Rindiendo tributo a la profunda admiración que siente por la Nueva Canción Chilena, y acaso por la cercanía que ha mostrado a Chile en su trabajo, el periodista y doctor en Historia español, Mario Amorós (49), decidió que su nuevo trabajo biográfico sería sobre Víctor Jara. Tal como antaño fueron las biografías de Salvador Allende, Miguel Enríquez, Pablo Neruda y Augusto Pinochet.
“Tengo los discos, entrevisté a Joan Jara el año 1999, estuve en la Fundación, conocí a Patricio Bunster, a sus cercanos. De hecho, en Madrid, mi mejor amigo chileno es una persona que conoció a Víctor en las Juventudes Comunistas y estuvo preso con él, en el Estadio Chile”.
Para ello, Amorós realizó un prolijo trabajo documental, que incluyeron papeles de Casa de las Américas, en Cuba, el archivo de la Fundación Víctor Jara, archivos de familias en México y Perú, la bibliografía disponible, y una extensa cantidad de archivo en prensa. “Destaco las entrevistas que encontré de Víctor publicadas en México, Perú, o Cuba, que son muy extensas. En ellas reflexionó profundamente sobre su trabajo y la situación de Chile”, comenta a Culto una tarde en las oficinas de Penguin Random House Chile.
Y fruto de esos esfuerzos se publica La vida es eterna: biografía de Víctor Jara, a través de Ediciones B. En ella, no solo repasa la vida obra y muerte del artista, desde su precaria y dura juventud, el servicio militar, el ingreso a un noviciado, la llegada a la Universidad de Chile para estudiar Teatro, y su carrera musical y como director teatral. También incluye antecedentes y revisa ciertos mitos que han surgido en torno a la vida del cantante.
Además, y quizás en uno de los aspectos más notables del trabajo, detalla cómo fueron los últimos días del artista desde que salió de su casa para ir a la UTE, la mañana 11 de septiembre de 1973, una vez iniciado el golpe de Estado contra Salvador Allende. Luego pasó por un vía crucis que se inició con su captura y traslado al Estadio Chile, torturas salvajes, asesinato y posteriormente el descubrimiento y entierro del cadáver. Todo contado como pocas veces, de manera minuciosa.
¿Cómo logró realizar eso? Amorós accedió a un material clave: las 13 mil páginas del expediente del caso del asesinato de Víctor Jara. “Me dediqué a leer y a entender una parte importante del sumario de la investigación judicial. De esta manera pude armar un relato cronológico”, indica. Por lejos, agrega, esto fue lo más complejo del proceso de trabajo.
“Era una montaña de testimonios los que estaban en el proceso judicial. Declararon hace más de 10 años cerca de 80, 90 conscriptos del año 73 que estaban en el Estadio Chile. Declararon todos los oficiales procesados y posteriormente condenados. Por supuesto, también las personas que compartieron la prisión política y la tortura en el Estadio Chile. Sobrevivir a ese magma de información, ordenarlo, relatarlo, que tenga coherencia, y que sea riguroso y atractivo no es fácil. Además es un espacio de tiempo muy pequeño, apenas unos días, entonces, tienes que elegir (qué testimonios leer). Por ejemplo, yo elegí a un enfermero del Ejército que lo mandaron al Estadio Chile, que atendió a Víctor, con quien no podía hablar y solo podía administrar un analgésico o vitamina C”.
“También están los testimonios de personas que vieron a Víctor después de ser torturado, la angustia que él tenía en el Estadio Chile, la preocupación por su familia. Eso lo conocíamos, pero acá se precisa con mucho detalle”.
Un punto que Amorós clarifica es el lugar de nacimiento del cantautor y director teatral. Siempre ha existido la duda si fue algún punto de la provincia de Ñuble, o Santiago. Usando documentación, el hispano zanja este punto. Víctor Lidio Jara Martínez nació en Santiago, a las 5 de la tarde del 28 de septiembre de 1932. “Así consta tanto en los certificados de nacimiento y defunción expedidos por el Registro Civil en noviembre de 1990 para la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación como en el libro de inscripción de nacimiento de la circunscripción de Santiago del Registro Civil, trámite que su madre realizó el 14 de octubre de aquel año”.
Esta confusión, en parte fue alentada por el mismo cantante. “Hay entrevistas donde el propio Víctor se contradice, algunas veces menciona que nació en Santiago, otras veces, en Quiriquina, o en Ñuble”, explica Amorós.
De todo lo que encontró sobre Víctor Jara, ¿qué fue lo que más lo sorprendió?
Diría que me sorprendió mucho la importancia de papel de su madre, por la herencia musical que le transmite en su infancia, fue algo que me ha parecido bellísimo recrearlo, y con las palabras de Víctor, porque es él, en las entrevistas quien le cuenta a los lectores de la importancia que tuvo ese legado. También me sorprendió la calidad de Víctor Jara como director teatral, el reconocimiento que tuvo en su época, con La Remolienda (1965) o con Ánimas de día claro (1962) que tuvieron el aplauso absoluto de la crítica, y sobre todo en el caso de La Remolienda, que tuvo un éxito apabullante de público. Me sorprendió también lo ocurrido con su ultimo poema, cómo salió del Estadio Nacional en los últimos días de septiembre del 73 con la ayuda de un senador comunista, Ernesto Araneda; el 1 de noviembre, en Roma, Hortensia Bussi lo entregó a los periodistas italianos. Es decir, todo en apenas un mes.
Un punto que usted toca es una disyuntiva que pasó Víctor Jara, entre dedicarse al Teatro o a la Música, y se decanta por esta última. ¿Cree que fue quizás el mayor nudo de conflicto de su vida interior?
No lo puedo saber, eso solo lo sabría Víctor. Lo que sí se, por los testimonios que cito de quienes trabajaron con él muy cerca, como Max Berrú, es la angustia que sentía Víctor cuando se fue instalando la certeza de que tendría que elegir entre si quería incrementar su actividad como cantante o mantenerse en el teatro. Poco a poco la elección iba apareciendo clara. En el Chile de 1970, con las campañas políticas masivas, que duraban meses, él no podía tener el compromiso de ensayar una obra de teatro durante 10 semanas en el Teatro Antonio Varas, en jornada laboral. Lo vivió con angustia. Aunque también es verdad que en 1972 dirige dos coreografías de actos de masas en el Estadio Nacional y a él le maravilla la capacidad de comunicación que tienen esos espectáculos masivos para transmitir, por ejemplo, la historia del Partido Comunista, la historia del movimiento obrero, la poesía de Pablo Neruda. Todo con la participación de centenares de actores no profesionales, que ensayaban durante unos días y representaban ante una multitud aspectos de la historia de Chile o un mensaje político que se quería instalar con eso. Víctor era un creador en constante actividad, siempre en busca de lo nuevo, por eso cuando va a Londres, en 1968, se maravilla con el teatro británico, se maravilla con los Beatles, porque rompen con todos los moldes. Era alguien muy creativo y muy abierto. Alejandro Sieveking decía que el disco La población es como una obra de teatro, con planteamiento, desarrollo y desenlace.
De hecho, el fanatismo de Víctor Jara por los de Liverpool era en serio. Tanto así que Amorós cita una entrevista de 1969 donde el cantautor dice sobre ellos: “Me vuelven loco, No solo como cantantes fabulosos sino por su actitud ante la vida, rompiendo todas las barreras de la tradición y los prejuicios”.
Una leyenda
Si se busca en internet información sobre los últimos momentos y la muerte de Víctor Jara, se encontrará una afirmación -muy reiterada- que pocos se dan el trabajo de poner en duda: que al hombre de Te recuerdo Amanda le fueron cercenadas sus manos poco antes de ser finalmente ejecutado, Algunos van incluso más allá, y afirman que también se le cortó la lengua.
Lo cierto es que es un mito, sin ningún asidero real, y en su libro Amorós lo demuestra. En la información aportada del expediente judicial, la autopsia indica los lugares donde Jara fue dañado. “Las conclusiones de la autopsia confirmaron que las lesiones en su cuerpo (en el hueso propio nasal derecho y en las costillas izquierdas y derechas) las padeció cuando estaba con vida”. No se mencionan manos cortadas.
¿Dónde se originó entonces el mito? Amorós detalla que fue en enero de 1974, a través de las páginas del matutino argentino La Opinión en que se reprodujo el testimonio de un supuesto testigo de los hechos en el Estadio Chile, el escritor chileno Miguel Cabezas. Esto, fue descubierto por un estudio realizado por Marcy Campos Pérez y Javier Rodríguez Aedo. Solo el nombre del relato da cuenta de un cierto ánimo de exageración: “Horriblemente mutilado, el cantante y poeta Víctor Jara murió entonando ante 6.000 prisioneros el himno partidario”. En la fantasiosa historia de Cabezas, un oficial cercenó los dedos de las manos a Víctor Jara a golpes de hacha.
“De repente, Víctor Jara que en septiembre de 1973 era un cantante desconocido en Europa, en virtud de esa leyenda se convierte en ‘el cantor de las manos cortadas’ -señala Amorós-. Algo terrible, porque como dijo Joan: ‘Lo real es suficientemente espantoso’. El horror y la barbarie de la dictadura de Pinochet eran suficientes. Eso es parte de la historia de Víctor Jara, quedó en la memoria colectiva, pero la investigación histórica rigurosa permite ir desterrando cosas que han perdurado”.
Y añade: “Joan Jara lo negó desde el inicio. Yo tengo 49 años, no crecí con esa historia de Víctor en la cabeza, yo leí muy pronto el libro de Joan, lo compré la primera vez que vine a Chile y siempre tuve claro que eso no era verdad porque la propia Joan lo había negado”. Además, en La vida es eterna por primera vez se da a conocer una fotografía del mentado artículo de Cabezas.
Citando el expediente judicial, Amorós relata que Víctor Jara -con 40 años- fue asesinado el 15 de septiembre de 1973. Recibió un primer disparo en la parte posterior de su cabeza “cuando estaba erguido o arrodillado, de espaldas a su asesino, quien apoyó la boca del arma sobre ella”. Luego, al caer, fue acribillado a balazos “le alcanzaron en las caras posteriores de las extremidades inferiores y en ambos hemisferios de la región pelviana”. No solo eso, a diferencia de versiones que hablan de 44 balazos, Amorós indica: “Fue imposible determinar el número exacto de heridas de bala”. Además, indica las características del sitio de los hechos: “El crimen pudo tener lugar en uno de los camarines del primer subterráneo del Estadio Chile, un espacio rectangular de 2,35 metros de largo por 2,30 de ancho”.
Pero todavía falta algo. “La justicia chilena no ha dicho quién fue el ejecutor material del asesinato. Eso no está en las sentencias”; señala Amorós. “Por otra parte, coincido plenamente con el abogado Nelson Caucoto cuando indica que este crimen no solo fue responsabilidad de quienes estaban en el Estadio Chile, sino que debió consultarse a la Junta Militar, por la relevancia de la persona de Víctor. Caucoto tiene esa presunción, no se ha podido avanzar más allá, pero yo lo comparto. De momento, no hay ninguna prueba que lo certifique, pero conociendo la historia de la dictadura, es una presunción fundada”.