Columna de Héctor Soto: Las máscaras del yo

Contador
El Contador de Cartas de Paul Schrader.


Optimismo puro. Michael Kempe, filósofo e historiador alemán especialista en Gottfried Leibniz, rescata en su ensayo El mejor de los mundos posibles (Taurus, 2024) la figura del gran metafísico, científico, inventor y diplomático que nació a mediados del siglo XVII y murió 70 años después, en 1716. El libro lleva como subtítulo “Los siete días que cambiaron la vida de Leibniz”, jornadas que corresponden, a grandes rasgos, a los distintos ámbitos del conocimiento a los cuales proyectó su extraordinario intelecto. A Leibniz le tocó una Europa todavía muy golpeada por lo que había sido la Guerra de los Treinta Años. A pesar de su sólida formación académica, las universidades se lo perdieron y vivió la mayor parte de su vida a la sombra de aristócratas que gobernaban los antiguos principados y ducados alemanes, aunque sin hipotecar jamás su independencia ni libertad de desplazamiento. Porque estuvo moviéndose siempre entre una ciudad y otra: Hannover, Leipzig, Maguncia, Viena, París, Londres. Planteándose permanentemente temas nuevos: metafísica, lingüística, lógica, teología, matemáticas, geología, derecho, humanidades, meteorología… Dicen que fue el último cerebro en el cual cupo la totalidad del saber de su tiempo. Nada le fue ajeno. Entre otras cosas, llegó al cálculo infinitesimal a la par que Newton y fue quien construyó la primera calculadora mecánica. Por supuesto vivió pensando, escribiendo libros y redactando y recibiendo una tal cantidad de cartas, con una tal diversidad de corresponsales en toda Europa, que hoy no cabe en la cabeza imaginar cómo pudo hacerlo con tanta intensidad y en esa época. Tal vez el rasgo más disruptivo de Leibniz sea el optimismo de su filosofía y de su actitud ante la vida, incluso en los momentos en que las cosas no se le daban como quería. Es un rasgo provocativo en tiempos tan inciertos y pesimistas como los actuales. Leibniz estaba convencido de que Dios había creado el mejor de los mundos posibles -de lo contrario, se negaba la perfección del Creador- y que era responsabilidad del hombre perfeccionarlo abriendo posibilidades y alternativas a partir aun de las contrariedades o reveses. Estos pasos regresivos no eran otra cosa que un incentivo para abrir nuevos cursos de progreso. Voltaire se rio a gritos en Cándido de esta ingenuidad, y lo atacó donde pudo, pero lo cierto es que el planteo de Leibniz era menos bobo de lo que suponía la mala fe del enciclopedista. Diderot, en cambio, lo adoraba, a pesar de no suscribir muchos de sus argumentos. ¿Funciona este ensayo? Sí, es interesante. Eso de los siete días decisivos está obviamente un poco forzado. Donde queda un vacío, eso sí, es en el lado emocional del personaje. ¿Qué sentimientos lo animaban? ¿Fue feliz, amó, fue amado o toda su vida se consumó en las puras bibliotecas? Estas preguntas también definen a las personas.

Al alza. Historia de un sujeto que está huyendo de un pasado de horror, y que por eso se ha refugiado en las turbiedades de los casinos repartidos por todos los Estados Unidos, El contador de cartas es una película de Paul Schrader (guionista de Taxi Driver y Toro salvaje) que está listada en Netflix. Más allá de tener un protagonista traumado por las infamias ocurridas en la prisión de Abu Ghraib durante la guerra de Irak, nada en esta cinta austera e interior soporta mucho la lógica de la realidad. Ni la relación que él establece con un chico empeñado en la venganza ni la que genera con una mujer que financiará sus destrezas en las mesas de póquer soportan la prueba de la verosimilitud. Es lo de menos, porque el core de este cuento moral se juega en los ambientes, en las anomalías, en la ansiedad de las salas de juego, en la soledad del protagonista y en la patética contención que le imprime el trabajo de Oscar Isaac. Como ocurre siempre en el cine de Schrader, que actualmente ya ronda los 78 años, esta es una película sobre la redención, sobre la posibilidad de superar el pasado o de ser devorado por el infierno, por mucho que lo rehuyamos. El realizador vuelve a citar el cine de Bresson. Solemne dentro de su despojo, conmovedora en su libertad expresiva, soberbia en la banda musical y difícil de seguir para quienes solo busquen una “película de acción”, esta realización, que integra una trilogía junto a First Reformed y El maestro jardinero, es parte de la notable recuperación que ha tenido el cine Schrader luego de un largo período de extravío. Espléndida.

Donoso y los otros. A propósito del libro de cartas entre José donoso y Carlos Fuentes publicado recientemente por Alfaguara (Correspondencia, 2024), es interesante la opinión que tiene Pilar Donoso, la señora de Pepe, sobre el autor de La muerte de Artemio Cruz: “Carlos Fuentes, el que conocí primero en aquel Congreso de Escritores de Concepción, es el que más quiero. No olvidaré nunca que fue él quien le dio la primera mano a Pepe. Le dio el respaldo más importante: el que quiebra barreras”. De Vargas Llosa dice que es cordial, amable y asequible en sus contactos con el mundo, pero ella cree que mantiene una barrera interior donde nadie lo alcanza. De García Márquez dice que es, si no el más complejo, sin duda el más difícil desde un punto de vista de contacto humano. Y reconoce que Cortázar es el que ella menos conoce y el que más la desconcierta.

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