Columna de Héctor Soto: Cuerpo, sangre, ego
Alzhéimer. Hace dos semanas, una crónica de este diario informaba del ingreso del alzhéimer y otras enfermedades neurológicas en el top 5 de las principales causas de muerte en Chile. Una novela reciente de Cristián Geisse es congruente con esas cifras. Geisse es un poeta y escritor, también es profesor, que viene de Vicuña y trae una aproximación distinta al fenómeno literario nacional. Sea bienvenido. Aun sabiendo que las novelas, las buenas novelas al menos, jamás son sobre un solo tema, habrá que reconocer que en esta su autor entrega un testimonio personal muy golpeador sobre el deterioro de su madre, una mujer de mucho empuje, separada hace muchos años, que tuvo el coraje de sacar adelante sola a sus hijos y que, pocos años después de jubilar, empezó a mostrar signos cada vez más alarmantes de la enfermedad. Sabemos poco del cerebro y de estos males. Aunque la neurociencia es ya desde hace décadas invitada de honor en los congresos científicos de escala mundial, es muy posible que todavía en estos asuntos estemos solo un poco más acá del neolítico. Como experiencia, como pregunta y como intento de encontrar alguna respuesta, Tu enfermedad será mi maestro -así se titula la novela de Geisse recién publicada por Random House- es muy convincente y, más que eso, a todo quien le haya tocado de cerca un pariente afectado por este mal, es simplemente desgarrador. Aunque ningún enfermo es igual a otro, no habrá quién no reconozca en estas páginas conductas que vio, que a lo mejor pasó por alto en su momento, pero que después le explotaron en la cara o en su propia vida. Geisse se metió de lleno en el alzhéimer -lo cual significa, en otras palabras, tomarle en serio el pulso a la muerte- y lo hizo de la mano de Oliver Sacks, el neurólogo británico radicado en Estados Unidos que dejó libros canónicos de observación y tratamiento clínico del sufrimiento y deterioro asociados a las afecciones neurodegenerativas (El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Un antropólogo en Marte, entre otros). Sacks, si se quiere, es explícitamente uno de los héroes de esta novela corta e intrigante, reveladora y sorprendente, no solo por el aporte de sus investigaciones, sino también por la autoridad literaria de su prosa. Para quienes no somos especialistas ni mucho menos en el tema, quizás sobran algunas pocas páginas descriptivas de alucinaciones que, tal como los relatos oníricos, a mí me dejan frío, porque lamentablemente no tengo nada de Dr. Freud, nada de nada, y me pareció también discutible el título, tomado de una frase del escritor y místico ruso George Gurdjieff a su hija. Se entiende el sentido de la expresión, claro, pero me temo que suena mejor en ruso que en español. Con esas dos salvedades, que son pelos de la cola, el libro es buenísimo.
Cine miserable. ¿Era previsible que hace 15 años, cuando estrenó Canino, que el cine del realizador griego Yorgos Lánthimos -regalón de festivales y número puesto en las recomendaciones de muchos críticos- iba a terminar en la miseria o en la inmundicia de películas como Extrañas criaturas, del año pasado, o Tipos de gentileza, de este? Como quiera que sea, si hay películas estúpidas, estas dos debieran estar muy alto en cualquier ranking. Si Extrañas criaturas fue una astracanada a partir de una mujer-monstruo de laboratorio que, tal como Frankenstein, se salía de control y ponía en aprietos al establishment, porque hacia allá iban los tiros, Tipos de gentileza cruza tres aburridas historias que conectan, o tratan de conectar, con el tema de la sumisión llevado al absurdo. Sumisión en el trabajo en la primera historia, en el amor en la segunda, en el plano de la fe, al parecer, en la tercera. ¿Y qué? ¿Sale algo de estas ficciones? Solo una compulsión efectista y chocarrera. Ni una sola verdad. Ni un solo personaje que valga la pena rescatar. Está bien: no está fácil en estos tiempos contar buenas historias. Pero hacer perder el tiempo con estas porquerías espolvoreadas de sexo, sangre, vómito y cretinismo deja en claro que este pseudo rupturismo ya no puede caer más bajo. Una lástima, ciertamente, porque arrastra consigo a actores que debieran respetarse un poco más: Emma Stone, Jesse Piemons, Willen Dafoe.
Ego. Hay escritores que no se cambiarían por nadie. Con o sin razón, han llevado su egolatría a alturas siderales. Hans Magnus Enzensberger cuenta, por ejemplo, que Gertrude Stein, poeta y escritora estadounidense de vanguardia radicada en París a fines de los años 30, muy desdibujada en la actualidad, y que posiblemente solo sea recordada por su abierta relación con Alice B. Toglas, su secretaria, su acompañante, su cocinera, su musa y su amante, de quien escribió una biografía al parecer ficciosa y que fue celebrada en su tiempo como un tributo a la modernidad, tenía un altísimo concepto de sí misma. No se andaba con chicas: “Piensen en la Biblia y en Homero -decía-, piensen en Shakespeare y piensen en mí”. Su opus magnun fue The Makins of Americans, que ella puso al nivel del Ulises, y de En busca del tiempo perdido. Es una novela de unas mil páginas que el gran crítico Edmund Wilson no pudo terminar. Su juicio fue categórico: “Frases tan embrolladas y tanta repetición hacen que el lector simplemente se quede dormido”. Pero igual se hizo de un nombre, no tanto por sus escritos cuanto por su ojo como coleccionista (compró a huevo Renoirs, Picassos, Matisses y Braques) y por su casa en París, adonde acudieron a comer, a pechar, a seducir y a entretenerse figuras como Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, John Dos Pasos, Ezra Pound y Jean Cocteau, desde luego, que siempre estaba en todas. A varios de ellos los incluyó en lo que llamó “la generación perdida”. Fue otro de sus aciertos.
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