La firmas se estamparon en la profundidad de las últimas noches invernales de 1924. A las 1.30 de la madrugada del jueves 11 de septiembre de 1924, tres altos oficiales, el general Luis Altamirano, el almirante Francisco Nef, y el general Juan Pablo Bennett, firmaron un decreto concretando un anhelo que tanto deseaban. Al mando efectivo del país, tras la salida autorizada del país del Presidente Arturo Alessandri Palma -el día anterior- nada les impedía concretar su programa de cambios.
En el acta, publicada ese mismo día en El Diario Ilustrado, los uniformados planteaban: “Teniendo presente que en momentos de crisis tan profunda y de hechos tan trascendentales para la vida cívica de la nación se requiere acudir a la expresión de la voluntad popular”, y acto seguido, acusaron que las últimas elecciones parlamentarias “se realizaron en forma que no se puede considerar que reflejaron la verdadera expresión de la voluntad popular”. Por ello, y sin rodeos, decidieron: “Declárese disuelto el Congreso Nacional”.
En realidad, lo de las elecciones era una excusa, puesto que los militares -alzados desde el “Ruido de sables” del 3 de septiembre de 1924- tenían como uno de sus objetivos cerrar el Congreso. En su afán de “limpiar” el sistema político chileno, veían al Parlamento como un obstáculo. De hecho, eso fue lo que gatilló la renuncia de Alessandri el 8 de septiembre. A las 5 de la tarde de ese día, después de haber recibido la noticia de la aprobación de un paquete de leyes sociales impulsado por los militares, un inquietante rumor llegó a La Moneda.
“Llegó alguien a decirme que en las pizarras de los diarios se publicaba un aviso del Comité Militar en el cual se manifestaba que no se disolvía y que continuaría funcionando hasta terminar la depuración política y administrativa del país”. Descreído, el “León” mandó a su secretario a comprobar si eso era efectivo. El hombre volvió al rato, y le trajo noticias aún peores. “En los corrillos militares se insistia en que se pediría al Presidente la disolución del Congreso, actitud que jamás yo asumiría por no vioIar la Constitución”. En el acto, Alessandri miró al ministro Emilio Bello, quien lo acompañaba, y le dijo: “Esto se acabó”.
Con el cierre del Congreso, la junta militar que asumió tras la salida de Alessandri quedó de facto a cargo del país. Eso sí, la idea planteada en su decreto era que el ministerio del Interior estudiara la convocatoria a nuevas elecciones pero sin precisar fecha. Era una intentona de salida a una profunda crisis social y política que estaba haciendo estragos el ya gastado sistema Parlamentario.
En otro escrito titulado “Al País”, también publicado en El Diario Ilustrado, los militares ahondaban en sus razones: “Llamados a tomar la dirección de los negocios públicos hemos debido considerar que para realizar la tarea de reconstitución de la normalidad y para llevar a cabo las medidas de reorganización necesarias y preparatorias para la elección de nuevos mandatos constitucionales, procedía apelar a la nación y consultar su voluntad. A ese objeto ha sido de imperiosa necesidad la disolución del Congreso Nacional”.
Un punto llamativo es la ausencia de los altos mandos de Carabineros y de la Fuerza Aérea en la Junta. Pero la explicación a eso es muy simple: ambas instituciones todavía no existían. Carabineros, como la policía uniformada que conocemos en la actualidad, surgió en 1927, y la Fuerza Aérea de Chile, en 1930.
Altamirano, era el Inspector General del Ejército, la más alta autoridad de la Institución. “No existía el cargo de comandante en jefe, eso es una creación posterior”, explica el historiador René Millar Carvacho. Este jefe había hecho una carrera particular, al sumarse a la institución durante la guerra civil de 1891, por el bando congresista. Allí comenzó a escalar. “Altamirano nunca gozó de mucho prestigio en los mandos intermedios e inferiores, que tenían una escuela profesional muy estricta, muy rigurosa”, añade el historiador.
¿Y dónde estaba el “León”?
A las 7 de la tarde del 10 de septiembre, Arturo Alessandri tomó el ferrocarril trasandino en la Estación Mapocho, con rumbo a Buenos Aires. Así, iniciaba un autoexilio mediante la autorización que le dio el Congreso para ausentarse del país por 6 meses. Pocos días después, llegó a la capital de la Argentina, junto a su esposa e hijos y se hospedó en la casa de un millonario chileno residente en la ciudad, Carlos Menéndez Beherty, quien se la prestó por todo el tiempo que quisiese. Algo incómodo, el mandatario aceptó.
En esa casa, Alessandri recibió la visita del entonces presidente argentino, Marcelo Torcuato de Alvear. Así lo recuerda él mismo en sus memorias: “La misma noche de mi llegada el Presidente Alvear con todo su Ministerio, excepción hecha del Ministro de la Guerra que era Agustin P. Justo, me visitaron en la casa donde me hospedaba y tuvo para mí el Presidente, que ya sabia la actitud de la Junta de Gobierno al aceptar mi renuncia, las más afectuosas y delicadas palabras de amistad y aprecio. El ministro Justo se negó tal vez a asistir por solidaridad al movimiento militar, que en forma incorrecta e injustificada, habia motivado mi voluntaria Presencia en Buenos Aires y mi alejamiento del Poder”.
Incluso, Alvear tuvo otro gesto de buena voluntad con Alessandri. Como el embajador chileno en Argentina había renunciado tras la salida del “León”, la Junta Militar quiso nombrar otro. Sin embargo, el mandatario argentino advirtió que no lo reconocería. “Manifestó francamente que no deseaba aceptar un nuevo embajador, en espera de que en Chile se restableciera la normalidad constitucional Y llegó hasta decir aquello con entero valor y franqueza en su mensaje anual ante el Congreso. Esta actitud fue observada por el Presidente Alvear no obstante la gestión que hizo don Emiliano Figueroa mandado expresamente por la Junta de gobierno para obtener que el Presidente Alvear reconociera al gobierno y aceptara su nuevo embajador”.
Alessandri se mantuvo en Buenos Aires hasta fines de septiembre, cuando a bordo del vapor “Cap Norte”, embarcó rumbo al puerto de Boulogne-su-mer, en Francia. En tierras galas, visitó París, y luego pasó a Italia, la tierra de sus ancestros. Fue recibido en Roma por representantes oficiales del rey Víctor Manuel III y del primer ministro, Benito Mussolini, quienes le dieron la bienvenida al país. Asimismo, le comunicaron al chileno que Mussolini lo recibiría en su despacho, y ello ocurrió al día siguiente. El encuentro fue muy peculiar.
Pero Alessandri volvería a Chile. Estando en Italia, recibió un telegrama que le avisaba del golpe del 23 de enero de 1925, en que oficiales jóvenes, entre ellos Carlos Ibáñez del Campo, dieron un nuevo putsch, derrocaron a la Junta Militar presidida por Altamirano y lo llamaban de regreso. El “León” hizo su entrada triunfal entre vítores a Santiago el 20 de marzo de 1925.