Ya en vida, Mauricio Wacquez tenía claro su estatus de “escritor de culto”, esto porque en su literatura no se centraba tanto en las historias, sino más bien en el lenguaje. En una entrevista con el diario La Época, de junio de 1987, comentó: “Mi universo narrativo es de total libertad y también las coordenadas morales en que se mueve. El problema moral es una elección primigenia y no puede explicarse desde ninguna moral social, sino desde su propia naturaleza como acto de transgresión”.
Esos problemas morales se ven en las temáticas de sus obras, pues giran alrededor del poder y la sexualidad, siendo la posesión un tópico muy particular. Él lo comentó así en una entrevista con Claudia Donoso en la revista APSI, de 1988: “Tengo la impresión de que el poder tiende al avasallamiento, tal como una célula tiende a comerse a otra célula. Me interesa la cabeza de los poderosos, la cabeza de la ambición, porque, para mantenerse, la cosa viva tiene que meterse en una estructura de poder, y ese es un hecho biológico que pasa por la violencia, por matar al otro”. Y sobre la sexualidad, afirmó: “Soy un hedonista innato y la líbido es la emoción sexual que nos da impulso para poder vivir y traspasar la barrera de los estúpidos”.
Por eso, buena parte de sus personajes están atormentados por sus propios fantasmas, por cosas que no pueden cambiar. Como el sacerdote de El fondo tibio de Dios en la arena, quien sufre al constatar que su amor a Dios es menos intenso que el que siente por los hombres; o el viejo protagonista de Otra cosa, quien va midiendo cuántos centímetros va encogiendo al año.
Hemos nombrado cuentos porque justamente son sus relatos los que acaban de llegar a librerías en el tomo Cuentos Completos (Alfaguara) que reúne los dos únicos libros de narrativa breve que publicó Mauricio Wacquez en vida: Cinco y una ficciones (1963) y Excesos (1971). El volumen vuelve a poner al autor en librerías después de una buena cantidad de tiempo sin circular. Lo último que había salido de él fue el volumen de ensayos Hallazgos y desarraigos (Ediciones UDP), en 2005.
El escritor nacional Alejandro Zambra, comentó en su prólogo del volumen: “Los personajes de Wacquez -curas, niñeras, ancianos y adolescentes-, circulan entre la candidez y la total abyección, y aunque salta a la vista la distancia enorme que los separa, acaban pareciéndose entre sí, tal vez porque siempre están insatisfechos y siempre buscan alguna forma nueva de amor, a veces plena, y otras, quizás la mayoría, soterrada, desangelada, epigonal”.
Un escritor que se reconoce como un gran lector de Wacquez es Diego Zúñiga. Consultado por Culto, el autor de Tierra de campeones dijo sobre su obra: “Me parece que la escritura de Wacquez es intensa, elegante, desbordada, excesiva casi siempre, y por eso tan única dentro de nuestra tradición. Todo esto se aprecia de manera muy elocuente en Frente un hombre armado, pero ya mucho de eso hay en Excesos y en esa novela hermosa y llena de silencios que es Toda la luz del mediodía”.
Por su lado, la editora Paz Balmaceda opina: “Es un escritor único en la tradición chilena, barroco, de una lucidez impresionante, una escritura que se la juega muchísimo en el lenguaje y en una búsqueda estética deslumbrante. Su escritura es también un aparato filosófico en muchos sentidos, en donde desarrolla un pensamiento en torno a varios temas, entre ellos la memoria, la infancia, el poder, la sexualidad, las posibilidades de la escritura”.
Esos personajes que viven en infiernos personales de alguna manera hacen que la literatura de Wacquez tenga un símil con la de José Donoso. Diego Zúñiga comenta: “En estos cuentos hay mucha cercanía con Donoso, sobre todo por la oscuridad que se va filtrando en sus historias y en su lenguaje. Hay siempre algo velado en estos relatos y lo que va cambiando entre uno y otro es la forma de abordar ese secreto, eso ominoso que está ahí. Es el tema del deseo y también el de la violencia. Y es una escritura que por momentos puede ser muy diáfana y en otros se va enrevesando”. Por su lado, Paz Balmaceda piensa: “Creo que Donoso y Wacquez son autores distintos entre sí, fueron muy amigos, Wacquez llegó a Calaceite gracias a Donoso y ambos vivieron años en ese pueblo medieval español muchos años. Y sin duda podemos encontrar temas comunes en sus obras, pero creo que son sustancialmente distintos”.
A la hora de elegir algunos de los cuentos del volumen, Diego Zúñiga indica: “Es bastante obvio lo que voy a decir, pero en cualquier antología del cuento chileno debiera figurar sí o sí El papá de la Bernardita. Es un cuento que permite entender muy bien una parte de lo que somos como país, y todo narrado por la voz de una adolescente que entiende y no entiende completamente la historia que nos está contando. Ahora, mi otro relato favorito es El coreano, que parece un texto bien confuso en una primera lectura, pero luego, si se vuelve a él, descubres que es un cuento extraordinario, violento, muy oscuro y muy triste, cómo no.
Paz Balmaceda también opina: “Toda la escritura de Mauricio Wacquez me resulta fascinante. De sus cuentos, quizá el más emblemático es El papá de la Bernardita porque es un cuento con una estructura que enseña mucho sobre lo que es un cuento, por eso es muy leído en talleres literarios, la verdad del relato está oculta, los personajes no lo ven y el lector sí. En lo personal, me encanta el cuento La casa, esa melancolía que transmite, su tono, sus descripciones de la naturaleza que en Wacquez son siempre preciosas. Pero es difícil elegir, me gustan todos sus cuentos, que son pocos y notables”.