Durante los 80, en las páginas de la revista APSI, solían aparecer las entrevistas y crónicas de una interesante periodista. Claudia Donoso, rubricaba. Sobrina del escritor José Donoso, también tomó las banderas de la escritura en medios, y la mirada no podía ser otra que la de ubicarse en la cultura. Pero sobre todo el del submundo de la cultura, el underground santiaguino marcado por el toque de queda y el enfoque crítico, que vio a una generación brillante de artistas y escritores. “Yo solo era una intérprete tal vez calificada de lo que decían”, reconoció años más tarde.
Donoso trabajó en APSI entre 1985 y 1988 como periodista de la planta, y luego, hasta 1991 como colaboradora esporádica. Hoy, parte de ese ingente material se reunió en el volumen Perros mojados, que publica Ediciones UDP, donde recopila tanto entrevistas como reportajes.
En esas páginas, por ejemplo, se reproduce una entrevista a la escritora Diamela Eltit, una puntal de la literatura de esos años, a propósito de su segundo libro, Por la patria (1986), el sucesor del clásico Lumpérica (1983). Eltit le dijo: “Todo libro es parte de una biografía. Yo no viví en campamentos ni en barrios de extrema pobreza, pero sí provengo de barrios pobretones. Se trata de espacios agarrotados y promiscuos, y yo me formé en esa realidad con todos estos estímulos, lo que me ha permitido tener una mirada compleja sobre eso en el sentido de no verlo como algo dramático o romántico”.
“En esos barrios es mucho más posible percibir las aristas, porque no hay una propiedad privada tan clara como en otras clases sociales. Hay una cosa colectiva que hace que uno pueda saber mucho del otro. La pulsión sexual es muy fuerte ahí. Cualquier barriante te puede contar todo lo que pasa a tres cuadras a la redonda y ni siquiera es necesario que alguien te lo cuente. Desde ese punto de vista, entonces, a mí me quedó muy clara la tremenda potencia que puede adquirir el deseo. La precariedad te hace tener deseos mayores, porque justamente estás muy lejos de poder satisfacerlos”.
También habló con el escritor Mauricio Wacquez, uno de los autores chilenos poco conocidos a nivel masivo, pero muy relevante para el mundo literario. En sus relatos, los temas giran alrededor del poder y la sexualidad, siendo la posesión un tópico muy particular. Él lo comenta así: “Tengo la impresión de que el poder tiende al avasallamiento, tal como una célula tiende a comerse a otra célula. Me interesa la cabeza de los poderosos, la cabeza de la ambición, porque, para mantenerse, la cosa viva tiene que meterse en una estructura de poder, y ese es un hecho biológico que pasa por la violencia, por matar al otro”.
También se refirió a la literatura. “No creo en las literaturas nacionales, así como creo que los géneros son inventos de los editores. Yo tiendo más hacia una lengua franca y me importa el respeto de unas pocas personas a las que yo también respeto. No tengo la sensación del fracaso. La obsesión por ganarse un premio no me asiste...los bestsellers no sirven sino para hacerte vivir espléndidamente (y envidio de todo corazón esas cuentas corrientes) pero ese tipo de literatura me aburre soberanamente. Mi chilenidad es de una especie muy crítica”.
En el libro también se rescatan entrevistas enfocadas en las Artes visuales, como al pintor Guillermo Núñez. “Nunca quise vender (mis cuadros) porque siempre dije que pertenecían al pueblo de Chile, cosa que ahora me parece pretenciosa pero que era la manera para mí de sentirme tranquilo. Quise y sigo queriendo que mi obra no sea un mero objeto decorativo, sino parte de un patrimonio de muchos. No he querido ser un pintor a secas y hacer negocio”.
“Los voy a seguir guardando (los cuadros) y siguen perteneciendo a los chilenos. Ya no hablo del pueblo de Chile, pero seguramente irán a parar a algún museo al que yo se los regalaré alguna vez en mi vida. Tenía muchas ganas de entregárselos todos a la población La Victoria, como un símbolo. Ya entregué algunos. También había algunos en la población La Legua. Fueron destruidos, baleados”.
En el volumen también podemos escuchar la voz de Cecilia Vicuña. “Antes de saber escribir yo inventaba palabras, y como a los nueve años escribí mi primer relato, un cuento sobre la luz que le caía a un perro sobre el pelo. Había una búsqueda de otras percepciones y otras plenitudes que no tenían que ver con las expresiones de la cultura occidental, judeocristiana, sino más bien con las culturas arcaicas de América y Asia. Descubrir la poesía guaraní fue una clave importante...Desde muy chica tuve la convicción de que había formas de sociedad mejores que la que nos había tocado vivir. Me ponía plumas en la cabeza y organizaba rebeliones en mi barrio”.
“La primera vez que hice arte precario fue en 1966. Sentí la necesidad inexplicable de construir una especie de ciudad con los huesos y las basuras de la playa. Después me di cuenta de que esa acción correspondía a una forma de pensamiento antigua en la cual estaba implícita la dea de ofrenda”.
Otros nombres entrevistados en el volumen son Eugenio Dittborn, Carlos Leppe, Nelly Richard, Pablo Oyarzún, o Isidora Aguirre.