A la hora de nombrar a los gigantes de la poesía chilena, la cabeza suele apuntar casi automáticamente a los dos Premios Nobel de Literatura de nuestro país: Gabriela Mistral y Pablo Neruda, pero a continuación están otros igual de colosales: Nicanor Parra, Raúl Zurita, Pablo de Rokha, Enrique Lihn y Gonzalo Millán Arrate. Fue en la Universidad de Concepción donde comenzó a forjarse como escritor, sobre todo con su vinculación con el grupo Arúspice, con otros nombres como Waldo Rojas o Floridor Pérez. Por esos años, en la década del 60, los grupos literarios eran una instancia importante en la literatura nacional. Aunque él mismo se consideraba un caso especial.
“Mi caso es un poco especial, porque soy el último, el Benjamín de un grupo reunido en torno a Trilce, a Arúspice, y por el hecho de ser más joven también participé de una generación posterior, por lo cual se me señala como nexo entre esas dos generaciones”, dijo al Diario El Sur, en mayo de 1984. Aunque en la citada entrevista con El Mercurio, de 1995 agregó: “Me defino más bien como un solista que ha tocado en muchas orquestas; no me quiero identificar solo con una”.
Nacido en Santiago, fue representante de la llamada Generación de los 60, y su obra suele circular poco en librerías, no es tan fácil pillar un libro suyo. Sin embargo, una reciente antología, La Ciudad y otros poemas. Selección antológica (LOM), acaba de volver a poner en el tapete la obra del notable poeta chileno. Su obra cumbre es La ciudad (1979), escrito en el exilio en Quebec, Canada. Un poemario que aborda la pena y el dolor del destierro, de los sueños que se acabaron. Fue el poeta Naín Nómez, quien se ocupó de editar y prologar este volumen.
“La Antología se gestó hace un par de años y la demora se debió a que no tuve tiempo antes para hacer el prólogo -cuenta Nómez a Culto-. El material ya estaba digitalizado. La razón fundamental se debe a que sentí que tenía una deuda con Gonzalo. Estuvimos ambos exiliados en Canadá y convivimos mucho tiempo con nuestras familias, además de desarrollar una intensa labor cultural allí. Junto con Gonzalo, dos miembros màs de la Escuela de Santiago (Jorge Etcheverry y Erik Martìnez), Manuel Jofrè y José Leandro Urbina, creamos la Editorial Cordillera donde publicamos varios libros de poesía, incluyendo mi primer libro Historias del reino vigilado, una antología que cubría 17 años. Además hicimos lecturas poéticas en Montreal, Toronto y Ottawa, publicamos revistas y nos reuníamos a comentar nuestros propios libros. Gonzalo fue un actor fundamental en ese exilio. Me contacté con su hija Sol a quien conocía de esos tiempos y solicité el permiso. Creo que fue un deber cumplido”.
La poesía de Millán es muy rica, y Nómez la define así: “Millán es uno de los poetas fundamentales de la promoción de los años sesenta en Chile y más aun, añadiría que es el más importante, junto con Oscar Hahn, especialmente por la textura objetual de sus poemas, su intento de obviar la relación entre la escritura y la metáfora, su conexión con la visualidad en sus diferentes formatos y formas y con otros medios artísticos como son la música, la autobiografía, el diario de vida, la pintura, la poesía gráfica o la historieta. Lo más importante es la manera como su escritura se fija más en los significantes que en los significados, lo que conlleva un lenguaje donde los objetos se antropomorfizan y los seres humanos se hacen objetos o se animalizan. Pareciera así que en su poesía nada sobrara y que las palabras se relacionaran exactamente con lo que se quiere decir. En ese sentido, Millán es un poeta único y original dentro de la poesía de su tiempo y más allá aun”.
La Ciudad es incluido de manera íntegra en este volumen. Se trata de un ineludible de la poesía chilena. Un poema largo desgarrador sobre el exilio, que es estremecedor. De hecho, En YouTube, se puede encontrar un video de Millán leyendo él mismo el poema 48 de La Ciudad. Simplemente un imperdible.
Nómez profundiza sobre La Ciudad: “No sé si es el más importante, pero es el de más largo aliento. En general los poemas de Millán no pasan de una página y a veces se sintetizan en cuatro versos. Es un poeta que aprieta mucho lo que quiere decir. En cambio este poema es una especie de antiépica. Como él mismo señala, lo trabajó desde comienzos de los años setenta, es decir, antes de salir al exilio. Pero el contexto canadiense y la enseñanza de la lengua lo llevó a realizar las variaciones de enunciados que marcan el tono del poema. Por su extensión, su temática, la complejidad de su construcción y la relación que tiene con los medios audiovisuales, el cine, la realidad chilena y canadiense del momento, etc., es un poema único. Millán, por un lado, ratifica su periplo creativo con este poema, y por otro lado, hace una critica feroz a la situación de Chile bajo la dictadura sin dejar de lado su propia situación de sujeto en el exilio”.
El volumen también incluye poemas de Relación personal, Ouróboros, Vida, Seudónimos de la muerte, Virus, Claroscuro y Autorretrato de memoria.
Como decía más arriba, Nómez pudo conocer a Millán, y nos comparte una descripción del poeta en lo humano: “Creo que Gonzalo era muy buen amigo y a veces tenía una calidez humana que asombraba. Él fue el único presentador de mi segundo libro de poemas en 1986 en la Sociedad de Escritores de Chile, ambos ya de vuelta en el país. Cuando él estaba trabajando en la universidad en Fredericton, New Brunswick en Canadá, fuimos a verlo desde Toronto un fin de semana con lluvia y tormenta (más de 12 horas en auto) y vivimos unos días maravillosos. Pero también tenía un mal genio a veces insoportable y con algunas copas costaba que se tranquilizara. Así que de dulce y de agraz. Todo ello era finalmente superado por su creatividad poética y sus opiniones críticas suspicaces, irónicas y siempre cariñosas”.