene, no sé, Bach, Lucho Barrios, la Violeta, esa es perfección. Nosotros somos aspirantes. Aspirantes a eso.
“Siempre lo consideré así. Todavía sigo aprendiendo, soy el más despelotado de todos los integrantes de Congreso. Estoy absolutamente satisfecho, me gusta lo que hago, pero tampoco puedo decir ‘oye, esta cuestión es sublime’. Lo tiene que definir otro. Yo cada día me extraño más que todavía tenga voz. No sé si es una condición natural, pero a veces subo de octava, pego unos gritos que me llego a asustar yo mismo, pero hay algo ahí, no sé. En el grupo he tenido que aprender a colocar una voz, porque yo no seguí estudios de canto ni mucho menos. Debí haberlo hecho”.
-Ha dicho que todavía le sorprende tener voz. ¿Esa sensación la tiene desde hace mucho tiempo?
No, siempre me ha pasado. Es un regalo que hasta ahora ha dado ciertos frutos, pero me maravilla poder hacerlo. Uno siempre tiene que entrar inseguro a un recital, a un concierto, a un disco. Siempre inseguro, porque si uno se siente seguro, empieza a creerse ya el cuento. Hay que tener ese miedo en la panza, mariposeo entre los pulmones y la faringe.
-¿Le da temor el avance de los años?
No, es un proceso natural y maravilloso también. Hay cosas que uno quisiera conservar y guardar, pero no, nosotros los seres humanos debemos acostumbrarnos a que nos despojen; los dientes se empiecen a caer, también otras cosas. Eso le da humanidad a los seres humanos. Está también el fenómeno de la muerte, que también es un fenómeno maravilloso.
-¿Por qué maravilloso?
Porque te hace menos soberbio. Lo maravilloso del paso de los años es ver crecer a la gente que uno quiere, y de repente que se te humedezcan el corazón y los ojos porque siguen sus propios caminos y uno pasa lentamente a lo que significa la penumbra.
-¿Le teme a la muerte?
Cuando llegue, como decía Nicanor Parra, “ven para acá muerte lacha, para echarte una…”.
*Las entradas para el show de Congreso en el Teatro Caupolicán se pueden conseguir por Puntoticket. Un día después, el 24 de agosto, la banda dará un espectáculo en el Teatro Municipal de Quilpué, justo cuando se cumplen 55 años de su primer recital en el mismo sitio (entradas en Passline).