Pasaron exactamente 73 años. Desde que Gabriela Mistral obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1951, ninguna otra mujer poeta había obtenido el galardón, hasta ahora. El maleficio lo rompió esta mañana Rosa María Teresa Adriasola Olave, mejor conocida por su seudónimo Elvira Hernández (73). La oriunda de Lebu se convierte así en la segunda mujer poeta ganadora del Premio Nacional, saldando una deuda histórica del Premio con las poetas (poetas, no poetisas, término que ya no se ocupa en el campo literario).
A la hora de premiarla, el jurado destacó: “La escritura de Elvira Hernández (Rosa María Teresa Adriasola Olave) es clave desde las últimas décadas del siglo XX y las primeras del actual. Desde el lenguaje escudriña las formas de percepción, las preocupaciones y las vicisitudes que se viven colectiva e individualmente en procesos sociales duros y complejos. Su mirada, atenta y reflexiva se realiza desde la perspectiva de la mujer y de quienes son marginados o acallados”.
En el listado previo de los 20 postulantes, Hernández ocupaba un lugar clave. La autora de Carta de viaje (1989) y La bandera de Chile (1991) fue respaldada por Editorial Alquimia y por la Universidad Católica de Valparaíso. Viendo la composición del jurado, con 5 mujeres y 2 hombres, todo indicaba que el galardón sería obtenido por una poeta. Esto, haciendo gala de una ley no escrita en el premio, que alterna un narrador y un poeta, de forma bianual.
Al momento de recibir el Premio, en la Biblioteca Nacional, se mostró sumamente emocionada. ““Buen día para mí”, bromeó, y dijo: “Pertenezco a una generación que se forjó en la época de la dictadura y en ese periodo la poesía se fortaleció. Fuimos una palabra coral que creo que habría que examinar porque es parte de la historia. Quiero agradecer también a quienes me postularon, a mis editores y sobre todo a mis lectores, que son quienes tienen la última palabra cuando se ha escrito algo. Ellos son los que le dan vida. Las obras permanecen vivas en la medida que se leen, así que yo agradezco profundamente este galardón porque es un honor para mí”.
Incluso, recibió el llamado de felicitaciones del mismísimo presidente Gabriel Boric, quien le dijo: “Elvira querida, mis respetos y no te imaginas la alegría que me da este premio que te tienes tan merecido. Son, desgraciada e injustamente, tan pocas las mujeres que han sido premiadas y tu obra resalta entre tantos. Te leo hace mucho tiempo. Tuve la oportunidad de presentar un libro contigo hace varios años y no te imaginas la alegría que me da que hayas sido tú finalmente la premiada. Felicitaciones, que tu poesía llegue a todos los rincones de Chile y que la poesía siga haciendo vida”. El mandatario le destacó su poema Aves de paso, el cual mencionó en la Cuenta Pública del 2022, y dice: “Aves de paso / Sí. Eso somos/ Pero nos hemos acostumbrado / a comportarnos como monumentos / Y así nos va”. El libro donde se encuentra es Pájaros desde mi ventana, publicado por Alquimia Ediciones en 2018, y que recibió el Premio Círculo Críticos de Arte 2018.
Hernández es uno de los nombres más notables de la poesía chilena. Fue parte de la generosa generación de escritores que surgió en los 80, junto a Malú Urriola, Carmen Berenguer, Raúl Zurita, Rodrigo Lira, Diego Maquieira. Y su obra se ha mantenido aún vigente. De hecho, sus libros han seguido circulando por diversas editoriales.
Uno de sus editores es el poeta Guido Arroyo, quien ha editado cerca de 8 libros de la autora. “No sería descabellado pensar la escritura de Elvira Hernández como el plano de una ciudad imposible. Sus libros, orgánicos en sus tramas y texturas, serían bocetos urbanos marcados por la extrañeza, porque en aquella ciudad habría más desvíos y barricadas que parques para el paseo de mascotas. En medio de esa metrópoli apocalíptica emergería la caminante solitaria, la propia autora, que no cesa de merodear cada rincón y que registra todo con el músculo del ojo: ‘una lengua elongada’. Tal como dicen los versos del primer poema de Santiago Waria: ‘Anda sola/ mira para atrás/ solo tú quedas/ en el camino// Anda Sola Teresa vieja’”, dice a Culto.
El editor Vicente Undurraga también ha trabajado con ella, y consultado por Culto indica: “Si Gabriela Mistral hizo brotar desde la tierra y la gente una palabra inmensa, Elvira Hernández lleva de vuelta a la tierra y a la gente esa palabra reinventada. Nos lee a nosotros desde mucho antes que nosotros a ella. Como decía Tsvetáieva, refleja nuestro tiempo no como espejo sino como escudo”.
Arroyo también piensa en la obra de Elvira Hernández incluso desde su mismo seudónimo: “Otra capa de lectura para esos versos emerge al conocer el nombre civil de Elvira Hernández: Rosa María Teresa Adriasola. La que anda sola entonces es el anverso biográfico de la autora: Teresa la vieja. A diferencia de la totémica tradición chilena, donde los seudónimos o heterónimos son elegidos para borrar nombres propios con poco pedigrí o mala prosodia (Neftalí Reyes: Pablo Neruda; Lucila Godoy: Gabriela Mistral), en el caso de Elvira sucede todo lo contrario. El seudónimo o heterónimo elegido es un nombre excesivamente común en Chile. No suscita atención ni interés particular, no es elegido con afán arribista o como una fórmula de borrar un pasado biográfico precario, sino al revés: subraya lo importante que significa escribir poesía desde la esfera común”.
Uno de sus poemas insignes, y que fue reeditado hace poco con Cuneta es La Bandera de Chile. Escrito en 1981, circuló de manera clandestina y subterránea durante los años del régimen militar. Solo se publicó en formato libro en 1991, en Buenos Aires, en algo que ha caracterizado su trabajo: una constante dispersión editorial, como si la poesía fueran cartas al azar. En ese volumen hizo una lúcida reflexión sobre el emblema patrio:
“La Bandera de Chile no dice nada sobre sí misma / se lee en su espejo de bolsillo redondo / espejea retardada en el tiempo como un eco / hay muchos vidrios rotos/ trizados como las líneas de una mano abierta / se lee en busca de piedras para sus ganas”, dice en uno de sus versos más recordados.
También Cuaderno de deportes (2010), es otro de sus libros destacados, y que tuvo una reedición en 2021 vía Provincianos Editores. Aunque quizás su emotivo poema En la raíz de todo está mi madre, es su lugar más referencial. “En la raíz de todo está mi madre / como un manto de tejido bajo tierra / un sombrío huerto de hierbajos tósigos / un vuelo de mariposillas terrosas / Los años han contribuido a su alacrán / círculos que ciñen mis días / a sus caricias púas y cruces / rastrillándome el cerebro”.
Fue candidata al Premio Nacional de Literatura 2020, junto a la fallecida Carmen Berenguer y Rosabetty Muñoz (quien se repetía la candidatura este año), sin embargo, esa vez el galardón recayó en Elicura Chihuailaf. Al respecto, hizo una reflexión en charla con Culto: “Ese es un premio político. Si lo hubiese ganado una mujer también habría sido político, porque los contextos pesan en estos casos, ¿no? La palabra política no tiene que ser entendida como algo peyorativo, que menoscaba la calidad literaria, sino que tiene que ser entendida como un ingrediente más, importante, al momento de decidir. Creo que un poeta mapuche, en un momento en que la poesía mapuche es importante, no puede dejar de valorarse”.
Otros de sus libros esenciales los menciona Guido Arroyo: “Para mí sus libros esenciales son los más excéntricos y subrepticios. Los menos estridentes. Los que pasan desapercibidos baja la siempre asfixiante bandera de Chile. Las claves de su escritura, creo, transcurren en sus libros más andariegos como Santiago Waria y más temáticos filudos como Pájaros desde mi ventana. Luego están algunas de sus obras que son verdaderas gemas, algo complejas para una lectura rápida, por la cantidad de claves internas como lo son: Carta de viaje, ¡Arre!, Halley, ¡Arre! y El orden de los días. De todas formas su obra posee múltiples entradas y carece de sistema. Elvira ha publicado libros muchísimos años después de escribirlos, y otros justo recién de terminados. Y posee, además, muchísima obra inédita. Su trazado poético se ve cruzado por las circunstancias y el azar. Y ese gesto es, en parte, una cualidad crucial de su obra, que evita hacer cálculos para obtener premios. Y bueno, así le va”.
Hernández recibe un diploma, una suma que se reajusta anualmente desde 1993 (de acuerdo a variación IPC del año calendario anterior) y que este año supera los 23 millones de pesos; y una pensión vitalicia mensual equivalente a 20 unidades tributarias mensuales (UTM).