La asociamos a patrimonio cultural, aunque en verdad el concepto de “rescate” en el debate sobre arte popular y tradiciones suele prestarse al malentendido. No sólo en estas fechas, pero sí con insistencia en ellas, reaparece la idea de que determinados investigadores y amantes de “lo chileno” se ocupan en la tarea noble de rescatar aquellos símbolos patrios expuestos al olvido inminente.
En el caso de la música popular, aplaudimos las iniciativas que al respecto surgen en torno a, por ejemplo, la cueca chora, cumbia coquimbana o canción cebolla; sin las cuales tan valiosas expresiones de canto, baile y sentimiento identitario sucumbirían bajo el poder imbatible de hits oportunistas, ajenos a nuestra historia colectiva.
Pero “rescate” sugiere el trabajo arduo del minero que con casco y picota tarda horas en dar con un mineral esquivo. Es el chuzo que hoya lo más profundamente posible la tierra. El teleobjetivo de alta gama que en el horizonte lejano consigue dar con pistas apenas evidentes. Cuando se vuelve a poner en valor una canción chilena entrañable para toda una generación o grupo social (una clase, un oficio, una comunidad geográfica) lo que se hace no es rescatar sino, más bien, volver a amplificar lo que nunca deja de estar disponible por mérito del hábito y una común emoción compartida.
Es recuerdo agradecido, cadena de empatía, complicidad incontestable que no necesita desenterrar lo que ya circula sin esconderse. Quienes viven atentos únicamente al cancionero oficializado por ventas y moda se sorprenden, claro. Hablarán entonces de “rescate” para estribillos que no han dejado de entonarse por décadas, lejos de la ironía gentrificadora o de prescriptores de tendencias que ignoran la fuerza de la cultura oral.
Hay una labor persistente que determinados músicos, instituciones, investigadores y colectivos de nuestro país muestran durante todo el año en el realce de ciertas músicas que transitan por fuera de la majadería comercial. Aquí caben por igual Macha Asenjo y su radar sobre viejos boleros y valses peruanos, como el Colectivo Abejorros, con sus recomendables publicaciones y convocatorias en vivo (a cargo del Dúo Constanzo-Molina y asociados); el espacio radial Nuestro Canto o los diferentes sellos de reediciones para catálogo discográfico histórico, entre otras decenas de iniciativas que no son como la del descubridor que busca llenarse de gloria una vez alcanzado su objetivo.
Lo suyo es la más noble insistencia de quien vuelve a abordar lo ya conocido de un modo tan cariñoso que consigue asombrarnos con el recuerdo de por qué es que nos gusta lo que nos gusta, para, así, hacernos volver a cantar lo que nos define y enlaza. A ello/as, felices Fiestas Patrias.