2 de mayo de 1933. Una fecha que parece sumergida en lo más pretérito del siglo XX –aún ni siquiera sucedía la Segunda Guerra Mundial-, pero que marca un hito para la cultura chilena: ese día nació en Santiago –en la calle Gálvez 1147, al llegar a Coquimbo- Valentín Trujillo Sánchez, el pianista después conocido por las masas como “tío Valentín”. O también “maestro Valentín”.
Por lo mismo, el músico es un testigo en primera fila de nuestra era. Ha crecido junto a la evolución del país, y su propia existencia y carrera han ido retratando los giros drásticos de la nación en las últimas décadas. Hijo de un minero y de una profesora de Enseñanza Básica, a los cuatro años aprendió a tocar piano de forma autodidacta. En 1940, a los siete, ingresó a estudiar música, armonía y composición en el Conservatorio Nacional de Música en Santiago, donde se mantuvo hasta 1952.
Pero antes, en 1942, cuando seguía siendo un niño y sólo tenía nueve, lo ficharon como parte de las orquestas de radio Cooperativa, Pacífico y Corporación. Y poco después, en 1945, compuso el primer tema local de jazz, cuando quizás esa palabra ni siquiera era muy habitual en la escena: A lo Shearing.
“Empecé desde chico a tocar en bailes y en otros festejos, en los actos de la escuela primaria, después en los conjuntos del liceo”, comentaba en el libro biográfico Valentín Trujillo: Una vida en la música.
Todo aquello fue tan sólo un preámbulo de un talento volcánico y precoz que hoy tiene 91 años y que acaba de recibir el mayor reconocimiento de su trayectoria: el Premio Nacional de Música 2024, entregado por el Ministerio de las Culturas.
Se trató de una larga cruzada que para muchos colegas nacionales semejó un acto de justicia -y una deuda pendiente- con una de las mayores figuras de la escena criolla.
Por Víctor Jara
Pero también hay otra forma de descubrir al “tío Valentín”. Se trata efectivamente del libro Una vida en la música, editado en 2013 y escrito por Darío Oses. Ahí el artista repasa en primera persona su vida y su carrera, desplegando una memoria soberbia para recordar detalles y narrar anécdotas, fruto por lo demás de entrevistas realizadas en un período de dos años y medio.
Ahí habla de su fascinación por George Gershwin y Pablo Neruda, su labor sindical y su sensibilidad social. Afirma, por ejemplo, que la más grande cantante del país fue Rosita Serrano, que alcanzó fama en la Alemania nazi. “Fue una estrella mundial. Disputaba los primeros lugares de popularidad con Zara Leander y Marlene Dietrich, pero era más bonita. Es lo mejor que ha dado nuestro país. Pero después de que terminó su época de gloria en Alemania fue desapareciendo”.
También hay un episodio para lo vivido en el Golpe de Estado de 1973: Trujillo ya era una figura célebre de los medios, había grabado como parte de álbumes tanto de Cecilia como Los Huasos Quincheros –demostrando desde siempre su transversalidad, una de sus etiquetas artísticas-, había trabajado en la campaña de Salvador Allende y exhibía figuración televisiva en el programa Pin Pon, junto al actor Jorge Guerra en TVN.
En ese estatus lo encontró el 11 de septiembre de 1973. “El 11 de septiembre de 1973 me sentí absolutamente abrumado, aunque convencido de que lo que estaba pasando no podía durar más de 24 horas. Creí que como el ‘tanquetazo’, que había ocurrido pocos meses antes, el golpe iba a ser controlado y todo volvería pronto a la normalidad. Incluso le di crédito a rumores como ese según el cual el general Prats venía desde el sur, a la cabeza de un ejército para ponerle fin al golpe y restaurar la democracia”.
El eterno compañero de Don Francisco dice que, de forma repentina, esas ilusiones se fueron desvaneciendo.
“Cuando me llegó la noticia de la muerte de Víctor Jara me di cuenta de que la mano venía muy fuerte y acudí a algunos amigos que me escondieron por varios días”.
Ahí acota que “estuve escondido 17 días”, hasta que el músico Arturo Giolito, “que tenía una posición política muy distinta a la mía”, agrega, fue a decirle por encargo de Benjamín Mackenna, secretario de Cultura de la Junta Militar y líder de Los Huasos Quincheros, que no tenían nada contra él. “Que podía salir y circular libremente y sin temor”, rememora.
Después continúa: “A todo esto yo había dejado de ir al canal, convencido de que estaba despedido. Empecé a recorrer las calles Moneda, San Antonio, Mac Iver, para que todo el mundo me viera y demostrar que no estaba enfermo. Como a los tres meses de ese vagabundeo, me tocaron la bocina. Era Mario Luis Kreutzberger. Me preguntó cómo estaba”.
Trujillo ha dicho en reiteradas ocasiones que ese encuentro cambió su vida. Kreutzberger le ofreció reintegrarse a Canal 13 bajo una frase clave: “Yo he hablado y todo el mundo está de acuerdo en que no hay nada contra ti”.
Al otro día llegó a la estación y, tras hablar con el director artístico Willy Bascuñán, pasó a formar parte de Sábados Gigantes, espacio que en el decenio posterior viviría su era de mayor gloria.
“Eso no significaba que hubiera vuelto la normalidad a mi vida”, ataja el instrumentista en su libro. “Me pareció muy triste la desaparición de algunos amigos y que otros hubieran sido tratados en la forma más horrorosa a la que puede llegar un ser humano, y ver cosas que nunca creímos que iban a ocurrir en nuestro país. Es que estábamos convencidos de que nuestros soldados eran muy distintos a los del Caribe y América Central, a los Somoza y a los Trujillo, me refiero a Rafael Leonidas, el dictador dominicano que por suerte no es pariente mío. Y qué equivocado estaba. Estos de acá eran aún peores”.
El intérprete insiste en que, pese a encontrar trabajo en plenos días de dictadura, su vida seguía cuesta arriba. “En los 17 años de gobierno militar no pude grabar un solo disco. Me cortaron toda una carrera, porque prácticamente el 50% de las grabaciones de la vieja y de la nueva ola las hice yo. Pero ahora último me he desquitado, grabando mucho. De todo ese tiempo queda un dolor que no cicatriza. Es como la esperanza de que lo que ocurrió en esos años nunca más va a pasar. Pero yo pienso que en cualquier momento pueden volver a hacer lo que hicieron”.
Ya sobre el final de la dictadura, Trujillo recuerda su experiencia en la franja televisiva del No. “Eso tuvo un costo, pero yo ya lo estaba pagando”, admite. Eso sí, recula: “Después, para la película No, ni me inflaron”.
El libro de memorias Valentín Trujillo: Una vida en la música se puede adquirir en distintas tiendas del país.